Bernardo González Solano
Por más espinosos y altos que se hagan los muros, las vallas o las cercas de la ignominia entre los pueblos de la Tierra —como el que pretende continuar el nuevo Hitler estadounidense, Donald Trump—, no hay alambradas que detengan el éxodo de los desesperados. Desde la huída de Egipto de los judíos perseguidos por los carros del faraón, a la forzada salida de España de los republicanos vencidos en la Guerra Civil, a la urgente escapada de argentinos, chilenos, etcétera reprimidos por los generalotes dictatoriales de la Operación Cóndor, y tantos y tantos más en Europa, en Africa y en el Lejano Oriente, una constante de la historia es la huída de seres humanos perseguidos por el hambre, el fanatismo y por las guerras. Nadie puede negar el “homo homini lupus”, aunque no menos cierto es que el hombre es el único que puede salvar o ayudar al hombre. Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa no veía a miles y miles de personas (que sumarán millones) escapando de sus países de origen en busca de un mejor sitio para vivir. Tan simple y complicado como esto. Miles morirán en el intento, pese a que esta gran marcha es imparable.
Por lo sucedido en las últimas semanas, se advierte que la vieja Europa y muchos países extranjeros (incluyendo Estados Unidos de América, y el propio México, que en otros tiempos ha demostrado altísima calidad humana), no están a la altura en la última estampida del apocalipsis de la inquisición musulmana. Los que huyen se encuentran a su paso con otro de los jinetes con guadaña: nacionalismo y xenofobia. Europa está pasmada. La magnitud del problema los sobrepasó. Lo imprevisto llegó y nadie sabe, bien a bien, qué sucede y qué sigue. Todo se achaca a la guerra civil en Siria, que ya va para cinco años con cerca de 300,000 muertos. La contienda, como todas, provoca desplazados y estos se ven obligados a emigrar para salvar la vida y buscar un futuro aunque no sea halagüeño. Pero hay otras raíces guerreras del problema migratorio. No solo es la pobreza y la migración. Por razones poco comprensibles, quedan ocultos Afganistán, Eritrea, a los que hay que agregar Guinea, Nigeria, Costa de Marfil, Paquistán o Kosovo. De todos ellos fluyen corrientes humanas cuyo principal símbolo es la pobreza, la desesperación.
Este flujo humano se dispersa por todos los confines. Se sale y se entra por donde puede, por donde los traficantes (chacales en su peor acepción) hacen camino, en transportes que se convierten en máquinas mortales —vehículos y barcazas—, que enfilan para Italia, Grecia, España, Bulgaria, Rumania, Hungría (xenófoba como nunca en su historia), Polonia, con el propósito de establecerse en Francia y en la ahora benévola Alemania, que sin duda no olvida su comportamiento durante la Segunda Guerra Mundial. El Holocausto siempre está presente.
Mientras en las capitales europeas los mandatarios cuentan con los dedos de la mano su capacidad de admisión de los refugiados —emigrantes, exiliados, ilegales o transterrados, o como usted quiera—, y las playas y los campamentos de asilo se llenaban de desesperados, una fotógrafa captó una imagen que despertó la conciencia de millones de personas en el mundo, así como también la reacción de infinidad de xenófobos que campean como hienas en las fronteras de Europa. La foto de Aylan Shenu, de tres años de edad, ahogado frente a Turquía, es ya una metáfora del malestar mundial. La crueldad de la imagen no es solo lo que representa sino todo lo que hay atrás de la misma. Es el nuevo Guernica, el cuadro en el que Pablo Picasso glosó los horrores de la guerra civil española. Ahora, como otro Guernica que vale más que millones de palabras, la fotografía del niño ahogado en la orilla de una playa turca capta la brutalidad de la muerte de un inocente. El drama migratorio europeo ya tiene su icono, la foto de Nilufer Demir, que ya forma parte del álbum migratorio de la infamia.
Siria dejó de ser segura desde que comenzó la guerra en 2011, afectando a 7.5 millones de niños, cobrando la vida de casi 300,000 personas, de las cuales 15,000 son menores de edad. Siete millones y medio de infantes sirios necesitan ayuda humanitaria urgente; 2.6 millones no asisten a la escuela; dos millones son refugiados, más de 50,000 bebés ya han nacido en el exilio. Tremenda palabra que los marcará para siempre.
Aparte de Aylán Kurdi, otros 11 sirios encontraron en esa playa turca su lecho de muerte: entre otros, su hermano mayor, Galip Shenu, de cinco años, y una pareja de otros hermanos: Zainb Ahmed Hadi, de 11 años y Haider Ahmed Hadi, de nueve; de un quinto niño muerto se desconoce el nombre. Todos originarios de Kobane, Siria. La foto mencionada hizo que la prensa mundial los inmortalizara. ¿Para qué?
A semejanza de lo que sucedió hace pocos meses en México, cuando una oleada de niños centroamericanos se aventuraba a cruzar el territorio nacional a bordo del ferrocarril llamado La Bestia, sin la compañía de sus padres, con la “esperanza” de que los estadounidenses los recibieran por ser menores de edad, aunque la realidad es que solamente sufrían la repatriación a sus países de origen, dentro de la marea de refugiados que llegan a Europa hay miles de infantes que viajan sin sus progenitores. En Suecia, los centros de acogida calculan que cada semana llegan 700 niños no acompañados en condiciones siempre desesperantes. La mayoría de las organizaciones de ayuda coinciden en que se trata del grupo más vulnerable entre los migrantes, víctimas de abusos y de las redes de los traficantes, como pasa en México y en otros lugares. En 2013 llegaron a Europa más de seis mil niños sin padres. En 2015 no hay estadísticas confiables, pero algunas fuentes aseguran que fácilmente podrían ser diez mil.
De acuerdo a la ACNUR, la agencia de la ONU para atención de los refugiados, la presión de los que buscan asilo en Europa bajará a finales de octubre únicamente por cuestiones meteorológicas, durante el otoño y el invierno. Aunque tampoco se puede asegurar, ya que la desesperación de los que huyen de su patria es más grande que nunca. La agencia internacional calcula en 37,000 personas las que caminan a través de Grecia y Macedonia, camino a Hungría, cuyo presidente anunció que enviaría 4,000 soldados a la frontera con Serbia para impedir el paso de los trashumantes. Desde ese punto los migrantes se dirigen a Austria y Alemania.
Esto significa que sigue en aumento la masiva ola migratoria en suelo europeo, la más importante desde la última contienda mundial. El lunes 7 de septiembre Macedonia registró un nuevo récord: 7,000 entradas en solo 24 horas. La misma cantidad de refugiados que cruzaron Austria ese día con destino a Munich y Berlín. Por el momento, la presión de desplazaba del Mediterráneo central al oriental. Pese a todo, Hungría es la puerta principal. Desde hace dos semanas, el gobierno de Viktor Orbán, permitió a los refugiados abordar trenes —llamados los “trenes de la vergüenza”— con destino a Europa occidental sin exigirles documentación. Esto no significa que Viktor Orbán abandone el propósito de sellar la frontera con Serbia, ahora puerta principal al “espacio Schengen”, donde todos los europeos pueden circular libremente sin necesidad de mostrar su pasaporte. Por las mismas fechas, aproximadamente 200 refugiados, que llevaban niños, rompieron el cordón policiaco, por lo que el jerarca húngaro, Orbán, dijo: “Tenemos que acelerar la construcción de la alambrada”. Funcionario iluso que piensa que una valla impedirá el paso de los desesperados refugiados. La desesperación no la detiene nada ni nadie. Al tiempo.
Entre dimes y diretes, los europeos buscan la manera de dar cauce a la oleada migratoria. No todos aceptan la responsabilidad de admitirlos, pues saben que no hay dinero suficiente para darles albergue a todos. Angela Merkel, que muchos refugiados empiezan a llamarla “Mutter Angela”, dio la muestra y declaró que el problema no es pasajero y que debían prepararse para enfrentarlo durante muchos años. Además, consciente de que el aumento continuado de refugiados no es un fenómeno pasajero, el segundo de a bordo del gobierno germano, el vicecanciller y líder del Partido Socialdemócrata (SPD), Sigmar Gabriel, dijo el martes 8 de septiembre que su país tiene la capacidad para acoger unos 500,000 refugiados al año en el futuro próximo gracias a su boyante situación económica. “Sin duda podemos gestionar medio millón de refugiados (anualmente) durante varios años. Tal vez incluso más”. Sin embargo, con tono realista, Gabriel marcó un tope: “no será posible recibir cada ejercicio a casi un millón de personas”.
El problema migratorio en Europa no se resolverá en poco tiempo. Y no solo son sirios los nuevos exiliados. El mayor número se origina por esa guerra civil. Un paquistaní Imad Muhammad, de 17 años de edad, dijo a un periodista español que estaba en Berlín: “No sé muy bien qué voy a hacer aquí. Pero yo vengo de Peshawar, donde los talibanes bombardeaban las escuelas. Aquí no falta nada. Seguro que voy a estar mejor”. Pese a su corta edad, el joven tuvo que separarse de su familia y recorrer ocho países en busca de un futuro incierto. Esta es la cruda realidad. VALE.
