Moisés Castillo, enviado

quote Ellos se lo buscaron, ¿a poco no?

La ciudad cada vez está peor: inseguridad, tráfico y pintas de los 43 por todos lados. No sabemos si esos muchachos están vivos o muertos,

pero los de Ayotzinapa arman puros panchos, protestan y protestan y desquician todo.

Si están desaparecidos, como dicen, ellos se lo buscaron, ¿a poco no?

Y mejor no vaya al centro porque los de la CETEG lo tienen tomado.

Estamos jodidos.

(Taxista de Chilpancingo,

20 de octubre, 12:20 p.m.)

Tixtla, Gro.- Tixtla vive días de confusión e incertidumbre, por lo menos ésa es la sensación que percibo cuando veo a la gente caminar por sus calles angostas. Platicar con alguien del pueblo es una verdadera hazaña, porque hay miedo de “hablar de más”. El miedo turba los sentidos y hace que las cosas no parezcan lo que son. Mitad verdad, mitad mentira, es la fórmula que se usa aquí para sobrevivir. La disputa por la plaza entre Los Ardillos y Los Rojos —escisiones del cártel de los Beltrán Leyva— ha provocado tal temor que los pobladores prefieren no salir después de las 21 horas. Toque de queda espontáneo.

Tixtla es como revelar una fotografía en un cuarto oscuro: la realidad, tal cual la vemos, empieza a configurarse cuando de los líquidos del revelado triunfan poco a poco en los contornos, los blancos y los grises y los negros y las sombras. La imagen destila desconfianza y alarma por la violencia que llegó hace un mes por el control de la ciudad de 40 mil habitantes. El municipio es fundamental en el trasiego de drogas, ya que conecta la región centro con la Montaña de Guerrero. Levantones, embolsados y ejecutados alteran los días del ayuntamiento ubicado a 14 kilómetros de la capital.

A pesar que se cumplió un año del caso Ayotzinapa y que poco a poco la violencia sube de tono, la presencia de la Policía Federal y del Ejército es nula en la zona. En Tixtla sólo hay 28 policías municipales, luego del despido de 42 agentes que reprobaron los exámenes de control de confianza. Ante la carencia de elementos de seguridad, la policía comunitaria hace lo que puede para que las personas realicen sus actividades sin preocupaciones. Sorprende que mucha gente haga evidente su deseo de disimular cualquier noticia capaz de perturbar.

“Vivimos normal. Nada ha cambiado: las chicas sólo buscan casarse o salir de aquí, ése es su objetivo en la vida. Los hombres siguen estudiando en la Normal para ser maestros”, comenta Josefina, una veinteañera que se encuentra sentada en la banqueta, a unos cuantos metros de la escuela de computación e inglés donde trabaja dando información.

Pero 14 de los 43 normalistas desaparecidos son de aquí, ¿no alteró en nada la tragedia de hace un año?

Josefina, mientras envía mensajes por WhatsApp, oculta con una sonrisa mentirosa su cara de tedio: “Sólo hay que confiar en el tiempo. El tiempo todo lo alivia”.

Los comandantes Fernando y Gustavo

Una decena de hombres y mujeres bajan de un camioneta pick up. La mayoría porta armas tipo escopeta y viste de azul marino con beige. Es la policía comunitaria que se formó hace dos años ante la espiral de violencia que padece el pueblo. Esta policía comunitaria (hay dos, la otra se cubre con pasamontañas, cuenta con armas R-15, AK-47 y pide cooperación a la gente por la seguridad que ofrece), todos los días, lleva a cabo operativos en las calles sin recibir algún pago gubernamental o apoyo económico de la comunidad. Realiza esta actividad porque quiere que los tixtleños vivan en paz y en armonía.

Los comandantes Fernando y Gustavo conocen perfectamente la problemática local: inseguridad, violencia, falta de desarrollo y oportunidades para los jóvenes. Explican que el momento decisivo para que se formara la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, que cuenta con 200 elementos, fue la inundación que sufrió gran parte del municipio tras el desbordamiento de la Laguna Negra.

“Apoyamos a la gente que se le inundó sus casas, eso detonó la creación de la policía comunitaria. En esa anegación de hace dos años, únicamente ayudaron los muchachos de Ayotzinapa y una que otra persona. El Ejército vino pero sólo a tomarse la foto. Realizamos un operativo de seguridad para que no se robaran las pertenencias de la gente y no hubiera saqueos.”

Fernando es el comandante regional y por las mañanas es campesino. Siembra maíz, frijol y otras verduras. También su esposa e hijos se sumaron a luchar contra la delincuencia.

“Principalmente hay robo a casa habitación y narcotráfico. Nosotros no nos metemos con los narcos pero buscamos un respeto, porque es imposible estar detrás de ellos. Con el hecho de hacer acto de presencia, nos respetan. La policía estatal, federal y hasta el ejército nos reconoce como agrupación.”

Por su parte, Gustavo tiene un taller mecánico de motocicletas y dice que su arma larga es hechiza. No tiene miedo a morir “porque todos vamos hacia allá”, y asegura que la organización es la mejor forma de defender a Tixtla del crimen.

“El miedo es normal, finalmente todos vamos a morir, no sabemos cómo y no nos interesa. Lo importante es qué hacemos en vida. Solo no puedo hacer nada si algún día agarran a mi esposa o a un hijo, organizados sí. El maleante la piensa, no se va a meter con alguien que está organizado, porque sabe que le puede ir mal.”

La policía comunitaria está consciente de que Los Ardillos y Los Rojos buscan calentar la plaza con levantones y muerte, pero hasta al momento no han tenido algún enfrentamiento.

“Otros pueblos, como Chilapa, sí son violentos. Aquí se quiere hacer lo mismo, pero mientras hagamos nuestros rondines no lo vamos a permitir. Sí hay delincuencia y entre esos grupos hay choques. Ellos saben a quién van a levantar, la guerra no es contra nosotros sino entre ellos. Mucha gente ha de tener miedo, pero si nos seguimos organizando no nos van hacer nada”, precisa Fernando.

A un año de la tragedia de Iguala, admiten que existe una polarización social. Saben que por cada burrada que cometa el gobierno, surgirá una bandera para el pueblo.

“El gobierno ha tenido esa capacidad de dividir a la gente, unos están a favor y otros en contra de la forma de lucha de los normalistas. Pienso que la gente del barrio de El Santuario y Santa Cecilia, sobre todo, es malagradecida porque los muchachos ayudaron mucho en esa contingencia. Se ve la apatía de la gente. Las autoridades le apuestan al olvido. Cada día que pasa es como iniciar de nuevo, la gente no puede olvidar ese crimen doloso”, indica Gustavo.

“A mucha gente no le importa el movimiento, a otros sí. Los muchachos no están solos ni los padres de familia. Aquí también se lucha para que no desaparezca la Normal, apoyamos la educación pública y buscamos el reconocimiento de la policía comunitaria por parte de los tres niveles de gobierno”, señala Fernando.

Padre Ignacio Muñíz

Padre Ignacio Muñíz

Tengo misa de 7

Toco la puerta de la oficina parroquial y aparece un viejito con una gorra del PAN. Busco al padre Ignacio Muñiz. “Pásale, soy yo”. Nos sentamos en una banca de madera y veo su rostro blanco y arrugado. Mientras saco la grabadora, pienso que sería buena una foto si logro que aparezca con esa cachucha deportiva.

“Pero apúrale —me dice—, porque tengo misa de 7 y salgo del pueblo una semana”. De repente aparece un gato pelirrojo y salta entre nosotros (desde niño tengo repulsión hacia los gatos). ¡Diablos!, perdón, es que me incomodan los gatos. “No te preocupes, es muy tranquilo.” Lo acaricia suavemente. “Qué quieres saber. Soy párroco, desde hace cuatro años, de esta iglesia de San Martín de Tours…”

A un año de la tragedia de Ayotzinapa, ¿de qué manera cambió la vida cotidiana de la gente de Tixtla?

Tal vez mi aportación es un poco pobre, porque verdaderamente esto se ha ensalzado más en la vida social y, concretamente, en la vida política. El caso Ayotzinapa se politizó. En la cuestión religiosa, en donde trabajo, sólo acompañamos en lo que nos van diciendo los padres de los normalistas. Vienen los familiares a pedirnos una misa de fortaleza para encontrar a sus hijos. No vivo ajeno a lo que está sucediendo en el pueblo. Aparte del asunto de los estudiantes, hay tensión en la comunidad.

¿Cómo califica la realidad de Tixtla?

Hay un clima benévolo, incluso hasta espiritualmente. Aquí la cuestión religiosa tiene sus usos y costumbres, algunas son un poco paganas, ante la carencia de sacerdotes y otros medios más efectivos para llevar la palabra de Dios.

Por otro lado, hay apoyo para los familiares de los estudiantes, existe una solidaridad. Pero no veo, en general, que la gente se organice para respaldar el movimiento. La gente aquí no ha sido indiferente, pero tampoco se ilusiona. Busca ser objetiva y así se comporta.

Luego de la desaparición de los normalistas, ¿la gente tiene miedo, está indignada?

Hay un clima de expectación. También hay dolor por lo que pasó. Los familiares tienen el derecho de hacer los reclamos correspondientes para encontrar a los jóvenes. Aquí vemos comprensible esa lucha, como dicen, “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Es una frase que suena bonito, pero también es imposible.

Todo Tixtla está tenso

¿Está de acuerdo con el “toque de queda”?

No sé exactamente cuál es el objetivo. Simplemente son expresiones del pueblo ante ciertas circunstancias que existen en el ayuntamiento, que no tiene la forma apropiada de conformación. Ahora existe un consejo popular y está tomado por personas ajenas a esas funciones. Con qué fines o justificaciones, no lo sé. Simplemente, Tixtla está tenso. A las 9 de la noche nadie puede estar afuera.

¿Hay presencia del crimen organizado?

Sí. Ha habido levantones, pero de eso no se puede identificar realmente quién fue. En Chilapa abiertamente está el crimen y parece que se está expandiendo la delincuencia.

¿Cuál es la labor de la Iglesia en este clima de violencia y de tensión?

Hay mucha incertidumbre y nosotros tenemos que estar con el pueblo, porque la Iglesia es el pueblo, es la gente que cree, lucha y se esfuerza todos los días, valiéndose de su fe, de su esperanza, de su amor al prójimo. Algo especial que la Iglesia pueda hacer para solucionar esta situación, la verdad es complicado. No hay que exagerar al decir que es un momento demoniaco o satánico, nada de eso, pero hay que tomar precauciones todos los días.

¿Tiene miedo de que abiertamente el crimen organizado llegue a Tixtla?

Es el miedo natural, como lo tiene la gente. Cuando hay amenaza de la delincuencia llega la tensión y puede ser tétrica la situación.

Hay versiones entre la gente de que están vivos los normalistas y otros dicen que están muertos, ¿cómo interpreta esta doble creencia?

Verdaderamente creo que no están vivos, esto no quiere decir que esté en contra de los padres de familia, al contrario, es una expresión que la he sostenido desde hace un año. Lo que ha pasado, definitivamente, es doloroso, pero uno también no puede mentir ni abstenerse de algo evidente.

El baño está listo

Termina la charla. Un joven le avisa al padre Ignacio Muñiz que el baño está listo. ¿Puedo tomarle unas fotos? “Claro.” A punto de hacer clic… “¡Espérame! deja me quito esto, no quiero tener problemas, ya ves cómo está la cosa.” La gorra con el escudo del PAN la deja sobre la banca y aleja al gato pelirrojo. “Adiós, que te vaya bien.” Cierra la puerta de madera.

Camino, sin rumbo, por Altamirano. Dejo atrás el mercado y el ruido de las motonetas. Me llama la atención la tranquilidad en esta parte de la ciudad. Las tiras de papel picado, que adornan la calle, producen sonidos de acuerdo con el viento. Afuera de una casa color marrón, platican un par de ancianos. Dicen que hace poco fue la fiesta de San Lucas, el santo del barrio, por eso hay arreglos multicolores. El barrio ofrece un aire desolado. Así es, en general, cuando uno se aleja del primer cuadro del centro. El bullicio cede paso a un silencio denso y amenazante. El miedo es lo único claro en Tixtla. El miedo trae abusos e ignorancia. ¿Cómo escapar de estos días y de estas horas?