Charla con Patricia Laurent Kullick | Autora de La giganta

 

Eve Gil

Patricia Laurent Kullick nació en Tamaulipas en 1962, pero desde hace varios años radica en Monterrey, por lo que se le considera “regia” en más de un sentido. Su primera novela —publicada tras haberse forjado un merecido prestigio como cuentista—, El camino de Santiago, resultó todo un suceso a nivel crítica y de ventas, algo tan difícil de conciliar; la consagró ipso facto como una de las más notables autoras mexicanas; nadie supondría que tras el éxito sobrevendrían quince años de silencio.

Y, sin embargo, aclara, La giganta, su más reciente novela publicada por Tusquets Editores, no es como suponen muchos “el retorno”.

 

Rara avis

“Publiqué otra novela entre El camino de Santiago y La giganta, El circo de la soledad, pero solo supieron de ella a nivel muy local porque se publicó en Ediciones Intempestivas de Monterrey, con un tiraje muy pequeño, y ya no se consigue. Le tengo mucho cariño a esa novelita. En El camino de Santiago había un cierto ángulo de inocencia con respecto al invasor y la de El circo de la soledad la protagonista es una mujer madura, madre de una hija pequeña. Tengo otra inédita llamada La jugadora, apostadora por adicción, y en ella alterno un poco entre infancia y adultez. La verdad, me da miedo narrar desde la perspectiva de un adulto”.

Patricia es una rara avis en el medio literario mexicano. Ingeniera química titulada, terminó cediendo a la pasión de escribir, pero no a la de publicar. Siempre que da a conocer alguno de sus trabajos es porque algún generoso amigo la convence o la propone a un editor. Difícilmente podría decirse que es tímida, pero sí profundamente entregada a su familia, para quien la escritura forma parte de esa intimidad, razón por la que no sorprende que sus libros sean en gran medida autobiográficos.

La giganta no es la excepción, aunque eriza la carne imaginar que la madre en torno a la cual gira esta historia narrada por la sexta hija de once años, y que vive un tanto obsesionada con la idea de matar a sus diez hijos, y de hecho lo intenta dos veces, sea parte de la vida de la autora.

“Es una novela de sobrevivencia —señala Patricia, con una mirada límpida y serena; ojos verdes como los de los diez hermanos de la novela, fruto de la relación entre una indígena y un ingeniero francés—. Hay mucho de autobiografía, aunque considero que la memoria es la primera ficción y la más grande mentira. Las cosas que nos pasan no las vivimos con los cinco sentidos, en el preciso instante en que transcurren, y con el tiempo las situaciones, por dolorosas que sean, se van atenuando. Yo sublimo lo que me pasa, incluso si por razones estratégicas la anécdota cambia o de plano tengo que inventarla. Pero el sentimiento de amor hacia mi madre permanece intacto. Lo mismo el que siento hacia mis hermanos”.

Continúa Patricia, con la mirada fija en aquel pasado: “Las madres mexicanas tenemos mucho de gigantas. Mi madre me daba unos «chingadazos», y no existe la mínima sombra de duda de que yo la adoraba, y creo que eso queda implícito en la novela. Nunca pensé en acudir al DIF, tampoco mis hermanos. No creo que todas las madres del mundo sean como las mexicanas y su famosa chancla. Lo heredamos por genética mestiza, y nuestro mestizaje se ha dado por la vía violenta”.

“De alguna u otra forma, estas madres siempre han estado solas con sus hijas. En el caso de Etienne —el padre— es un extranjero que soñaba regresar a su patria; que abiertamente suspira ante las fotos de los hijos que dejó del otro lado del mundo, y esa melancolía molesta mucho a su mujer mexicana, entre otras cosas porque nos gusta más el hombre fuerte, no tan sensible. Por eso parece tan sola aunque en realidad esté acompañada”.

La trama

La giganta es también una metáfora doméstica del mestizaje, señala Patricia: “México, creo yo, es el único país del mundo donde realmente se perpetuó el mestizaje. De cierto modo, las mujeres somos protagonistas de ese fenómeno, no solo por encubar la simiente extranjera, sino por convertirnos en las principales receptoras de violencia, y de alguna manera hemos propagado esa violencia contra nuestra propia prole, aunque por fortuna eso ya no es visto con la naturalidad de antaño. Actualmente las mujeres asumimos con mayor seriedad una cruzada contra esa violencia que en su momento propiciamos, porque la violencia doméstica se extiende fuera de los hogares y se propala”.

La acción de La giganta se concentra casi por completo en el hogar. Nunca se aborda la situación de los hermanos en la escuela, como si la casa y la madre constituyeran el universo, quizá excepto para Alberto, el mayor —reclutado por la Liga 23 de Septiembre— y Felipe, que pasa más tiempo con un doctor travesti.

“En la vida real, nosotros rentamos una de esas casitas del centro, donde lo mismo hay mansiones señoriales que pequeñas casuchas. La sala se convirtió en el cuarto de los diez hermanos, y en la única habitación dormían mamá y papá. Mi papá no era francés como Etienne, sino hijo de francés, pero al igual que Etienne era ingeniero civil, y sufrió el incidente que relato en la novela y la pérdida de su mejor amigo. Él hizo las carreteras de Oaxaca, aunque gente de ciertas etnias que no las deseaban recurrieron a la dinamita. En la vida real, sin embargo, mi padre hizo lo opuesto a Etienne pues abandonó a su primera familia por nosotros”.

“Por su parte, mi madre era muy parecida a la Giganta, y también usaba tacones que la hacían inmensa ante nuestros ojos, pues de por sí era una mujer alta, algo así como 1.72. Naturalmente, la narradora, que es la única cuyo nombre no se menciona jamás, soy yo misma”.

Los diez hermanitos de rubios bucles y ojos claros —o Efraín, apuesto trigueño de ojos verdes— descubren un día que en la tele solo aparecen niños como ellos, no así los que a diario se topan en la calle, y la narradora tiene la ocurrencia de ir en busca de “la tele” para que los contraten a todos.

“La gente «güera» también sufre discriminación. Cuando quiero comprar alguna artesanía me la quieren vender carísima porque me confunden con gringa, aunque también hay esta parte, de la que más me ocupo, que es la aparente fortuna de tener rasgos europeos para aspirar a ser artista de “«la tele»”.

Patricia Laurent Kullick tiene un total de cinco novelas, tres de las cuales permanecen guardadas y reconoce no tener propuestas ni intenciones inmediatas de publicar otra más. Como sea, es la clase de autor al que sus lectores nunca olvidan ni dejan de echar de menos. Su extraordinaria novela El camino de Santiago ha sido recientemente reeditada en edición de bolsillo también por Tusquets Editores.