EDITORIAL

Beatriz PagesEn política, la memoria no es flaca; es voluble y convenenciera.

Muchos le han criticado al presidente de la república la advertencia que hizo durante el Tercer Informe de Gobierno sobre los riesgos que representan para un país la intolerancia, el populismo y la demagogia. Pero lo cierto es que sí son un riesgo. Lo son y también lo eran hace tres años cuando el vacío de poder y la parálisis legislativa de los dos sexenios panistas permitieron que la locura del mesías —que muere y se recicla cada vez que las condiciones lo permiten— conquistara, a través de la alianza PRD-PT-Movimiento Ciudadano, 15 millones 896 mil 999 votos.

Enrique Peña Nieto fue, durante el reciente informe, un autocrítico de su gobierno. Reconoció que “en un ambiente de frustración, pesimismo e incertidumbre” como el actual tienen éxito “salidas falsas”, como las que acostumbraba proponer Andrés Manuel López Obrador a través de la destrucción de todo y de todos.

Digo que la memoria de nosotros los mexicanos es cortoplacista porque ya se nos olvidó la división y exclusión con la que gobernaron Vicente Fox y Felipe Calderón, y el ambiente de odio e intolerancia que fomentó López Obrador por todo el país en esos mismos años.

El reto de Peña Nieto, al asumir el poder, fue muy similar al de Barack Obama cuando ocupó por primera vez la Casa Blanca. En ambos casos —y Obama relata su caso personal en uno de sus libros— recibieron una nación rota y envenenada por los partidos políticos.

Fox y Calderón gobernaron para los suyos. Los demás —ciudadanos, gobernadores, alcaldes, empresarios, periodistas o simples mortales que no estuvieran identificados con el PAN— quedaban fuera de cualquier proyecto, presupuesto o invitación.

¿Ya se nos olvidó en qué condiciones Calderón tomó protesta como presidente de la república en 2006?

Cuando menos Jesús Zambrano, actual presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, ya lo borró de su blanda memoria.

La referencia viene a cuento porque ese 1 de diciembre de 2006, el PRD y el resto de las llamadas izquierdas se propusieron llevar a su clímax el caos legislativo para impedir que Calderón asumiera el cargo, y romper así el orden constitucional.

Desde que Carlos Salinas y Ernesto Zedillo eran presidentes, el PRD comenzó a utilizar el 1 de septiembre para hacer público su repudio a los mandatarios que llegan a rendir el informe de gobierno, y montar ante las pantallas de televisión un grotesco espectáculo que poco aportó a la democracia y al país.

Entonces, la pregunta a Zambrano sería: ¿quiere usted que Peña Nieto llegue a la Cámara de Diputados a cumplir con su obligación constitucional de rendir cuentas a los mexicanos para que su partido y Morena conviertan un acto republicano en un circo de degradación política? ¿Para que suban otra vez a tribuna los Marcos Rascón con máscara de cerdo?

Es cierto que el 1 de septiembre no debe ser el “día del presidente”, que la rendición de cuentas del Ejecutivo federal ante los representantes populares debe obligar al análisis honesto y a la discusión abierta entre poderes, pero también es verdad que los partidos de oposición poco o nada han hecho para alcanzar ese nivel de evolución política.

Cuando Peña Nieto remató el Tercer Informe con la frase: “Mi responsabilidad como presidente es avanzar sin dividir, reformar sin excluir y transformar sin destruir”, sólo hizo suyo un mandato constitucional de unidad que sus opositores y antecesores han sido incapaces de cumplir.

@PagesBeatriz