Ricardo Muñoz Munguía
El asombro que nos provoca un libro o una charla nos hace voltear hacia las extensiones del punto que indica el asombro. Así fue que en días pasados tuve la oportunidad de charlar con Mario Saavedra (Santa fe de Bogotá, Colombia, 1963) a propósito de su libro Rafael Solana: escribir o morir, del que tendremos la entrevista en el siguiente número, y el asombro me llevó a buscar su nombre en el librero, entonces encontré los versos de Atardecer en la destrucción (Ediciones Tintanueva). De este libro guardé unas notas mías que al volver la mirada sobre sus páginas confirmé que se trata de un poeta que logra tender puentes entre la vida y la muerte, la esperanza y la destrucción, el amor y el lamento.
Atardecer en la destrucción no tiene la limitante de ajustarse a un solo aspecto, avanza por varios caminos pero cada uno de ellos trazados con rigor poético. Lo que en mucho llama la atención del poemario, es en la mirada tan fija posándose sobre la muerte. Distintos ángulos aparecen, no sólo de la muerte, aunque predomine su presencia en el poemario, sino también del amor, de la esperanza, de un diálogo con forma serena y en su fondo de figura temerosa por la inevitable destrucción del puente que le lleva a su alrededor. Lo constante de la muerte viene a ser la “destrucción”.
En Mario Saavedra el lenguaje cobra enorme interés, lo hace vívido y vivo con una labor creativa que de manera sencilla y elegante va directo a despertar el asombro. Víctor Hugo Rascón Banda lo afirmó con precisión: “Después de leer un poema no volvemos a mirar y a sentir igual porque algo ha cambiado en nosotros, al ver y sentir ahora a través de los ojos y el sentimiento del poeta”.

