Pável Granados
No sabía que mi amiga, la economista Josefina Morales, era poeta. Tampoco me imaginaba que tenía su propia ciudad. De hecho, qué poco pienso que cada uno de nosotros tiene una ciudad propia. Y que en cada uno de nosotros hay palabras propias para decirla. Con ella coincido en lugares muy precisos, en fechas concretas. Me ha sorprendido prender la televisión y verla hablando de los problemas económicos de México. Igualmente, qué extraño encontrarla en el supermercado. Qué raro que tenga sus propias palabras para decir lo que nos entendemos cada vez que platicamos. Que extraño, pues las extrañezas se concatenan, que escriba su mundo propio. Qué extraño que en ese mundo propio se encuentre y se pierda un amor. Es la forma propia de la amistad, que nos dice tan poco de los otros. Y luego esos Otros aparecen de pronto en la poesía. Y me sorprende que lo que este libro muestra es una autora que dice “Yo”, “Amor”, “Palabras”, “Tú”, “Miradas”, con toda naturalidad. Si supiera ella con qué dificultades las tecleo cuando llega el momento, y luego las borro. A diferencia del esfuerzo de escribir esas palabras, qué fácilmente se borran. Ahora bien, no está suficientemente contada la historia de este libro. Qué bien que para eso sirva la poesía, para mostrar aspectos y ocultar otros. Definitivamente, este Yo que aquí habla no es el “yo” que pronuncia Josefina cuando vamos a tomar café. Se parecen, pero me llama la atención que en estos poemas el tema sea un vaivén entre el amor y las palabras. Y luego, las palabras sean una hoguera en donde arden las palabras junto con el amor. Conforme lo leo, veo que este libro es más un soliloquio que una conversación con un ausente. Es la construcción de un Yo, la construcción poética de una ciudad para habitarla, para llevar en ese espacio literario una soledad. Porque la realidad, qué molesta, siempre hay gente, citas, tráfico. Aquí no, aquí hay palabras, palabras que acompañan, que se van barajando para ser dichas. Y esa voz que se va construyendo también oscila, del “yo” al “ella”. Me parece magnífico el inicio del libro:
Silencio
calles que se van quedando solas
luz que desaparece poco a poco
no encontrar
hacia dónde voltear los ojos ni las manos
a veces uno tiene miedo
mucho miedo.
Tiene razón Milagros Salvador al comentar este libro: es significativo que la primera palabra de la primera página sea “Silencio”. Porque es una especie de paradoja, de punto inicial, de palabra de donde irá saliendo el contenido. Básicamente: la vivencia del amor perdido en una ciudad que no puede cobijar nada. Una voz poética que se imagina otras experiencias, las demás ciudades. La confesión poética (en lo que vale esta extraña frase: confesión poética, porque por más que se confiese, siempre es una creación verbal, un yo que no existía antes de que se confesara y que comienza a existir en el momento de confesarse. Le ponemos contenido a ese yo que comienza a existir y nos transmite algo que ya teníamos antes de leerlo. Pero por alguna razón, no sabíamos que lo teníamos dentro. Y no lo habríamos sabido sin leer el poema). Me pregunto cuál es el miedo que se expresa en ese poema primero. No es a la soledad, ni a la ciudad. Quizá sea un miedo a la evocación. Tampoco. Si precisamente lo que se desea es evocar… Quizá sea la efectividad de la evocación. Aunque me parece que también hay un miedo a desaparecer junto con la ciudad que se apaga. Porque el yo al verse en el espejo no se reconoce. Será que el amante ido se irá haciendo más real en tanto que el yo que lo evoca se va perdiendo.
Mi imagen en un espejo se refleja:
una cara que no conozco
un cabello desordenado
una cara que no recuerdo
y una vaga sonrisa que sí recuerdo
que eres tú
que fuiste tú un domingo en la ciudad
Una bella ironía. Un mundo y unas circunstancias creadas con palabras. “La trampa de las palabras”, la llama la autora. Porque me llama la atención que su ciudad sea Oaxaca, pero una ciudad que le pertenece no sólo porque haya nacido ahí (pues ni la recuerda), sino porque la construyó con palabras. Será que habitamos lo que construimos con palabras… Y luego, la posibilidad que nos da el lenguaje de nacer en la ciudad que hayamos creado. Y cuidamos ese espacio personal de la literatura, porque si no… Es que la autora evoca a Cavafis, y nos dice que si no cuidamos ese lugar arruinamos el mundo entero. Más o menos, es mi paráfrasis. Pero coincido con Josefina: mi lenguaje, mi obra, es mi parte de modesta belleza que contribuyo a crear con palabras. No sé si para ella esto sea algo parecido a la utopía, pero es lo que me gustaría preguntarle. Siendo ella economista, me gustaría saber cómo relaciona la poesía con esa utopía que se construye día a día con estadísticas, con noticias, con los datos de la Secretaría de Economía, es decir, con lo menos utópico del mundo. Y luego, de esa visión del mundo, por más pesimista que ésta sea, debe de salir la belleza, y ser compartida, o por lo menos, compartible. Y las palabras, ésas tienen cierta extrañeza para la autora. Me parece bien. Hay cierta desconfianza hacia ellas. Son como peces nadando dentro del yo. O bien una sustancia viscosa en el frasco que dice en la etiqueta: “Yo”. Hay que meter un cuchillo y untar con ellas fragmentos de realidad. Hasta que la realidad quede pasable. Porque la realidad ni se inmuta, no se conmueve. “De madrugada una niña a la ventana / esperando que el cielo se conmueva”. Las palabras recrean a una niña, la hacen vivir de nuevo, frente a una realidad que no responde a ninguna llamada. Por lo menos es la realidad del poema. Y aunque no tengamos posibilidad de tocar el interior del poema, conocemos esa parte interior. La autora nos la muestra, o la crea para nosotros. Belleza que no es estática, pues una palabra nace de otra. Es extraño, también, pero el amor da a luz al aburrimiento. Cómo es que son semillas de cosas tan dispares. Qué bonito el amor, se riega, se cultiva, y da su fruto, el adiós. Veo que he llegado tarde a la exégesis de esta obra, y que me preceden comentarios inteligentes en las páginas finales de este libro. Yo quería sólo agregar mis impresiones, los momentos de contacto entre mi poética de lector y su poética de creadora.


