Novela crítica de Fernández de Lizardi
Lizardi, el analizador, fue el rayo
que a un mismo tiempo destruye e ilumina.
Ignacio Ramírez
En un ambiente crispado por la infamante ejecución de Morelos, con un joven Vicente Guerrero acosando a los realistas en todo el territorio de la entidad que hoy lleva su nombre, con el restablecimiento de la orden de los Jesuitas en territorio de la Nueva España y la obsesión aniquiladora de Calleja contra la insurgencia… en ese aciago año de 1816, aparece en el horizonte cultural novohispano la primera novela costumbrista de la república de las letras latinoamericanas.
Producto de la acuciosa y reflexiva mirada de don Joaquín Fernández de Lizardi, esta novela, lanzada originalmente en fascículos que integran una primera entrega, conformada en tres tomos que en su momento fueron ampliamente solicitados, leídos y comentados por una sociedad inmersa en la vorágine de la desarticulación de un imperio de tres centurias que, a lo largo y ancho de su vasto territorio, sucumbía ante el imparable avance de los movimientos libertarios de las provincias del sur.
A través del sufrido y criticable Pedro Sarmiento —cuyo apodo estudiantil da nombre a la novela— y valiéndose de un aparente tono moralista, Fernández de Lizardi efectúa una de las más severas disecciones a aquella sociedad inmersa en la simulación, la corrupción y el abuso cotidiano en contra del otro; conductas reprobables para el autor que asumió como propios los postulados de la Constitución de Apatzingán y que puso al servicio de ese nuevo orden social sus dotes literarias a fin de generar la urgente revolución programática contenida por Los Sentimientos de la Nación.
Con inteligencia y oficio literario, Fernández de Lizardi describe las conductas sociales contrarias al nuevo Contrato Social defendido desde los números del periódico El Despertador Americano, y en su Periquillo criticará, de forma magistral, a esa caterva de truhanes y pillos que representaban el viejo orden virreinal.
Promotor infatigable de la lectura como instrumento de la difusión de las ideas y de la transformación de las conciencias, no es pues de extrañar que, a instancias de un amigo, esta su primera novela el autor la dedique a “los que leen las obras a costa de su dinero”, a los que costean la impresión y, por lo mismo, “son mecenas seguros”; tras una extraordinaria disquisición en torno a la pluralidad de público al que reconoce como probables lectores, con su muy peculiar sentido del humor, Fernández de Lizardo les ofrece “esta pequeña obrita como tributo debido a vuestros reales… méritos”, haciendo un ingenioso malabar de palabras entre los reales que pagarán sus lectores por la edición, su realeza de méritos y la realidad de los mismos.
En su 200 aniversario, qué mejor reconocimiento que leer por vez primera o releer esta señera obra de Fernández de Lizardi, autor al que el propio Nigromante reconociera como el rayo que al mismo tiempo destruye e ilumina y al que concedió el mérito de ser quien arregló las mentes que Hidalgo rompió con la Insurgencia.
