Saltar sin red
El presidente Enrique Peña Nieto ha dicho en varios momentos que “primero los pobres”. Me queda en claro que es una frase, no un programa ni, mucho menos, una promesa. Pero por algo se comienza. Me indica que está consciente de algo que le duele.
En la ciencia médica, la analgesia es la ausencia de toda sensación dolorosa. Ésta puede ser espontánea o provocada. Puede ser benéfica o perjudicial. El dolor llega a ser un malestar pero, en muchas ocasiones, es un buen indicador. Su disfunción involuntaria puede llegar a la fatalidad. Muchas enfermedades han llevado a la muerte a aquéllos que nunca las sintieron y que, por lo mismo, nunca supieron que las padecían. La forma extrema de la analgesia provocada es la anestesia y la de la analgesia involuntaria es la inconsciencia.
Por otra parte, en la ciencia política, la indolencia se describe como la ausencia de toda sensibilidad social. También puede se involuntaria o provocada, dependiendo de que quien la padece esté en el error o en el engaño. También puede llegar a la fatalidad. Muchas alteraciones políticas derribaron regímenes que nunca sintieron y, por ello, nunca supieron. Las formas extremas de la indolencia son la indiferencia y la inconsciencia.
Decía, también que hay una indolencia inocua y otra letal. Hace muchos años escuché, a mi maestro de primaria, decir que nuestro mundo se acabaría cuando se apagara el sol, dentro de 5 mil millones de años. Ni entonces ni ahora comprendo cabalmente esa magnitud de tiempo. Pero recuerdo que la mayoría de los niños permanecimos indiferentes. A pesar de nuestra edad ya comprendíamos que esas palabras serían importantes en el pensamiento teórico pero irrelevantes en la realidad concreta.
Esa indiferencia es un síndrome de indolencia inocua. No me duele lo que no me afecta. Aclaro que la indolencia no siempre es un pecado reprobable. Porque una cosa es que no me duela porque no me afecta y otra, muy distinta, es que no me duela porque creo que no me afecta. Una es falta de interés y la otra es falta de responsabilidad.
Mi indolencia infantil era acertada. Más tarde me apliqué a la vida política y me instalé en el teorema de que, mucho antes de que suceda aquel apagón estelar del que hablaba mi profesor, nosotros habremos acabado con el planeta por la vía de la depredación, del descuido, de la guerra o del simple consumo. Por una o por otra, mi indiferencia de la madurez coincidió con la de la infancia.
Pero existen muchos otros eventos en los que la indolencia es plena inconsciencia, donde saltamos sin red en trapecios con sogas muy desgastadas y, sin embargo, creemos que a nosotros no nos pasará nada.
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