19 de septiembre

 

 

Una sociedad pospuesta se conforma de golpe:

son las brigadas de voluntarios… los héroes de los escombros.

Carlos Monsiváis

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

El día de ayer, 19 de septiembre, se cumplieron tres décadas de la emergencia de la sociedad civil como respuesta solidaria y colectiva a la atonía gubernamental ante la magnitud de una tragedia telúrica largamente anunciada y cotidianamente retada por los “avances tecnológicos” y la descomunal obsesión arquitectónica amparada en la egolatría de una clase política ensimismada en su simulación modernizadora.

Los sismos de 1985 no sólo exhibieron las debilidades de los tres órdenes y los tres niveles de gobierno en materia de protección civil, al tiempo de destruir mitos construidos —desde las cúpulas de poder— en torno a la necesaria tutela gubernamental de los capitalinos al poder omnipotente de un presidencialismo que, en la figura de Miguel de la Madrid Hurtado, se hizo añicos, a la par de las grandes construcciones fincadas por el régimen y abatidas por la fuerza telúrica. Ante la descomunal desgracia, la sociedad reaccionó, se organizó y demostró una capacidad de respuesta imprevista para las propias autoridades. La energía geológica derribó la falacia de inmadurez, abnegación y desarticulación social que por décadas nutrió el imaginario de la clase gobernante para imponer políticas inhibitorias, excluyentes y paternalistas que, muy lamentablemente, hoy renacen en el gobierno del Distrito Federal en contrasentido al anhelo democrático que la sociedad capitalina construyó desde los escombros de su ciudad herida.

La dimensión de aquella dramática catástrofe convulsionó a la sociedad en su conjunto, decantando movimientos ciudadanos que sustentaron la transformación sociopolítica que a partir de ese momento experimentó el Distrito Federal, y que en 1991 permitió la recuperación de los conculcados derechos políticos de los capitalinos, y que provocó la instauración de la I Asamblea de Representantes del Distrito Federal y una reforma política inconclusa que, tan sólo, ha permitido la recuperación del sufragio universal como instrumento de elección de los gobernantes de la capital y sus delegaciones.

Es evidente que este proceso transformador, surgido de la entereza y empuje de una sociedad civil desconocida para el régimen y su partido de estado, fue simiente consustancial a la adopción de una cultura de autoprotección y atención inmediata —en materia de siniestros— que propició la aprobación de la primera ley en la materia, como expresión del espíritu democrático que animó el proceso social de reconstrucción de la metrópoli.

Como seguramente afirmaría Carlos Monsiváis: es por esa sociedad conformada a golpes telúricos, por el solidario legado de los voluntarios y en homenaje a los héroes de los escombros, que los capitalinos no cejaremos en defender los avances republicanos en contra del retorno del autoritarismo excluyente que zopilotea sobre la vida democrática de nuestra ciudad.