250 años del natalicio de Morelos

 

 

La opinión no se destruye con

excomuniones, prisiones ni cadalsos.

                                            José Joaquín Fernández de Lizardi

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

El próximo 30 de septiembre, nuestro país conmemorará el 250 aniversario del natalicio —1765— de su forjador, a quien podemos, sin género de dudas, considerar el artífice de la república: don José María Morelos y Pavón, cuyos Sentimientos de la Nación son, indefectiblemente, el documento fundacional de nuestra nación.

Nacido en la capital de la provincia fundada por Tata Vasco, la familia de Morelos debió emigrar a Tierra Caliente en busca del sustento, y ello llevó al niño José María a conocer las dificultades y sinsabores derivados de su calidad de mestizo.

A los 21 años regresó a su natal Valladolid para integrarse a la vida religiosa en el Colegio de San Nicolás, en donde destacara por su disciplina, fortaleza, lucidez e inteligencia; cualidades que le granjearon el respeto y cariño de don Miguel Hidalgo y Costilla y de don José Sixto Verduzco, entre otros mentores, quienes seguramente reconocieron en Morelos la virtud de saber escuchar, cualidad que le colocó en el camino de transformarse en un gran confesor.

Tras una breve estancia en la Universidad Pontificia de la capital de la Nueva España, en 1797 obtuvo el grado de bachiller, designado como diácono del curato de Uruapan y consagrado sacerdote por su tutor y guía espiritual, Fray Antonio de San Miguel, cuya impronta en el joven clérigo será fundamental para la adopción de la obra de Vasco de Quiroga a favor de la justicia e igualdad espiritual de los seres humanos.

Hombre realista, reconocido confesor, experimentado en el campo de las diferencias abismales existentes en la sociedad novohispana —presa de la insensible explotación de la metrópoli española—, Morelos no dudó un momento en integrarse a las filas de la insurgencia convocada por su antiguo mentor, don Miguel Hidalgo, el cura de Dolores, del que admiraba esa preclara oratoria que cimbraba a las multitudes.

Morelos se propuso hacer de un pueblo dividido y débil, una nación unida y robusta; y de una colonia depauperada, hacer una patria justa e igualitaria, y para ello asumió que la única estrategia viable para lograrlo era la organización de la insurgencia, no sólo conformando un ejército capaz de derrotar al enemigo, sino cualificado para construir su propio marco jurídico, aquél que le permitiera consolidar la formación de una república gobernada por el pueblo, al que le otorgó el papel de soberano.

A la solidez ideológica aportada por Morelos a la insurgencia, el estamento clerical y virreinal respondieron con excomuniones, acoso militar, órdenes de aprehensión y de degradación religiosa y ejecución en el paredón de Ecatepec, actos de barbarie y represión que, como bien expresara Fernández de Lizardi, jamás lograron destruir el alcance de la valiosa opinión y el sentir del Padre de la República Mexicana.