Viernes 13 de noviembre, 21:15 horas
Hasta las 21:15 horas del viernes 13 de noviembre, la noche parisiense se desarrollaba como de costumbre: en las calles, gente con abrigos y chamarras gruesas porque el frío ya calaba; los noctámbulos iniciaban una larga jornada; los parroquianos (gente de a pie, como cualquier turista) llegaban a cenar o a tomar tragos en los restaurantes, los bistrots, las brasseries, o a ver una función en el cine, o a escuchar un concierto de música moderna (como en el popular Bataclan, donde el grupo de rock californiano Eagles of Death Metal, empezó su función con “Kiss the Devil” —como mal presagio—; o a bailar, o a ver un juego de futbol amistoso entre los equipos de Alemania y Francia, en el famoso Estadio de Francia, al que asistía el propio presidente François Hollande. Lo acostumbrado en la turística capital francesa, la hermosa e histórica ciudad de París.
De pronto…
De pronto, la noche se convirtió en un infierno. Estallidos de bombas, disparos con metralletas, pistolas; muertos (al momento de escribir esta crónica, jueves 19, sumaban ya 132) y heridos por centenares. Como una guerra.
Tal como lo habían anunciado varias veces, ocho terroristas del mal llamado Estado Islámico repartidos en tres grupos, hicieron estallar bombas en los alrededores del estadio, algunos espectadores creyeron que eran petardos, donde afortunadamente no entraron (de haberlo hecho la masacre hubiera sido inenarrable), otros terroristas disparaban, a mansalva, al azar, en contra de personas indefensas, sin importar ni género ni edad.
Al grito de “Alá akbar” (“Dios es grande”) disparaban sus armas que parecían nunca acabar los cargadores; en tanto, los parroquianos caían muertos o heridos, inermes, sin entender lo que sucedía. Los segundos parecían minutos y estos horas. La locura sanguinaria no tenía fin. Solo quedaba llanto, ayes, dolor y muerte. La Ciudad de la Luz se oscureció y se paralizó.
En un perímetro de tres kilómetros, en el centro de París, los terroristas dejaron un horripilante reguero de sangre. Los nombres de los establecimientos nunca se olvidarán. En el restaurante Le Carrillon hubo 12 muertos. En Le Petit Cambodge, 15 personas perdieron la vida, 10 heridos. A los clientes del café La Bonne Bière, en la calle Faubourg du Temple, casi esquina con Fontaine au roi, los terroristas les dispararon desde un Seat negro: cinco clientes murieron y otros diez heridos.
En la calle Charonne los yihadistas atacaron el restaurante La Belle Equipe, donde murieron 19 ciudadanos y nueve quedaron gravemente heridos. Por la misma zona se encuentra la sala de fiestas Bataclan, en el boulevard Voltaire, el local que más bajas sufrió: 89 muertos, antes de que los terroristas se inmolaran. La policía no se daba a basto, sacó cadáveres hasta las 15:00 horas del sábado.
Raúl del Pozo en su columna “Ruido de la calle” acertadamente dijo: “Es un símbolo que la matanza sucediera en sala Bataclan en el boulevard Voltaire. La guerra que ha estallado en París es entre Voltaire y Mahoma. Entre el ideal republicano que supera las etnias y las creencias y los inadaptados descendientes de emigrantes árabes. Aunque Voltaire escribió que las dos religiones tienen el mismo profeta —Abraham al que Mahoma define como un musulmán ortodoxo—, consideró que los dos monoteísmos están en guerra desde hace mucho tiempo… Ahora, mil 600 millones de musulmanes (el 23% de la población mundial) oyen el tambor de guerra contra los incrédulos, «a los que les es igual que les aconsejes como que no les aconsejes. Creen engañar al eterno. Sus ojos ven tinieblas y les espera terrible castigo»”.
Vieja violencia política
Según el testimonio de algunos testigos, los terroristas que atacaron a quemarropa a los asistentes al Bataclan gritaron a la multitud: “Les vamos a hacer lo que ustedes hacen en Siria”.
Por otra parte, al día siguiente la mayoría de los comerciantes de la zona prefirió cerrar, pero otros, como el propietario de una tienda de antigüedades frente al Bataclan, decidió no bajar la cortina y declaró a un periodista: “No podemos bajar los brazos. No le negaré que me da miedo terminar con una bala perdida. Pero no nos queda otro remedio que seguir viviendo”.
Asimismo, un grupito de artistas callejeros en plena Plaza de la República pintaba la histórica divisa de la ciudad de París: Fluctuat Nec Mergitur (“Es golpeada por las olas, pero no se hunde”), que tiene por emblema un barco. Frase que posiblemente se tomó de San Juan Crisóstomo que la aplica a la Iglesia Católica comparándola con un navío al que sacuden los temporales del mundo, pero que no han podido hundir hasta el momento. La frase se remonta al Anticristo, de Hipólito (s. III D.C.). Por cierto, el cantante francés Georges Brassens, la utilizó en su canción “Les copains d´abord” (“Los compañeros de a bordo”).
La historia cuenta que en París la violencia política es vieja y persistente. Del 21 al 28 de mayo de 1871, hace 144 años, en una de las bardas del cementerio de Père Lachaise, a unos metros del ahora famoso café La Belle Equipe donde los terroristas “fusilaron” a varios comensales, fueron ejecutados miles de defensores de La Comuna, la gran revolución popular que se había apoderado de la ciudad.
La policía parisiense habla de que lo sucedido ahora en el café fue algo parecido a un fusilamiento. Por el mismo rumbo, en el mercado Hypercacher, el 9 de enero pasado Amedy Coulibaly asesinó en una toma de rehenes a cuatro personas antes de ser ejecutado por la policía, poco después de los atentados contra los periodistas de la revista satírica Charlie Hebdo, donde los hermanos Kouachi asesinaron a 11 personas el pasado 7 de enero.
Un testigo de los hechos comentó: “Este ataque es peor, no solo por el número de muertos, sino porque el Hypercacher era un objetivo claro, ahora han fusilado al azar”.
Otro recuerdo: en la calle Des Rossiers estaba el restaurante judío Jo Goldenberg (ahora una tienda de ropa) donde en 1982 un grupo palestino ametralló a los clientes causando seis muertos y decenas de heridos, atentado que inauguró un oleada de terror que no ha acabado.
Estado de emergencia
La reacción oficial en contra de estos atentados fue inmediata. El presidente François Hollande se reafirmó al día siguiente. Afirmó en una rueda de prensa que el múltiple y coordinado ataque fue planeado desde el exterior. La investigaciones indican que en Siria y en Bélgica se planeó todo. El Estado Islámico reclamó en sus acostumbrados videos la paternidad de la masacre.
Y Hollande lo reafirmó: “es un acto de guerra que ha sido cometido por DAESH (acrónimo del EI, ISSIS en sus siglas en inglés) contra los valores que defendemos”.
Contra los instigadores de esta locura, Hollande prometió una guerra “implacable”. Y el primer ministro, Manuel Valls, declaró: “Devolveremos golpe por golpe para destruir a DAESH”. El lunes 16, en sesión extraordinaria del Congreso, Hollande pidió reformar la Constitución porque “estamos en guerra”.
Con el estado de emergencia decretado —que el lunes 16 Hollande pidió ampliar de 12 días a tres meses—, las fuerzas de seguridad iniciaron el sábado 14 el control total de las fronteras. En Francia solo se había decretado en estado de emergencia en otras tres ocasiones. La última en 2005, a raíz de los graves disturbios en barrios parisienses tras la muerte de dos jóvenes perseguidos por la policía. Permite prohibir la residencia en determinadas zonas a sospechosos, declarar áreas de protección o suspender eventos públicos.
La decisión de Hollande tiene repercusiones de carácter internacional. Inmediatamente el Elíseo anunció que París no renunciaba a celebrar la Cumbre del Clima prevista entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre, a la cual se espera asistan 120 mandatarios de todo el mundo y miles de especialistas. Así lo dio a conocer Laurent Fabius, ministro de Exteriores.
Antes de los atentados, Francia ya tenía un gran desafío para la seguridad de los asistentes, en una cumbre a la que se esperan 40 mil personas. Durísima prueba, sobre todo después de lo sucedido. Como apoyo a su viejo aliado, el presidente Barack Obama reaccionó al terror confirmando su presencia en París en quince días. Otros mandatarios han hecho lo propio.
En la cumbre del G-20 en Turquía, la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico ocupó el primer lugar de la agenda. Aprovechando el momento, Vladimir Putin acusó, sin identificar a nadie, que varios de los países miembros del grupo financiaban el Estado Islámico.
Hollande ordenó bombardear centros yihadistas en Siria, en su bastión de Raqa, y anunció la movilización del portaaviones, su buque insignia, Charles de Gaulle, para continuar con los bombardeos. Para el martes 17 ya habían lanzado dos rondas de bombas.
Tras identificar a tres terroristas kamikazes, la policía francesa y de todo el mundo están alertas para detener a otro de los hermanos implicados, huído, Salah Abdeslam, de 26 años de edad, descrito como “peligroso”. Por desgracia, aunque lo capturen, vivo o muerto, a él y a otros, habrá más atentados yihadistas, pues su propósito es que el Califato “dirija” el mundo. Si el Estado Islámico no es derrotado seguirá el derramamiento de sangre.

