Entre López Obrador y el PRD
José Luis Camacho Acevedo
Lo proteico se define como aquello que cambia de forma o ideas. Algo así como una condición física o química que se destruye y se rehace de acuerdo con ciertos componentes del entorno que lo influyen y determinan episódicamente.
En el contexto de la lucha entre las izquierdas mexicanas por lograr atraer simpatizantes entre los electores que están hasta la madre de los malos gobiernos, y más los gobiernos que además de malos son corruptos, la actitud de Andrés Manuel López Obrador de denunciar y enjuiciar a “la mafia del poder” es hasta ahora la que encabeza las preferencias ciudadanas que demandan de manera urgente un cambio de formas y de ideas en los gobiernos de todos los niveles.
López Obrador tiene una actitud muy rentable en su virulenta capacidad de denuncia, que en la fotografía de medición de preferencias electorales de los últimos meses es el indiscutible favorito de los inconformes.
La semana pasada AMLO presentó un proyecto alterno para la construcción del nuevo aeropuerto; su idea resulta interesante ya que plantea utilizar espacios ya existentes que querían en desuso una vez terminado el que se encuentra en proceso.
La otra cara de la izquierda mexicana, es decir el PRD, partido que hace ya un buen número de años que ha dejado de ser una organización política a la que la sociedad considere un representante defensor de las causas de los pobres, por recurrir al lugar común instaurado en la nueva lexicología política mexicana por el mesías López Obrador, y ya los perredistas tampoco son abanderados de ideología alguna genuinamente cercana a la izquierda.
El PRD es el líder de sus corruptos hermanos gemelos el PVEM, el PANAL y el revivido PT, que trabajan, con el repudio de los electores manifestado en las urnas, como simples franquicias que se convierten en negocios muy rentables para las mafias que los controlan.
Esa impronta de corrupción y colaboracionismo del PRD de los Chuchos es, pues, historia escrita, muy conocida y por lo tanto ya cosa juzgada.
El nuevo escándalo del PRD protagonizado por su militante Erik Ulises Ramírez Crespo, alcalde de Cocula, Guerrero, con apenas escasos treinta días en el cargo, detenido en Cuernavaca con uno de los líderes de la organización criminal Guerreros Unidos, Adán Zenén Casarrubias Salgado, el Tomate, vuelve a ser la punta de un iceberg en lo que se refiere al fenómeno del narcotráfico al que los medios de comunicación y las autoridades de seguridad nacional en el país otorgan grandes espacios y amplias declaraciones respectivamente, pero sin presentar a final de cuentas resultados positivos, ya no digamos trascendentes.
Mientras el gabinete de seguridad de nacional le juega al rápido y furioso con despliegues de fuerzas, casi siempre más aparatosos que efectivos, para capturar a dos insignificantes piezas de una organización criminal cuya eficiente, profesional y poderosa estructura piramidal tiene al país y a sus autoridades de seguridad contra la pared, desde antes de que Felipe Calderón iniciara su guerra mediática contra el crimen organizado, el lavado de dinero sigue y el dinero del narco crece intocable.
El alcalde de Cocula detenido es un médico de muy bajo perfil delincuencial. Parece incluso ser un hombre honesto. Desde luego que el doctor Ramírez Crespo no es pieza importante ni en la logística y menos en la operación del trasiego de la goma de amapola que transita solamente de paso por el municipio del que fue electo alcalde.
El delincuente capturado, Casarrubias Salgado, es una pieza más importante que el espantado médico que despachaba como alcalde de Cocula, pero tampoco él representa siquiera a uno de los cuartos o terceros niveles de la pirámide de la organización criminal que desde la criptocracia controla ese negocio en el país.
En México, desde que se desmantelaron los servicios de inteligencia y se convirtieron en pagos de poder burocráticos, el país vive con esa grave carencia y padece, en consecuencia, todos los males que la improvisación trae consigo.
Jesús Reyes Heroles-González Garza le cobró a Felipe Calderón por haberle hecho encuestas a la medida con su corrupta empresa GEA-ISA dirigida por el impresentable Ricardo de la Peña, entre otras cosas, con la dirección del CISEN.
Le impuso al entonces presidente Calderón como cabeza de los servicios de inteligencia nacionales a un improvisado como Guillermo Valdés Castellanos, que por cierto ahora publica libros y dicta conferencias sobre el fenómeno de la delincuencia organizada, como si fuera un personaje con la autoridad moral que tiene Roberto Saviano, autor de la zaga iniciada con Cero Cero, que sí sabe del fenómeno.
El punto está en que sin servicios de inteligencia profesionales, el Estado mexicano jamás podrá tocar el punto más vulnerable de los mandos superiores de las organizaciones criminales de la droga: la estructura financiera con la que opera el lavado del dinero que obtiene de sus ilegales acciones.
Hoy México, con reportes del CISEN que rayan ya ni siquiera en la obviedad, sino en la ingenuidad, el gabinete de seguridad nacional continúa peligrosamente dando palos de ciego en su lucha contra el crimen organizado.
La crisis del PRD es de carácter instrumental y por lo tanto es otra cosa. Sus actuales líderes dan cada día una más clara impresión de que son instrumentos menores de poderosos intereses ligados al crimen organizado. El poder corruptor del dinero del narco los tiene penetrados hasta la médula. No hay mucho que buscarle para encontrar las ligas perredistas, y de otros partidos, con los narcos.
En el caso de la detención del exalcalde perredista de Cocula, el cínico de Carlos Navarrete dice que la PGR debió investigar los antecedentes de sus candidatos. ¿Y por qué la PGR debe asumir una tarea que no le corresponde?
Sin duda que los Chuchos son el principal problema del PRD para recuperar ante un escéptico y quisquilloso electorado una imagen competitiva en 2018. Por ahora los perredistas sólo tienen dos cartas para enfrentar a un desbocado AMLO: el independiente Miguel Ángel Mancera, que lo mismo sube que baja, y el genuino izquierdista y zorruno político que es el mandatario morelense Graco Ramírez.