Norma Salazar
Son considerables las transformaciones de la ciudad a lo largo de la historia en nuestros días. La palabra ciudad no está exenta de polémica, algunos autores han destacado la metamorfosis física mientras otros han atendido a las relaciones sociales o visiones utópico-filosóficas del fenómeno urbano, la expresión hace referencia a afluencias humanas, a la hora de estudiar dicho fenómeno pone de relieve vértices específicos como el origen cultural, los índices de población, la clasificación social, etcétera. Es indiscutible que los asentamientos humanos aún en sus representaciones más sencillas requieren de un mínimo de acuerdos para asegurar el equilibrio y la convivencia adecuada. Por ello, la ciudad debe entenderse como un fenómeno vivo e íntimamente ligado a la cultura con la que comparte la particularidad de complejidad, lo que invita a un minucioso estudio desde múltiples disciplinas: la geografía, la sociología, la antropología, lo religioso, el arte, la arquitectura, la política y por supuesto la literatura.
En su nuevo libro, La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos, Héctor de Mauleón rastrea los vestigios que evidentemente ha evolucionado la Ciudad de México a través de seis siglos, permite comprender las causas y cambios de su desarrollo, es un reflejo de toda la heterogeneidad que personifica un espacio lleno de contrastes histórico social y económico, como narra este breve fragmento en el año 1509: “El cuento de espantos más antiguo”: “La casa Denegrida era el origen de todo, del país, de la ciudad, de nosotros mismos. Allí se encerraba Moctezuma II a meditar cada vez que aparecían bajo el sol de Anáhuac las cosas ‘maravillosas y espantosas’ que le anunciaron el fin del mundo azteca”.
En 1524 después de batallas sangrientas e inhumanas, los conquistadores españoles edificaron la ciudad sobre las ruinas del centro religioso y barrios circundantes, esta nueva ciudad española respetó el riguroso principio de orden urbano establecido por la ciudad prehispánica y dio origen a una colonización europea que se extendió en la parte central. Durante los tres siglos de dominación española, el gobierno virreinal fue un sitio político de primer orden a pesar del control imperial, obtuvo una supuesta autonomía pertinente a los aspectos de administración virreinal y comercio, convirtiéndose en un destacado centro de permuta de mercancías provenientes de Europa y Asia, recordemos el año de 1696, “En el galeón de Manila”: “En 1697, cada vez que llega la Nao de China, Acapulco se convierte en un mercado formidable. Pero luego de comprar, recibir o gravar las mercaderías codiciadas y exóticas que el navío ha traído en sus bodegas, los comerciantes españoles y los oficiales reales abandonan la aldea, dejándola enteramente despoblada y a merced de un calor infernal. Sólo los soldados que vigilan la bahía deambulan como fantasmas por las callecijuelas desiertas del puerto”.
La última etapa de la época virreinal la Ciudad de México era considerada una de las ciudades más impresionantes construidas por el mundo europeo en ambas partes del Atlántico, una autentica Ciudad de los Palacios como se le reconocía a final del siglo XVIII por el viajero y científico alemán Alexander von Humboldt.
Por otro lado, México y su independencia trajeron consigo varios sucesos de inestabilidad política y económica, primero como centro de un primer imperio mexicano, gobernado por el consumador de la Independencia Agustín de Iturbide. Fue en el año de 1785, “Recuerdos del Palacio de Iturbide”: “En 1821, Iturbide presionó al hijo de Moncada para que le cediera ‘en préstamo’ el palacio; llevó a vivir ahí, entre obras de arte y muebles valiosos, a su esposa, Ana Huarte, una mujer con cuerpo y mirada vacunos y lo convirtió en centro de una corte de opereta en la que todo, el protocolo, la vestimenta, los modelos, desataba la burla de la gente, ‘pues se hallaba totalmente fuera de tono’”.
Pero la historia de la Ciudad de México no para ahí, una nueva invasión a manos del ejército francés facilitó la llegada del Archiduque Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia de Bélgica quienes fueron coronados emperadores el 10 de abril de 1864 en la Catedral Metropolitana protegidos por un sector minoritario de la sociedad mexicana, así, se instauraba el segundo imperio mexicano que tuvo como hogar real el Castillo de Chapultepec.
Tras el derrumbe del imperio y la restitución de la república, la Ciudad de México vivió una etapa de gran desarrollo económico, promovido por el establecimiento de vías de ferrocarril, fábricas y comercio de gran calado del cual son muestras los grandes almacenes abiertos en el Centro Histórico. “Año 1907. El bosque del pasado”: “chapultepec fue abierto al público en octubre de 1907. Los fines de semana, una línea de tranvías que salía del Zócalo y corría por Reforma, arrojaba a las puertas del bosque familias cargadas de sombrillas y cestos de sándwiches. Los paseantes se derramaban en la callecillas —sigo una crónica de El Imparcial— ‘donde las frondas se entrelazan formando bóvedas’”.
Cabe mencionar que el Paseo de la Reforma es la primera avenida de comunicación del Castillo de Chapultepec con el Centro Histórico, un eje que fue perfeccionado con ideas de urbanismo provenientes del continente europeo.
Termino este breve recorrido donde la Ciudad de México nos platica y nos recuerda que enfrenta suntuosos retos de orden medioambiental y demográfico que se ha manifestado a través de su creación, La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos es un crisol de cultura, historia y diversidad en uno de los epicentros urbanos más dinámicos de la actualidad.
