Balance de 2015
El año 2015 será recordado por eventos emblemáticos que acreditan la enorme complejidad de las relaciones internacionales contemporáneas. Los grandes temas de la denominada nueva agenda global se han consolidado y la comunidad de naciones avanza en su diagnóstico y reglamentación. Son, en todos los casos, asuntos que rebasan fronteras y que afectan por igual a todos los pueblos en todos los rincones de la esfera. Tal es el caso del medio ambiente y el calentamiento global, temas de género, derechos humanos, migración y, por supuesto, el terrorismo, que este año adquirió una faceta particularmente violenta en los dos ataques ocurridos en París, el primero en enero contra el periódico Charlie Hebdo, y el segundo, más reciente, en la sala de conciertos Bataclan, en el Stade de France y en otros puntos de la Ciudad Luz, donde perdieron la vida más de 130 personas.
Las inquietudes que ha despertado la globalización en este momento de su evolución rebasan por mucho aquéllas que existían en la que podríamos llamar la primera etapa del mundo de la posguerra fría, cuando la humanidad especulaba con la presunción del inminente fin de la pobreza y de la amenaza de guerra. Lamentablemente, esas expectativas no se cumplieron y sí, en cambio, mutaron para sofisticarse y plantear nuevos y serios riesgos a la paz y la seguridad internacionales. Las guerras étnicas en África, la migración y los desplazamientos de personas en todo el planeta, en particular Oriente Medio y Asia Central, el deterioro del medio ambiente, el narcotráfico, la trata y el comercio ilegal de armas, entre otros muchos fenómenos, son ejemplo de desafíos que deben ser atendidos con urgencia.
El globo está desordenado y nadie podría descartar que pudiera descarrilarse hacia lo caótico. En el mundo árabe-musulmán, la crisis en Siria rebasa ya las fronteras de ese país para alcanzar otros en diferentes latitudes, como el caso antes citado de Francia, que se han convertido en objetivos de las acciones terroristas de grupos sin escrúpulos, como el autodenominado Estado Islámico. Del otro lado del planeta, en Estados Unidos, estos hechos han prendido luces de alarma que inciden de manera directa en el discurso de quienes aspiran a suceder en la Casa Blanca al presidente Barack Obama. Los resultados están a la vista de todos, la radicalización de ese discurso, incluso a contrapelo de valores esenciales que distinguen a la Unión Americana, es sintomática de otro tipo de riesgos a la paz en el mundo, porque abona en beneficio de la intolerancia, la descalificación y la xenofobia.
No obstante, quizá porque es propio del ser humano, hay sosiego y esperanza por acontecimientos de marcado contenido constructivo, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana, que reconcilia antiguas cosmovisiones antagónicas, aleja fantasmas y permite que sus dirigentes edifiquen nuevos entendimentos. Lo mismo ocurre con los alentadores acuerdos alcanzados por la comunidad internacional para recuperar gradualmente la calidad del medio ambiente y bajar la temperatura global en 1.5 grados en los años por venir. Se trata de una iniciativa que, en la COP-21, está sentando las bases para recuperar la casa común y sus recursos. Es de esperar que la buena voluntad que anima tales negociaciones perdure, en beneficio de las actuales y próximas generaciones.
En el centro de este torbellino se gesta el reacomodo de un mundo huérfano de Guerra Fría, que en los últimos años ha sido víctima de gobernantes que aspiran a erigirse como los nuevos “hegemones” en diversas regiones del planeta, señaladamente en las tierras que nutren las historias de las tres religiones monoteístas. En Levante, la narrativa del desencuentro y la guerra sigue siendo cosa de todos los días y a nadie sorprendería que ese polvorín regional pudiera ser detonador de un conflicto de dimensión universal.
Una vez más, viejas rencillas religiosas se han constituido en uno de los factores determinantes del tablero de la política mundial. En este contexto, que enfrenta lo secular con lo religioso, el pastor de Roma ha impreso a su pontificado una visión más moderna y aperturista que las de su dos antecesores inmediatos. Francisco, el papa progresista del que tanto se espera, encabeza los esfuerzos para un diálogo interreligioso que no conviene aplazar. Su propuesta de una Iglesia pobre para los pobres parece estar hecha a la medida del mundo de hoy, por cierto tan necesitado de líderes comprometidos, así como de empresarios con visión social dispuestos a dejar atrás la mezquindad que es propia de aquéllos que trabajan para sí mismos y todo lo demás les es indiferente.
El año 2015 será recordado también por avances tecnológicos que indican el inicio del fin de los automotores de combustión interna y el arranque de una nueva era, donde la economía no sea rehén de los hidrocarburos y derrame sus beneficios entre todos los pueblos. Nadie puede predecir el futuro y los milagros que se asocian a los dogmas han perdido popularidad. No obstante, entre otros muchos signos en todos los confines del orbe, el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta es indicativo de la necesidad vital que tiene el género humano de hacer homenaje a personas ejemplares que han dado todo por los demás. En el año nuevo que se avecina habrá que otorgar un voto de confianza a la humanidad y a su capacidad para transformar riesgos en oportunidades y hacer de este mundo un mejor lugar para vivir.
Internacionalista