¿Visita de Estado o pontificia?
Mireille Roccatti
La relación del Estado mexicano con la Iglesia católica y en especial con el Vaticano ha estado a lo largo de la historia llena de avatares. Es de todos conocido que la influencia de la Iglesia católica en la Nueva España —que se confundía en algunos renglones con la propia autoridad virreinal— de alguna manera se traspasó a la naciente república, y su participación política con el partido conservador llevó al régimen liberal a emitir primero las Leyes de Reforma, que después incorporó a la Constitución de 1857.
La merma de su influencia política y su pérdida de predominio económico la condujo a impulsar la instauración de la monarquía con Maximiliano, y luego vivió un largo entente de entendimiento con el régimen porfirista, y posteriormente tras el triunfo de la Revolución se enzarzó en un conflicto con el nuevo gobierno, llevado al extremo de un alzamiento armado, conocido como la “guerra cristera” y que culminó con un nuevo entendimiento con la autoridad estatal.
Este brevísimo recordatorio de la relación Estado-Iglesia en nuestro país viene a cuento ante el anuncio de una próxima visita del papa jesuita, el argentino Mario Bergoglio, y las reacciones que ha generado. Sin obviar la manipulación mediática de una fotografía tomada en ocasión de una audiencia general en San Pedro, por el sempiterno aspirante presidencial, que buscó de esa manera obtener réditos políticos anticipados.
Los antecedentes de visitas papales nos remontan al lejano 1979 cuando el papa Juan Pablo II, quien estuvo en cinco ocasiones en nuestro país, visitó por primera vez México y fue adoptado como un papa mexicano, en buena medida porque al descender del avión su primer gesto fue besar el suelo mexicano. El Pontífice fue recibido por el presidente José López Portillo, quien se dirigió a él como “distinguido visitante”. La visita duró seis días y todavía se recuerda el conflicto del presidente con su entonces secretario de Gobernación, Jesus Reyes Heroles, quien preconizaba y logró un respeto irrestricto a la legislación, y López Portillo y su familia hubieron de contentarse con una misa privada en Los Pinos.
Hubo de trascurrir once años para que el papa regresara a México, en 1990, con Carlos Salinas de Gortari como presidente. El Pontífice visitó la Ciudad de México, Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Jalisco, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa, Tabasco y Zacatecas.
El nuevo estado de cosas propició una modificación constitucional y legal del marco jurídico que modernizó la relación Estado-Iglesia, reafirmándose la laicidad del Estado. Tres años después, en 1993, el papa Juan Pablo II hizo una breve visita a Yucatán y aún se recuerda su discurso en Izamal, Yucatán, a los indígenas y su petición de respeto a todas las etnias de la región.
En 1999, durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, invitó por primera vez al papa en calidad de jefe de Estado. Posteriormente en 2002, ya muy enfermo en su última visita a México, Juan Pablo II recibió del entonces presidente Fox un beso enel anillo del obispo de Roma al darle la bienvenida, gesto que rompió todos los protocolos diplomáticos.
Ahora que se anuncia la visita del ocupante de la silla de San Pedro, habrá que esperar para el trato protocolar, si se trata de una visita de Estado o es una visita pontificia. Se anuncia que es posible que, desde la Ciudad de México, se traslade a Ciudad Juárez, Michoacán y Chiapas. Por lo pronto, son muchos los políticos que buscan la foto con el papa y, desde luego, las intrigas dentro de las autoridades eclesiales mexicanas son la comidilla de la clase política.