Gonzalo Valdés Medellín

A principios de los años ochenta del siglo pasado, la literatura mexicana reconocía en Eraclio Zepeda a uno de los principales exponentes de la Literatura Oral, aquella que rescataba y ponía en primer plano de la idiosincrasia mexicana, el habla popular, los giros verbales del pueblo y el realismo mágico que emanaba de sus personajes, sus atmósferas, su tierra y su historia. Juan Rulfo, Juan de la Cabada, Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda habían entregado a nuestras letras, en obras disímbolas e indeleblemente creadas en sus contextos históricos, sociales, políticos e ideológicos, esta tradición haciéndola parte de nuestro acervo literario. La trayectoria literaria de Eraclio Zepeda inicia con Benzulul (1959), a los que siguieron El tiempo y el agua (teatro, 1960), Trejito (1967), Asalto nocturno (1975) y Andando el tiempo (1982); salta a la fama en el medio cultural mexicano como actor, al interpretar a Pancho Villa en la célebre película de Paul Leduc, Reed: México insurgente (1970), pero fundamentalmente era reconocido como poeta, integrante del emblemático grupo La Espiga Amotinada que había formado en 1957 junto con Jaime Labastida, Jaime Augusto Shelley, Óscar Oliva y Juan Bañuelos. El catálogo de obra poética de Eraclio Zepeda dio obras de enorme valor para la literatura mexicana como Asela (1962), uno de los poemas amorosos más bellos de la segunda mitad del siglo XX que se hayan escrito en México. Tuvo contacto con el emblemático Teatro Petul de Chiapas creado por Rosario Castellanos y, a través del teatro, Zepeda descubre las grandes posibilidades de la representación y la narración oral para hacer pervivir la esencia de la cultura, las costumbres y la historia del pueblo chiapaneco que aplicará a su obra narrativa, salpimentada de un elemento consubstancial: el humor, el buen humor. Lector apasionado de Horacio Quiroga, Ciro Alegría, Juan Rulfo, José Revueltas, Roque Dalton y del cuentista cubano Onelio Jorge Cardoso, a quien llegará a considerar una de sus influencias fundamentales, Zepeda llega a concretar una obra de magistrales dimensiones escriturales que rescatan la historia del pueblo chiapaneco, a través de la magia, la imaginación y la honestidad expresiva de la memoria y la voz popular, y cuya solidificación inicia sin duda con el hermoso relato “De la marimba al son”, en que escribe: “Nunca tuvimos nada más nuestro que la marimba: con ella nacemos y con ella morimos. Antes de vivir sabemos de su canto en las serenatas de nuestros padres; con ella nos esperan al llegar al mundo, los bautizos, la escuela donde su madera tiene la misma dignidad que el pizarrón o los libros. Los primeros bailables y después los bailes, las manitas sudadas de los novios nuevos, las bodas y tornabodas, los hijos esperados, los triunfos y los fracasos contaron con su presencia. Los tristísimos viajes al panteón deshojando el tulipán amargo de aquel Dios nunca muere, las luchas populares saludando con sombreros el Himno del agrarista o El pañuelo rojo, según fuera el momento. Las dianas por encargo para ungir candidatos nefastos y Las golondrinas que sellaban nuestra partida en desvencijados autobuses”. Eraclio Zepeda crea una obra de extracción popular que convierte lo regional en universal. El paso de Eraclio Zepeda por el cine, como actor, resultará paradigmático; repite a Villa en Campanas rojas (1981) de Serguei Boundarchouck, supercoproducción (de muy triste memoria) del gobierno lopezportillista; y Rafael Corkidi lo llama para interpretar a San Juan Bautista en Figuras de la Pasión (1984), filme transgresor, y cuyas virtudes estéticas están aún a la espera de ser revaloradas por las nuevas generaciones de cineastas y críticos. Su última aparición fue en el cortometraje De tripas corazón (1996) de Antonio Urrutia.

memoria con laco.- Laco, como afectuosamente le decíamos sus amigos, en su trato personal era un hombre sin par, encantador, amable, caballeroso, solidario siempre con las causas justas. En 1982, al presentar Andando el tiempo en la Feria del Libro de Minería, lo conocí; me autografió el libro y me dibujó un “Gato-Laco” que aún conservo. Muy lejos estaba yo de imaginar la amistad que sobrevendría poco tiempo después entre Laco, su esposa, la también notable poeta chiapaneca y difusora cultural, Elva Macías y yo. Ese 1982, impulsado por Elena Poniatowska, comencé a hacer entrevistas en el periódico unomásuno, y dos de mis primeros entrevistados fueron Laco y Elva, quienes tuvieron la generosidad de concederme largas entrevistas que ocuparon planas completas en dicho diario (la de Elva se publicó en una plana entera en la sección de Cultura, y la de Eraclio, en otra plana entera, gracias al entusiasmo que siempre tuvo en mi trabajo Huberto Batis, en el suplemento Sábado, que en ese entonces dirigía Fernando Benítez). La amistad con Elva y Laco dio frutos, comencé a frecuentarlos y a aprender mucho de ellos; con Elva llegué a colaborar en el entonces Departamento de Humanidades de la UNAM, del cual ella era titular y posteriormente en el Museo Universitario del Chopo del que fue directora durante una de las más brillantes etapas de dicha dependencia, así como en la revista La Brújula en el Bolsillo. A Laco lo invité a formar parte de los poetas de mi primer propuesta teatral, que era una antología de la poesía amorosa hispanoamericana en escena: Encuentros de amor y poesía (1983) y en que seleccioné “Asela”; Laco estuvo en el estreno con gran entusiasmo. Años más tarde organicé un Homenaje por los 50 años de vida de José Antonio Alcaraz en el Teatro Wilberto Cantón de la Sogem y pedí a Eraclio que estuviera presente como orador hablando del perfil de Alcaraz; su generosidad fue grande y ahí estuvo presente, hablando con gran vehemencia de las virtudes revolucionarias de Alcaraz como adalid de la causa gay y como crítico agudo y erudito. A finales de los ochenta, siendo diputado del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Eraclio Zepeda me concedió una entrevista para hablar largo y tendido sobre la importancia del Movimiento de Liberación Homosexual en México y donde se manifestaba contra la intolerancia y la homofobia, y vislumbraba un cambio a futuro en las sensibilidades heteronormativas que privaban en esos años y que, andando el tiempo, como él decía, llegó a ver como un escenario contundente en esta época actual en que las garantías individuales del homosexual mexicano son una realidad. Dicha entrevista, cuyo valor ahora es histórico, por desgracia no pasó filtros para su publicación y quedó inédita pese a la buena voluntad de Emmanuel Carballo y José Carreño Carlón quienes intentaron publicarla en el semanario punto que dirigía Benjamín Wong Castañeda. De cualquier manera, seguro algún día la publicaré, sobre todo, insisto, por su insólito valor histórico, viniendo de un luchador social, de un “gran incoformista” y visionario humanista como fue Eraclio Zepeda. Varios momentos más con Eraclio tengo en mi memoria, como cuando al lado de la también recientemente fallecida escritora chiapaneca María Luisa Armendáriz (1963-2015) presentamos el delicioso libro de Laco Horas de vuelo (2005) en el Festival de la Palabra de dicho año. En 2008 coincidimos con Elva en el Festival Cervantino de Guanajuato y nos paseamos y entretuvimos, gozando yo siempre de la mágica conversación de Eraclio Zepeda, gran hombre, gran escritor, admirable ser humano, cuya vida misma es digna de ser llevada al cine donde su presencia como actor lo inmortalizó, tal como quedó inmortalizado con el conjunto total de su obra literaria, en la que su monumental empresa novelística Las grandes lluvias (2006), Tocar el fuego (2007), Sobre la tierra (2012) y Viento del Siglo (2013) que cuenta la historia de Chiapas, le concede un lugar privilegiado en el que, escrito con letras de oro, está su nombre, el nombre de uno de nuestros grandes narradores: Eraclio Zepeda.