Pionero en México del funcionalismo
Roberto García Bonilla
La arquitectura es una disciplina vinculada íntimamente con la existencia, la vida gregaria, el hábitat, la vida cotidiana… La construcción de un edificio, aún más, su apariencia, refleja formas de concebir el mundo, de organizar y distribuir los espacios, del vínculo de la luz y la naturaleza con la domesticidad en todas su implicaciones.
En la arquitectura convergen la técnica y el arte; valores estéticos con necesidades prácticas; innovaciones tecnológicas con aspiraciones de trascendencia; las nociones de bienestar y comodidad (confort/comfort) con el uso de materiales; denotaciones y connotaciones de belleza y el uso sustentable de recursos renovables o reciclables.
La tradición arquitectónica en nuestro país es milenaria; la riqueza de diversidad de épocas, estilos y dimensiones la encontramos en la Ciudad de México; un ejemplo excepcional es el Centro Histórico donde coexisten vestigios de la cultura mexica en el Templo Mayor —que guarda la concepción mítico-religiosa, política y social de los aztecas— a unos paso de la Catedral Metropolitana, consagrada a la Asunción de la Virgen María, cuya construcción tuvo tres momentos (1571-1657; 1657-1793; 1793, 1813) y abarca cuatro estilos (gótico, plateresco, barroco, estípite y neoclásico); y a unas calles está uno de los símbolos de la ciudad, la Torre Latinoamericana —que durante dieciséis años (1956-1972) fue el edifico más alto—, situado en contraesquina del Palacio de Bellas Artes, el museo más importante del país construido entre 1904 y 1934, ejemplo marmóreo del art nouveau y art deco.
Y a unos kilómetros de ahí se puede apreciar la Torre Mayor, del arquitecto canadiense Paul Reichmann, situado en el Paseo de la Reforma a unos pasos del Bosque de Chapultepec; ahora es el edificio más elevado del país y entre 2003 y 2010 fue el más alto de América Latina. La ingeniería sísmica aplicada a este edificio —de 225 metros y 57 pisos— posee una tolerancia de nueve grados en la escala de Richter.
Renovación de la arquitectura mexicana
Después de los movimientos armados en México y el inicio de la estabilidad política, la arquitectura mexicana se renovó. Y desde la segunda mitad de la década —en 1929, año del fin de las hostilidades de la Cristiada— se realiza la primera construcción funcionalista en México, heredera de Mies Var Der Rohe, Walter Gropius (Bauhaus) y del célebre Le Corbusier (1887-1965). En México los representantes más significativos de esta corriente fueron José Villagrán García, Enrique Yáñez y Juan O’Gorman.
El funcionalismo es una arquitectura radical que parte de los principios teóricos del arquitecto austriaco Adolfo Loos (1870-1933), quien señaló en su celebre texto Ornamento y delito —de 1908— un desarrollo estético que dejó fuera el adorno y el ornamento, lo cuales no se conjugaban con la cultura y expresión de ese momento; Loos propone la construcción de edificios completamente alejados de antecedentes históricos; concebidos a partir de elementos geométricos básicos en los cuales debía de imponerse la economía de medios con el uso de nuevos materiales y elementos contractivos industrializados, con predominio del cristal, del acero, del concreto armado y tabiques recocidos.
En las primeras construcciones de O’Gormán se propuso que el ideal era que “la forma de la construcción debería ser la respuesta fiel a los requerimientos de sus usuarios: La forma siguiendo a la función” (G. López Padilla, Arquitectura mexicana contemporánea, 2008).
La primera casa funcionalista fue concebida por Juan O’Gorman (1905-1982) descendiente de una familia irlandesa, cuyo patriarca en México sería Thomas Tadeo O’Gorman que llegó a nuestro país en 1821, como el primer embajador enviado por el Imperio Británico. Y en 1898 el ingeniero químico Cecil Crawford viajó de Europa ex profeso para trabajar en México con Francisco O´Gorman en Hidalgo; no mucho tiempo después, se enamoró de Encarnación O’Gorman Moreno. Xavier Guzmán Urbiola en “La primera casa funcionalista levantada en México por Juan O’Gorman” —contenido en Casa O’Gorman— añade: “Poco después, el mayor de los hijos de ambos, chozno de Thomas, justamente Juan, llegó al mundo en 1905”.
Optimización de todos los recursos
En las primeras obras funcionalistas de O’Gormán se concentra la organización de los espacios, el tratamiento de la luz, las plantas bajas libres y detalles focalizados en las escaleras o ventanales. En las escuelas primarias lleva hasta el límite la optimización de todos los recursos; principios que se conjugaban con postulados ideológicos posrevolucionarios. Se funden rigor y calidad en la composición del conjunto.
A primera impresión O’Gorman destaca por su arrojo y precocidad: a los 24 años había concebido una edificación que destacaba por su radicalidad; él había reprobado geometría en la preparatoria y concluyó de modo muy regular la clase de composición en la Universidad. Lo cierto es que en sus concepciones estaban presentes la historia social, la historia del arte y reconocimiento urbanístico de la Ciudad de México.
Edmundo O’Gorman (1906-1995) —prestigiado historiador, crítico de la historia tradicional descriptiva y el positivismo, autor entre otros libros, de La invención de América (1958) y México el trauma de su historia— llegó a comentar de su hermano: “El funcionalismo de Juan era extremo. En su casa lo bello estaba eliminado. La teoría adoptada por él pretendía que lo funcional fuese por consecuencia lo bello. Ésa es una ecuación dudosa, muy dudosa”. Mientras que para el mismo arquitecto, en México era fundamental una arquitectura funcional, “alejada de lo académico, y de lo que pudiera ser ortodoxia o sectarismo estético —y agrega—: tenía la necesidad urgente de hacer una casa que fuera ingeniería, más que arquitectura, que, como decía Le Corbuiser, fuera más una máquina para habitar, y así lo hice”.
Al referirse a la obra de O’Gorman, situada en la calle Diego Rivera en San Ágel Inn —ahora museo—, Enrique Yáñez señaló: “No encuentro la palabra pero, literalmente, esta casa entonces apareció. Se hablaba de ella, del arquitecto que la había proyectado”, aunque, aclara, que no causó polémica como se ha dicho. “Sí se decía que era fea, agresiva en sus colores (rosa, gris, rojo, amarillo y azul), desnuda y simplista en su volumetría.
Casa O’Gorman 1929 reúne tres ensayos —en edición bilingüe— sobre las ideas, las influencias y la gestación que llevaron al levantamiento de la casa de O´Gorman —concebida sobre todo a partir de su utilidad—, con losas sin recubrimientos de yeso y un sistema de construcción de concreto armado. Ésta es una bella recuperación de una construcción que sólo se propuso ser funcional; su autor también concibió el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, el emblemático edificio de la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria, situado frente a la Rectoría; de casas particulares como la del compositor Conlon Nancarrow (1912-997).
La selección fotográfica, como toda la factura de las ediciones de RM, es impecable; conforma, en sí misma, un documento y una aportación más a la historiografía de nuestra arquitectura, y de la obra de un creador cuya vida se interrumpió de manera funesta.
Xavier Guzmán Urbiola,
Víctor Jiménez y Toyo Ito,
Casa O’Gorman 1929, México,
RM-Conaculta-INBA, 2014.

