Todos necesitamos de todos

 

En la vida individual, en la colectiva y, sobre todo, en la vida política, hay quienes desfilan y quienes hacen valla. Existen aquellos que se convierten en los protagonistas del evento y que se instalan en el estrellato de la vida nacional. Pero, también, existen quienes tan solo nos toca estar como observadores o como simples mirones.

Sin embargo, todos tienen su recompensa. Los que desfilan son vistos y a los de la valla nos toca ver. Los que desfilan no ven el desfile. Todo el tiempo se la pasan viendo, tan solo, a sus compañeros que los preceden. En compensación, nosotros sí podemos ver a todos. En realidad, ellos hacen el desfile y nosotros lo disfrutamos.

Ese es el deleite de la expectación política. Ellos inventan el guión, seleccionan el elenco, maneja la dirección, fijan el precio, determinan los horarios y son los dueños de la producción. Pero toca a nosotros ir a verlos o desairarlos. Aplaudirlos o imprecarlos. Criticarlos o ignorarlos. Recomendarlos o censurarlos.

Pero, sobre todo, ellos se van, como en el desfile y nosotros nos quedamos. Cuando termina la temporada de exhibición de esa obra o filme, ellos salen de cartelera pero la sala y los espectadores volveremos a reunirnos para ver la siguiente.

Eso es parte de nuestra convivencia política. La convivencia política plena, dentro de las democracias, se basa en la cohabitación. La convivencia social plena se basa en la solidaridad. La fórmula de la cohabitación deviene de la aceptación de que todos tenemos que vivir con todos. La fórmula de la solidaridad proviene del reconocimiento de que todos necesitamos de todos.

La cohabitación, por esencia, sólo es susceptible en la democracia y en la libertad. Consiste, en la más infantil de las descripciones, en que nadie quiera quedarse “con todas las canicas”. En que nadie se apodere de las potestades de otros. En que todos entendamos que el país es de todos y no solamente de unos cuantos. En que el presidente de la república no deseara, aunque sea por instantes, que no existiera el congreso. En que a los congresistas no se les antojara que se difuminara el poder judicial. En que los gobernadores no apetecieran, ni en sueños, que no existiera el gobierno federal.

Sin embargo, sería muy difícil poder asegurar que estos deseos nunca han existido, aunque confiamos en que cada día estarán más lejanos.

Esta manera de pensar deviene, quizá, de la senda histórica por la que hemos transitado los mexicanos desde los inicios de nuestra vida independiente y que nos ha llevado, de muchas maneras, a la equivocada concepción de confundir la política con la conquista. Es decir, a considerar que el triunfo político implica, ineludiblemente, la sumisión, la remisión y, de ser posible, la difuminación de los derrotados. Es parte de nuestra muy peculiar y muy idiosincrática visión de los vencidos.

Las concepciones modernas de la pluralidad, de la cohabitación y de la unidad en la diversidad tendrán que ser uno de los perfeccionamientos de nuestra vida colectiva en los años por venir, pero sólo se logrará a base de entendernos, de aceptarnos y de tolerarnos con una férrea voluntad para no apartarnos de nuestra conciencia de nación.

Hoy vivimos una democracia moderna en lo que concierne al funcionamiento del sistema. Pero, prevengámonos de que no la tengamos en lo que concierne al funcionamiento de la psique. De aquí en adelante cada partido que triunfe tendrá que vivir y convivir con los partidos que no alcancen la victoria. Ninguno de los derrotados va a desaparecer. Repugnante aspiración de aquellos que sueñan con borrar de la vida nacional a los derrotados. Sistemas del siglo XXI y pensamientos del siglo XIX.

La madurez y la confianza no dicen que todos necesitamos de todos.

 

 

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