Hora de abandonar la misoginia

 

Humberto Musacchio

Hay 15 aspirantes a ocupar la rectoría de la UNAM a partir del 16 de noviembre, cuando José Narro Robles deje el cargo. Nunca, hasta donde se puede recordar, habían aparecido tantos candidatos, entre otras razones porque quien no tenía buenos amarres prefería no aparecer en la contienda.

En la UNAM, desde la publicación de la vigente Ley Orgánica, el 6 de enero de 1945, una Junta de Gobierno integrada por 15 personas es la que decide quién gobernará la máxima casa de estudios durante los siguientes cuatro años. Se optó por esta fórmula después de que, de acuerdo con la Ley Orgánica de 1933, era la comunidad entera, todos los profesores y todos los alumnos, quienes elegían a su rector.

Se dirá que el método de 1933 era mucho más democrático, pero lo cierto es que candidatos inescrupulosos compraban el voto, intimidaban a los adversarios, disolvían con lujo de violencia asambleas adversas y eran capaces de cualquier cosa, como ocurrió con el rector Rodulfo Brito Foucher, quien entre 1942 y 1944 gobernó con mano de hierro la Universidad Autónoma de México (la Ley Orgánica de 1933 suprimió lo de “Nacional”), echando mano de “la Bristapo”, un grupo de choque inspirado en las bestias pardas de Hitler, pues era el tiempo de la Segunda Guerra Mundial.

Los excesos de aquella administración motivaron la salida de Brito y la formación de una Junta de Avenimiento constituida por los exrectores Ignacio García Téllez, Manuel Gómez Morín, Fernando Ocaranza, Luis Chico Goerne y Mario de la Cueva, a quienes el presidente Manuel Ávila Camacho encomendó la redacción de una nueva Ley Orgánica, la que dio a la Universidad rango de organismo descentralizado de Estado, le restituyó el carácter de “Nacional” y quitó al Consejo Universitario el rango de máxima autoridad para depositar ésta en una Junta de Gobierno integrada por 15 miembros, encargada de darle rector a 400 mil universitarios.

De existir voto universal en la UNAM, nada garantiza que el PRI no recurriera al reparto de regalos, el chantaje, el apoyo a partidos paleros, el ratón loco, las casillas zapato y otros procedimientos que suele emplear ordinariamente. Lo anterior no significa que las fuerzas gobiernistas no estén presentes en los procesos universitarios. Tan lo están, que varios integrantes de la Junta de Gobierno tienen ligas de algún tipo, presentes o pasadas, con el Ejecutivo priista y por lo menos dos de los aspirantes eran funcionarios del gobierno federal hasta hace unos días, cuando renunciaron a sus respectivos cargos.

De modo que la Junta no puede alegar imparcialidad. Los dados están cargados, y lo único que puede impedir una imposición grosera es el miedo a un estallido estudiantil. En la larga lista de aspirantes a la rectoría hay perfectos desconocidos, académicos de segundo orden y algunas figuras reconocidas, como la brillantísima Rosaura Ruiz, directora de la Facultad de Ciencias, quien sería no sólo una excelente rectora, sino la primera mujer en gobernar la Universidad moderna desde su apertura en 1910 y la primera también si nos remontamos a la Real y Pontificia Universidad de México desde su inauguración en 1553. Como que ya es hora de abandonar la misoginia.