En Estados Unidos hay un programa de televisión que goza de un nutrido auditorio, se llama “Jefe Encubierto”, donde el propietario de una empresa cambia su apariencia y se mezcla entre sus empleados para conocer la forma en que se labora en sus negocios, cuáles son sus aciertos y cuáles sus habilidades, además de detectar a sus mejores o más potenciales empleados.
Esta práctica, les permite a los empresarios determinar los cambios obligados para que sus empresas se transformen en negocios más prósperos sin perder su sentido humanitario, social y solidario hacia el interior de los mismos: trabajadores más satisfechos es igual a empleados más eficientes.
El programa obliga a los empresarios a vivir en carne propia todos los altibajos laborales que sus empleados padecen, desde la falta de una capacitación adecuada hasta las groserías de clientes insatisfechos pasando por la carencia del equipo necesario para desempeñar eficientemente sus tareas o los conflictos internos entre los trabajadores.
Eso es lo que hace falta en México: que sus gobernantes de cualquier orden o poder, vivan en carne propia lo que el grueso de la población padece para que se hagan conscientes de la situación que se vive y actúen en consecuencia.
Si los integrantes de la Comisión de Salario Mínimo en México supieran lo que es sobrevivir, cuando se puede, con apenas 70 (ahora 73) pesos por día, lo pensarían dos veces antes de consentir en aprobar un aumento salarial de tres pesos frente a los altos costos de productos básicos, ya no digamos aquellos artículos de medio lujo.
Pero además, vivir en carne propia la pobreza obligada por esos bajo salarios, debería de ser una condicionante para todos aquellos que gozan de un cargo de elección popular o del beneficio de ser best friend de los que ostentan el poder en cualquier nivel de gobierno, en cualquier institución u oficina pública.
Así, si supieran realmente cómo es vivir con un salario ínfimo, sin contar aún con su maravilloso aumento del cuatro por ciento, los discursos de protesta en las cámaras baja y alta del país, no se quedarían en el papel o el estrado, irían más allá obligando a quienes deben a ejecutar planes adecuados a los tiempos actuales.
Empezarían además por limitar los increíbles salarios y presupuestos que se destinan anualmente a organismos como ese de la Comisión de Salario Mínimo, cuyo titular se embolsa mensualmente algo así como 150 mil pesos.
Porque por mucho que digan que el salario mínimo que perciben los trabajadores mexicanos es insignificante, inoperante y una carga para el país, mientras se permita que siga operando la comisión encargada de fijar el salario, México continuará por la senda de la inequidad y la injusticia social.


