Patricia Gutiérrez-Otero

En su documental Masacre en Colombine, ganadora del Óscar en 2002, Michael Moore planteó que el tema del miedo es uno de los motores de la cultura estadounidense. Me refiero al tema del miedo, y no del miedo en sí mismo, en el sentido que, según el documentalista, esta emoción humana puede suscitarse voluntariamente en la sociedad para obtener un tipo de actitud y de comportamiento que beneficia a quien lo hace nacer. Desde comprar armas hasta formar parte del ejército que defiende “lo nuestro”.

El miedo se entiende como una “emoción humana” para responder a un estímulo real o imaginario que puede causar daño o hasta muerte. Lo real es aquello que experimento en mi mundo como una amenaza directa: el ladrón que me apunta con una pistola para que le entregue mi bolso. Lo imaginario surge en la persona, o grupo de personas, que lo experimentan como una amenaza posible, y da a pie a que alguien pueda suscitar esta emoción con algún fin: el rumor de que habrá despidos en la oficina y que para elegir se tomará en cuenta la impuntualidad o el no “ponerse la camiseta” o cualquier otra cosa…

El miedo, como emoción humana, surge como un medio de protección del ser vivo ante algo que puede dañarlo o dañar a sus seres más cercanos, lo que lo hace huir del peligro o atacar a quien pueda lastimarlo, pero también puede paralizar e impedir la acción, o provocar una serie de actitudes de sumisión ante el sujeto amenazante, por ejemplo, los periodistas que se autocensuran ante la posibilidad de que les inflijan algún daño, desde ser despedido de su trabajo y perder su fuente de ingreso y de acción, hasta ser asesinado.

Esta emoción, el miedo, se utiliza ahora en nuestro país para avivar en el mundo imaginario las amenazas que realmente existen y hasta las que no existen. En cuanto a las que existen está el ejemplo de los periodistas. Sobre las que no son reales, para poner un ejemplo contundente, está la campaña mediática contra López Obrador para que la clase media, y media aspiracional, lo percibiera como una amenaza. Artimaña usada por Anaya en el debate con Corral para quitarle credibilidad a éste. Este político fue implantado en el imaginario social con los rasgos de un comunista staliniano que, de llegar al poder, arrasaría con toda propiedad privada.

Este miedo real e imaginario está corroyendo la capacidad de acción de la sociedad civil, su posibilidad de darse cuenta de que como sociedad organizada el poder es suyo, y que puede usar este poder frente a políticos que ya no la representan. El miedo imaginario es capaz de sofocar los miedos reales, pero que no parecen estar relacionados con la vida política (en el sentido de polis). ¿De dónde surge mi úlcera? ¿Por qué tengo que tomar ansiolíticos? ¿Cómo le digo a mi hijo que no puedo pagarle estudios privados?

Defender el bienestar propio y familiar es legítimo. Saber cuánto estoy pagando por ello, es necesario. Decidir si quiero seguir pagando un aparente bienestar frente a amenazas imaginarias es cuestión de elección. La cura contra el miedo es enfrentarlo a través del conocimiento y de la acción, aunque esto duela, y deba hacerse inteligentemente, evitando la temeridad y desarrollando la valentía.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.