Oportunidad dorada
La confirmada vista del papa Francisco a México, que tendrá lugar del 12 al 17 de febrero de 2016, se presenta de suyo interesante ya que combinará una doble agenda integrada por asuntos religiosos y oficiales. Dicho de otra manera, en nuestra tierra el Papa ejercerá las dos funciones que son inherentes a su investidura, es decir, jerarca máximo de la iglesia Católica y Jefe de Estado de la Santa Sede.
En estas condiciones, mucho se puede especular sobre la forma en que el Papa habría concebido su viaje y las motivaciones que podría haber invocado en el contexto del magisterio de paz y misericordia en el que está empeñado su pontificado. De la paz se puede decir mucho, y más si se trata de las enseñanzas de la Iglesia, en particular a partir de que Paulo VI publicó su encíclica Pacem in Terris, en la que hizo un importante llamado al mundo a favor del desarme nuclear y la construcción de condiciones de desarrollo y seguridad internacional adecuadas al escenario de la confrontación Este-Oeste. Desde entonces ya pasaron varias décadas y la tensión bipolar se disolvió. Con ello en mente, Juan Pablo II publicó su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, en la que abordó los riesgos que plantean a la paz y a la estabilidad sociopolítica de las naciones el subdesarrollo, la falta de oportunidades, la concentración de la riqueza y la injusticia social.
Las enseñanzas de los papas antes citados son, sin duda, referente central de la labor pastoral y política que está realizando actualmente el papa Francisco, misma que lo ha llevado a publicar su encíclica Laudato Si, en la que expresa la obligación del género humano de detener el deterioro del medio ambiente y preservar al planeta como casa común. De igual manera, a través de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, propone una Iglesia “pobre y para los pobres”, que a través de la “teología del pueblo” permita avanzar en el proceso de la nueva evangelización. Como se puede ver, ambos documentos tienen como eje articulador el capítulo del desarrollo y, de alguna forma, hacen un llamado a los gobiernos de los países más poderosos para adoptar medidas que hagan de la globalización un fenómeno virtuoso, con capacidad para derramar sus beneficios en todos los rincones de la esfera.
Para los conservadores que pululan dentro y fuera de la Iglesia, la línea del actual obispo de Roma es de izquierda e incluso algunos se han atrevido a decir que Francisco es comunista. Por supuesto, nada hay más ajeno a la realidad. Basta con echar una mirada a sus planteamientos, incluso cuando era cardenal, para confirmar que si bien es un religioso “con vocación social”, también tiene claro que no son útiles los encasillamientos ideológicos, sobre todo porque propician la intolerancia y merman el avance del diálogo interreligioso que con tesón estimularon sus dos antecesores en el trono de San Pedro y al que claramente el papa argentino está dando continuidad.
En este contexto, la visita a México se presenta como una oportunidad dorada para que Francisco retome el mensaje que dio al mundo hace unos días durante la denominada Jornada Mundial de la Paz 2016, el cual se centró en el combate a la indiferencia acerca de eventos que, en su opinión, son sintomáticos de una “tercera guerra mundial en fases”, como es el caso del terrorismo, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos y la prevaricación, entendiendo por dicho término la adopción deliberada de resoluciones injustas, con plena conciencia de esa injusticia. Según Francisco la paz está, efectivamente, amenazada por una “indiferencia y despreocupación globalizadas” a los fenómenos sociales antes citados, ya que crean pobreza, fomentan la exclusión, se apartan del Estado de derecho y merman la seguridad internacional.
Para redondear estas tesis y en el cincuenta aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, Bergoglio dio a conocer recientemente la bula Misericordiae Vultus, mediante la cual convocó al Jubileo Extraordinario de la Misericordia y al Año Santo, el cual inició el pasado día ocho y que no es otra cosa sino la respuesta a esa indiferencia mediante la instrumentación de acciones orientadas a combatir la precariedad y el sufrimiento en el mundo. Entre los múltiples aspectos relevantes de dicha bula, destaca el vínculo que hace entre justicia y misericordia, a las que considera como dos dimensiones de una misma realidad que, en la perspectiva eclesiástica, se realiza en la plenitud del amor. En opinión de Francisco este concepto de justicia, cuando se lleva al ámbito de lo secular, muta en favor del “legalismo” y de la obligación que tiene toda autoridad de observar la ley y de dar a cada persona lo que es debido. Sin embargo, dice el Papa, la justicia por si misma no basta ya que, cuando se apela solamente a ella se corre el riesgo de destruirla.
El conjunto de estas reflexiones estará, muy probablemente, en el centro de los mensajes que ofrecerá Bergoglio durante su próxima estancia en México, tal y como ha sucedido en los otros países que ha visitado. Por ello es previsible que, más allá del dogma, sus planteamientos no caigan al vacío y, más bien, vengan a darle la razón al notable empeño que ha puesto el gobierno de la República para fortalecer el Estado de derecho y garantizar el acceso de todos los mexicanos a la justicia, en su sentido más amplio. La visita papal brindará, de igual manera, oportunidad para confirmar una vez más el compromiso de México con la paz y el desarrollo, así como su condición de interlocutor relevante de las relaciones internacionales y de actor con responsabilidad global.
Internacionalista