Terribles lecciones de la historia

 

Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.

Baruch Spinoza

José Fonseca

Las patrióticas celebraciones de este septiembre debieran ser el recordatorio del alto costo que han tenido para México las discordias políticas e ideológicas. Y, sobre todo, los discursos de odio que con fines políticos envenenan a la sociedad.

Embebidos en las rencillas generadas por las disputas del poder, en el chismorreo de las redes sociales que han suplido a los “chismes de lavadero” o a los calumniados “chismes de café”, nos dejamos acosar por aquéllos que llevan el luto en el alma y quieren que todos lo llevemos.

La invasión norteamericana no sólo nos despojó de la mitad del territorio nacional, sino que vino a subrayar algo que las generaciones posteriores suelen olvidar.

Es cierto que el ejército invasor contaba con armamento y entrenamiento superior al de los mexicanos. Aun así, es posible que la resistencia hubiera sido más eficaz si los mexicanos de la primera mitad del siglo XIX no estuvieran enfrascados en interminables rencillas políticas, inacabables contiendas armadas internas y, sobre todo, en una permanente lucha por imponer la hegemonía de las dos fuerzas que se disputaban la nación: los liberales y los conservadores.

Los norteamericanos calcularon bien la debilidad de los gobiernos mexicanos y se aprovecharon de las rencillas y los odios ideológicos que mantenían permanente divididas a las elites mexicanas.

Perdimos porque nos dominaron las pasiones políticas e ideológicas, tan intensas que los contendientes no se veían como compatriotas que pensaban distinto, no como adversarios a vencer en la contienda política, sino como enemigos mortales que había que destruir.

El germen de la discordia floreció por más de medio siglo en el México de entonces. Así facilitamos todo a los invasores.

Quizá todo hubiera sido distinto si no hubiéramos perdido tanto tiempo en las guerras intestinas, si no hubiéramos escuchado las voces que al envenenar a la sociedad, emponzoñaron el ambiente social.

Cierto, el hubiera no existe. La historia no la podemos cambiar, pero en estos tiempos en que otra vez se desata con pasión la disputa por la nación, en que las pasiones políticas se empeñan en emponzoñar el México del siglo XXI, quizá debiéramos recordar las terribles lecciones de la historia.

Cierto, en otras circunstancias internas la historia pudo ser distinta. Y a veces uno tiene la tentación de recordar lo escrito por Mario Simmel: “Una historia no es sólo verdad cuando se narra como ha sucedido, sino también cuando relata cómo hubiera podido acontecer”.

 

                                                                               jfonseca@cafepolitico.com