Trece capos mexicanos a EU

 

 

Humberto Musacchio

México acaba de extraditar 13 reos a Estados Unidos. Todos ellos eran capos mayores o menores en sus respectivas mafias y, al cederlos al país del norte, el gobierno mexicano se desentiende de ellos y de esta manera reconoce su incapacidad para mantener en prisión a quienes cometieron delitos en territorio nacional.

Como se trata de individuos sometidos a proceso o ya procesados con sentencia condenatoria, al enviarlos al país del norte las autoridades nacionales de hecho condonan las sentencias, pues allá pagarán por los delitos cometidos en territorio estadounidense, no por los crímenes ejecutados en perjuicio de mexicanos, contra las leyes nuestras y con sentencias que deben purgar aquí. Esos delincuentes, en la abrumadora mayoría de los casos, son mexicanos, lo que debería bastar para que no salieran del país.

La vergonzosa decisión de entregar connacionales a otro país tiene un elemento agravante: los tribunales de la Unión Americana los procesarán por delitos cometidos en México que según las autoridades de allá incidieron en Estados Unidos. Por ejemplo, la exportación de drogas hacia aquel país, negocio que se hace desde aquí. Es como si México procesara a los empresarios que desde China nos mandan productos pirata, sustancias tóxicas o materiales de pésima calidad. Lo que se haría en ese caso sería procesar a quienes los introducen y venden en México, no a los productores chinos. Estados Unidos procede contra los productores mexicanos de drogas aunque jamás hayan pisado su territorio.

Jesús Murillo Karam, quien antes que Arely Gómez encabezó la Procuraduría General de la República, entregó a más de cien reos a la justicia gringa, pero en su descargo se dice que no eran “personas identificadas como líderes de organizaciones criminales”. Hoy, sin embargo, después de la fuga de Joaquín Guzmán Loera, la procuraduría quiere lavar su pecado poniendo en manos de las autoridades yanquis a cuanto delincuente le pidan.

Este vergonzoso entreguismo, que empezó con el inefable Ernesto Zedillo, continuó con Vicente Fox y llegó al paroxismo en el sangriento sexenio de Felipe Calderón, continúa hoy, con un gobierno que se asume como mozo de estribo de nuestros buenos vecinos y entrega mexicanos a las autoridades de otro país —a la España neofranquista, a Francia y al que lo pida— para ser juzgados por delitos cometidos aquí.

Lo único que falta es que el embajador de Estados Unidos despache en Palacio Nacional.