A todos compete abatir

Julio A. Millán B.

La corrupción ya no sólo es asunto de politólogos, es un tema que se ha vuelto popular y está en boca de los mexicanos y las redes sociales han impulsado la práctica de la contraloría ciudadana.

Según el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, en México se ha logrado poco para abatir este fenómeno. En el 2014, el país obtuvo una calificación de 35 puntos de 100 posibles y el lugar número 103 de 175 países estudiados, lo que lo ubica entre los más corruptos.

Ahora bien, un tema a destacar sobre percepción de la corrupción, es que se basan en encuestas que se realizan a empresarios y ciudadanos quienes obviamente se refieren a la actitud de los funcionarios públicos y no a las propias. La corrupción tiene un contexto más amplio, no sólo se circunscribe a los actos de los funcionarios. Es bien sabido que en el soborno y/o la extorsión a los funcionarios necesariamente intervienen al menos dos partes, uno de ellas es el privado.

Los beneficios para los privados al propiciar, alentar o directamente corromper a un funcionario público, tienen en una primera instancia impacto directo en la economía de cada empresa, lo cual es difícil y complejo de medir. Una forma de dimensionarlo estriba en lo que las empresas o empresarios “consiguen” con la corrupción, entre lo que se puede enumerar la obtención de un contrato en condiciones favorables; condonaciones en multas, tarifas e impuestos; subsidios o beneficios de los que no se es sujeto o “población beneficiaria”; ahorros en tiempos de trámites, permisos y licencias no cabalmente validados y favoritismos en decisiones o sentencias judiciales, entre otros.

La práctica del soborno eleva los costos de transacción, lo que inhibe las inversiones sobre todo de empresas pequeñas y medianas que no pueden competir con las grandes en esos términos. En la misma línea, inhibe la inversión por parte de empresas extranjeras por falta de certeza jurídica y aumento de riesgo país.

La corrupción es un cáncer que nos carcome y prevenirlo o combatirlo depende no de leyes, políticas o castigos severos, sino de la actitud de los ciudadanos, funcionarios públicos, políticos y empresarios. En México se ha avanzado, pero falta mucho por hacer.

Muchos han dicho que la corrupción está en nuestro ADN, sólo baste recordar las palabras del cineasta Luis Buñuel en su libro Mi último suspiro, “México es un Estado fascista atenuado por la corrupción”.

¡Ahora es el momento de desmentirlo y actuar en consecuencia por el bien del país y por supuesto de nosotros mismos, como mexicanos!