Carlos Olivares Baró

Amherst: en la casona familiar paterna viven encerradas la poeta Emily Dickinson (1830-1886) y su hermana Lavinia. Susan Gilbert, la cuñada, comparte la casa contigua. Emily, de vez en vez, pasea a su perro Carlo por los alrededores. Escribe versos que no comparte. Con Clara Newman, su prima, hay cierta confidencia: le muestra algunas estrofas. Lavinia procura el sosiego, el recogimiento y la soledad que Emily requiere para la creación. Dos mil poemas concluyentes en la lírica de lengua inglesa. Emily Dickinson: enigma y hechizo de la literatura universal.

Cámara nupcial (ERA, Conaculta, IVEC, 2015), del poeta y traductor Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957), sufraga, propicia pautas, cifra gestos y explora nuevos códigos en los empines de esa ensenada que se llama Emily Dickinson. “Para alcanzar el corazón de Emilia/ traspasé la armadura de un glaciar./ Me abrí paso con diminutos/ instrumentos de precisión,/ brújula imantada a un norte imposible,/ astrolabio de nebulosa evanescente”, informa el autor de Alianza de los reinos (1988) en los primeros versos de un cuaderno de encrucijadas en búsqueda de la arcana estación Dickinson.

Ocho ancladeros: La maquinaria del glaciar (pesquisa del poeta para dar con abrevias dickinsonianas: atrapar zumbidos nocturnos en las brasas), Epistolario (escritura “desde el lugar del agua que hierve./ A orillas de la gran laguna”, en la alucinación borboteante, en las vigilias), Tratamiento del espacio fotográfico (la ventana, un almanaque borroso, cartografía de la soledad, espejo infranqueable, ceniza…; el otro perfil de la noche en la restitución del olvido), Libro de adivinanzas (música crujiente, vahos anidados en la sombra, rumores trazados sobre mapas extraños), Invernadero (cálices, hebras, “pétalos dóciles”, polen, simiente, espejismo reposado en la enramada), Gabinete de curiosidades (incienso de resina pedregosa detrás de la ventana, una luciérnaga hambrienta empaña el único espejo; en la laguna, un sobresalto humedece a la noche), Viaje al centro de la nieve (azabache turbio que entinta la cellisca; la imprevisión: borrasca sobre el aura cruda; el alejamiento se extiende hasta la conjetura), La vía negativa (nunca un instante Emily: nunca una embozo: nunca una rendición: nunca el anhelo intercalado: nunca la alborada sin gemidos…).

Esquinca se zambulle, peregrino y azorado, en las frondas de un cosmos que sigue siendo “un sosegado delirio”. Es domingo, en la iglesia de Amherst un cántico despeja los trances del polvo. Ella firma, en su celda abrigada por el silencio, dilatadas cartas y se refugia en un sollozo de colores en sepia: la hermana escucha tras la puerta el diapasón desnudo del insomnio. Intertextualidades guarecidas en referencias que van de Bonifaz Nuño a José Alfredo Jiménez, de Catulo a López Velarde, de Virgilio a Rulfo, de Shakespeare a Jim Morrison, de Rimbaud a Pizarnik… Cámara nupcial: huertos perennes: heredad de Emily Dickinson. Contraseñas de entresijos manifiestos: inquietante abrojo. En este cuaderno “Zumban incesante las abejas de la nieve”: carcomen las pupilas de Emily. En Amherst, una muchacha retoza en la nevada.

La luz es difusa aún en la mañana, sombras de augurio reclaman el amor. “Aunque el momento del milagro es un relámpago infinito// Y las huellas en los astilleros de Galilea ocultan una flota de palomas.// Nunca más las vibraciones del sol desearán// Su Almohada de mar profundo donde una vez se casó ella sola” reflejada en un vitral con la mácula de un varón rondando el mareo de su virginidad.

Cámara nupcial: ajustes verbales que impugnan un follaje de perplejidades. Esquinca ha sabido acercarnos a ese “pájaro/ de música persistente/ como un molino vagabundo” que Emily Dickinson aprisionó en sus versos.