Bolivia evidenció de nueva cuenta su gran machismo. Como si fuera el mayor insulto, Bruno Álvarez, alcalde del pequeño poblado de Caquiaviri, fue vestido de mujer como castigo por irregularidades en su gestión y por tener un gobierno que avanza a “paso de tortuga”.
El machismo no sólo está asociado a prácticas físicas violentas y a los feminicidios que tienen a Bolivia, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, en la lista negra con mayores casos.
Se entiende por machismo cualquier actitud degradante o denigrante, y toda aquella agresión física, verbal, psicológica, económica y social que se ejecute en contra de una mujer por el simple hecho de ser eso: mujer; en Bolivia lo practican y es casi casi una doctrina, muy asociada también a la pobreza.
Pese a los avances tecnológicos, las decenas de tratados, el trabajo en esta materia de la Organización de las Naciones Unidas, y los compromisos internacionales firmados por países donde esta práctica es común, incluido Bolivia, el machismo sigue tan arraigado como las más acentuadas costumbres.
En el caso de Bolivia no solo se habla de un acto cometido por un hombre contra una mujer, sino también, de una conducta colectiva, donde su máxima autoridad pone constantemente el ejemplo.
El alcalde de una comunidad de los Andes de Bolivia fue obligado a utilizar un traje de mujer aymara por los habitantes de la localidad que gobierna, quienes lo acusan de una mala gestión y por ello, consideraron oportuno castigarlo.
Rafael Quispe, diputado de ese país, presumió la noticia en radio, y difundió cómo el burgomaestre fue descubierto en irregularidades y que por ello, “lo vistieron de pollera, de mujer”.
Caquiaviri, comunidad boliviana situada a cerca de 100 kilómetros al suroeste de La Paz, registró el paseo “obligado” del alcalde que, vestido con pollera amarilla y sombrero tipo bombín, típico de las mujeres aymaras, realizó como parte de su castigo al mantener un gobierno que avanza a paso de tortura, según consignaron distintos medios.
Ésta no es la primera vez que comunidades bolivianas se asumen por encima de sus autoridades y “castigan” conductas o resultados de sus gobernantes con los que no están satisfechos.
Vestir a los hombres gobernantes de mujeres, es común y tiene el único fin de hacerlos sentir avergonzados por ser ineficientes. La denigración implícita hacia el sector femenino es más que evidente: no hay nada peor que conducirte como mujer.