Nuestro profuso y profundo sincretismo

 

Como una pintura nos iremos borrando,

como un flor nos hemos de secar sobre la tierra.

Nezahualcóyotl

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La muerte en todas las civilizaciones —como transición o culminación de la vida— ha generado expresiones culturales muy profundas. En nuestras tierras, esas manifestaciones germinaron en un sincretismo profuso, profundo y extraordinario cuyos testimonios tangibles e intangibles forman parte de la Declaratoria de Obra Maestra del Patrimonio Cultural de la Humanidad otorgada por la Unesco en 2003.

Al arraigado imaginario católico, importado por los primeros frailes franciscanos en 1522, se fusionó la magnífica concepción mítico guerrera de nuestros pueblos originarios, que concedían a las muertes en combate, en sacrificio o en parto, un fin venturoso digno de homenaje, tal y como lo testimoniaba esa intervención urbana denominada tzompantli o muro de las calaveras que espeluznó a los teules, aquellos extremeños conquistadores barbados para quienes la muerte sólo era el paso a un más allá de gozo o suplicio, de homenaje u olvido, según fuese el caso.

Esta convergencia de imaginarios encontró en el tlacuilo indígena, curiosamente bautizado como Juan Gerzon, un prodigioso traductor pictórico, quien en los muros de la recia iglesia de Tecamachalco, en Puebla, plasmó al estilo indígena su visión de los cuatro jinetes del Apocalipsis, dándole a la muerte guerrera toda la preeminencia simbólica que le corresponde en la cosmogonía náhuatl.

El fallecimiento del invictísimo emperador Carlos I de España y V de Alemania, introducirá en el mundo novohispano el uso del túmulo (pira o catafalco), preciosista y efímera obra de arte usada durante las exequias, cuya belleza y simbología construirán un ritual que permitirá a los pueblos originarios integrar sus ancestrales ceremoniales ante la complacencia clerical, salvo algunas prohibiciones, como la que proscribió el Carro de la Muerte del convento de Yanhuitlán, Oaxaca, al constatar que la escultura de la Parca era “tanto o más venerada que el Señor de la Columna, durante las procesiones de Semana Santa”.

Mención especial merece el llamado Políptico de la Muerte, conformado por pequeñas pinturas en lámina —tipo exvoto—, que reproduce distintos momentos de la muerte, acompañados de textos alusivos de los que vale la pena extraer la siguiente cuarteta: Aprended vivos de mí / que há de ayer y oy, /ver como me ves fui, /y calavera, ya soy, anónimo novohispano seguramente conocido desde niña por Juana de Asbaje y que pudo haber inspirado su extraordinario soneto Este que ves engaño colorido, poema tan cercano al de su convecino Nezahualcóyotl, con quien coincide en conceptualizar la vida como algo hermoso y frágil, en una flor, alegoría que para la monja jerónima es al viento delicada, en tanto para el tlatoani-poeta es: como una flor que se ha de secar en esta tierra.