Ricardo Venegas

 Eduardo Milán (Uruguay, 1952) reside en México desde 1979. Ha publicado los libros de poesía Estación, estaciones (Banda oriental, Montevideo, 1975), Esto es (1978), Nervadura (Ediciones del Mall, Barcelona, 1985), Cuatro poemas (Torre de las palomas, 1990), Errar (El Tucán de Virginia, México, 1993), La vida mantis (El Tucán de Virginia, México, 1993), Nivel medio verdadero de las aguas que se besan (Ave del paraíso, Madrid, 1994), Algo bello que nosotros conservamos (Vitoria, México, 1995), Circa 1994 (Práctica mortal, México, 1996), Son de mi padre (Ediciones Arlequín, México, 1996), Alegrial (Ave del paraíso, Madrid, 1997), Razón de amor y acto de fe (Visor, Madrid, 2001), Querencia, gracia y otros poemas (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003) y Acción que en un momento creí gracia (Igitur, Tarragona, 2005), entre otros.

—Se ha referido a la “poesía problemática” como aquella que carece de lectores, ¿qué hemos dejado de hacer para que esto ocurra?

—No creo que hayamos dejado de hacer algo nosotros, es decir, yo por mi lado, la gente que escribe, el que lee. Un cambio de mundo sorprendió al arte. El mismo concepto de la vida en sociedad cambió. Pasamos de una sociedad donde la complejidad —una complejidad media, no especializada, claro está, una complejidad crítica mínima—, que había hace veinte años fue sustituida por una sociedad de consumo de información a gran escala donde ni siquiera se sabe qué tipo de información se consume. Además de los brutales rezagos históricos y de las carencias que se viven en nuestras sociedades donde la democracia es un fantasma meramente formal, disculpando el juego de conceptos. Ni el arte ni la poesía son responsables de esos cambios. Pero sí pueden ser los artistas responsables de lo que el mercado les pide y de lo que son capaces de ofrecer. Una “poesía problemática” hoy en día está reservada sólo para una media docena de interesados. El facilismo y el cualquiercosismo priman en nuestras culturas poéticas latinoamericanas, salvo excepciones, por supuesto, que siempre hay y no están escondidas.

—Ha dicho que actualmente es la calidad del lector la que decide qué tipo de poesía priva en los mercados, ¿es una tendencia que pasará?

—No tiene por qué pasar. Hace cincuenta años queríamos conquistar un “público”, un receptor general y calificado. Hoy hay públicos, receptores, menos y más calificados. Pero la tendencia general es a la simplificación, insisto.

—Ha mencionado que si de quinientos poetas, cinco son de calidad, ya es ganancia, ¿vivimos en México más en lo cuantitativo que en lo cualitativo?

—En México hay de todo, como corresponde a una cultura tan grande y variada, con lugar para todo tipo de expresiones artísticas. No me dedico a la estadística de los marcos de lectura. Pero, si algo entiendo de la escritura que se escribe hoy, creo que hay una primacía cuantitativa desbordada en relación al índice cualitativo. Sobre todo en las letras y en la poesía. Creo que la música es mucho más seria e inventiva, el teatro experimental, las artes plásticas dominan un aparato teórico mucho más sofisticado que en la literatura. Existen expresiones y modos de hacer arte muy diferentes a los de hace unos años, ya no hay tanta autocensura —no sólo política sino también formal—, no hay aquella definición obediente que se encontraba en los años ochenta. De cualquier manera hay grupos de poetas de excelente nivel entre los jóvenes.

—¿Qué injerencia tienen las redes sociales en el adelgazamiento de la calidad de la poesía actual?

—Yo no creo que haya un “adelgazamiento”, una flacura, como si la poesía estuviera en los huesos y eso por su parte estuviera mal. Eso sería lo mejor, si por estar en los huesos se entiende Trilce, por ejemplo. Varió la recepción porque varió el mundo. El despojamiento poético supone una valoración muy alta de la palabra poética. Hoy la palabra poética no tiene la altura aurática de hace cien años. Y las redes sirven para bien y para mal en cuanto a circulación de información de todo tipo, lo que no necesariamente afecta a la palabra poética. ¿Recuerda en Estados Unidos a las reservaciones indígenas? Bueno, la palabra poética está hoy en las reservaciones poéticas. Aquellas son, como usted sabe, los espacios que el sistema norteamericano destinó a los derrotados en la conquista del territorio que pertenecía a las poblaciones autóctonas. Heidegger hablaba del tiempo de la indigencia para nuestro tiempo —por otras razones que competían más al ámbito del espíritu. Yo creo que hay una derrota de la palabra poética tal como era considerada en el siglo XIX, por ejemplo. Hay otra concepción de lo que es un poema hoy en día. Un poema es un sistema de relaciones lingüísticas donde los signos se arreglan de una manera especial para producir un efecto estético. Esos es una definición fría de lo que puede ser un poema. Aquí no se ve por ningún lado el concepto de palabra poética como lo manejo. Y las redes sociales no tienen nada que ver con esta fantasmagoría de la palabra poética.

—¿Será que nos alejamos cada vez más de la lectura de la tradición y cada vez hay más poetas sin ella?

—La tradición es para quien la quiere, sobre todo hoy en día. La tradición como un concepto dinámico, poundiano, como a mí me interesa. Detesto esa cosa de ser adoradores de la verdad de la tradición y esa serie de conceptos que alienta un cierto fascismo de base. Quien necesita tradición la va a buscar y la encuentra. Todo está disponible. Y he ahí, por otra parte, el problema. Porque no todo es accesible para todos.

—¿A qué se debe que, después de Octavio Paz, no haya en México una tradición del poeta-crítico?

—Hay muchas razones. Pero no diferentes de las que hay en otros países. La crisis de esa figura es general. Corresponde a nociones de legado y de posicionamiento frente a qué es la poesía en este momento de la posmodernidad o como se llame este momento de crisis generalizada.

—¿Cómo ha sido para usted vivir en México como poeta?

—Difícil, como vivir como poeta en todas partes. Aunque, para ser honesto, vivir como poeta es casi imposible. Se vive como se puede. Y se escribe poesía. No hay el “camino de vida para quien quiere escribir o escribe poesía”. Me refiero a si uno quiere ser coherente con algún significado importante que le otorgue al vivir y escribir poesía.

—¿Con qué poetas de la generación de los cincuenta mexicanos convive?

—Josu Landa es mi gran interlocutor de los cincuenta en México. Mis otros amigos nacidos en los cincuenta como yo están fuera de México. Mis amigos mexicanos, salvo el caso de Josu que acabo de mencionar, nacieron en los sesenta o más cerca del presente.

—¿Cómo fue trabajar con Octavio Paz en una revista como Vuelta?

—Usted querrá decir “trabajar como colaborador en una revista dirigida por Octavio Paz”. Porque eso fue. Octavio Paz era un hombre muy exigente y leía detalladamente lo que se publicaba. Era una gran medida de nivel. La revista lo tenía y lo pedía. Es normal cuando el nivel es serio. Ya no se acostumbra.

—Parafraseando los dichos populares, ¿La poesía de México descansa en Paz?

—Octavio Paz es una figura fundamental de la vida intelectual y poética de México. Se trata de situarlo críticamente en su valor y en su lugar, cosas muy difíciles. Pero la cultura mexicana se lo debe.