Entrevista a Ana Clavel autora de El amor es hambre

A Ana Clavel se le ve un poco fastidiada, justo en la víspera de la presentación de su más reciente novela, El amor es hambre (Alfaguara, México, 2015). La promoción ha sido intensa, como todas las que acompañan a sus exitosos libros, y seguro está harta de que más de un reportero despistado —y otros tantos lectores necios—, incluida quien escribe, insistan en que sus últimas tres novelas —El dibujante de sombras no tanto, aunque presenta momentos de gran belleza en ese sentido— son eróticas.

“¡No la considero erótica! —salta, sin permitirme completar una pregunta que ni siquiera se encaminaba hacia ese territorio. Sus ojos, enormes y negros como los de Artemisa, su nueva protagonista, centellean—. Cualquiera puede opinar lo que quiera, pero yo tengo derecho a opinar sobre mi propia novela. No quisiera imaginarme cómo será la vida sexual de la gente que me cuelga la etiqueta y ve en determinados detalles una sexualidad agigantada. Creo que lo que realmente les perturba es la intensidad de mis imágenes.

”Cuando la gente te etiqueta —continúa, disimulando a duras penas su molestia— no quiere que te salgas de ahí. Si ahora mismo escribiera mis novelas anteriores, entonces dirían: ¿Por qué no sigue tratando el tema del erotismo? Es como tener puesta una camisa de fuerza, que la gente crea que sólo trabajo con esos temas… La que escribo actualmente, ésa sí no tiene nada de erótico… pero no digo de qué va para que no se contamine”.

Por alguna inexpugnable razón, Ana Clavel, ganadora entre otros del Premio Elena Poniatowska por su novela Las ninfas a veces sonríen, ha borrado de su memoria que quien intenta de entrevistarla en este momento —digo “trata”, porque no lo conseguí, estrictamente hablando: nunca se dio la conexión— es alguien que ha estudiado con pasión su obra literaria e incluso llegó a identificarse con ella: con ese erotismo que —¿por qué no contemplar la posibilidad?—, tratándose de ella, posea una intencionalidad estética para la que todavía no existe un nombre alternativo.

En todo caso, Ana, le digo, ¿qué habría de malo en que se te considere “erótica”? Las más grandes obras de la literatura lo son. Yo no me refiero concretamente al erotismo, sino al hecho de que esta es la tercera novela en que exploras la sexualidad de una niña… (…algo completamente transgresor, quise decir, pero Ana me interrumpe una vez más): “En Las violetas son flores del deseo, más que la sexualidad de Violeta, la protagonista, lo que se explora es la del padre obsesionado por su hija de diez años. Está narrada desde la perspectiva de Julián Mercader, como referente el tema ya está ahí, pero es hasta Las ninfas… donde deliberadamente trato el tema de la sensualidad femenina, y me parece muy importante precisarlo, porque es así como la gente me encasilla. Mis temáticas son, más bien, exploraciones del deseo.

El amor es hambre es una historia de amor muy peculiar: explora estos bosques, estas pulsiones, más que captarlos en su ámbito de sexualidad más evidente. Hay aquí una historia de seducción y es lo que como autora me interesaba explorar. El trabajo paralelo al libro concreta un todo creativo. Existe todo un estudio del trasfondo psicológico de la figura de la Caperucita Roja, de la que existen dos versiones conocidas —la de los Hermanos Grimm y la de Perrault— pero también una más. Para un panorama más claro de lo que trato de expresar en esta novela, está el estudio de un especialista francés que se topa con una versión previa a Caperucita. En ésta, lejos de necesitar el auxilio de un cazador, sale de la trampa por sí misma, emplea su ingenio para burlar al lobo. Este relato está más allá del cuento de hadas tradicional; se habla de autonomía, plenitud y un desarrollo interno en toda la extensión de la palabra. Lo descubrí trabajando en un libro de ensayos que se titulará Territorio Lolita, donde articulo diferentes propuestas en torno a las Lolitas y el arte. Fue lo que de manera particular urdió una red de vasos comunicantes con Las ninfas a veces sonríen. Espero que cuando el ensayo salga a la luz, se comprenda mejor lo que intento hacer”.

Convencida de que yo no entiendo —o al menos eso parece por la brusquedad de sus ademanes— extrae de su bolso un ejemplar del precioso libro que le dedicó la autora inglesa Jane Elizabeth Lavery, titulado Ghosts, Urinals, Dolls, Shadows and Outlaw Desires, aun no traducido al español. Se trata de una investigadora particularmente interesada en la literatura escrita por mujeres en México, y su fascinación por Ana Clavel es innegable.

“Ella me califica de escritora multimedia —apunta Ana— y Mario Bellatin me decía que nosotros como escritores —¡y no puedo estar más de acuerdo! (¡yo también!, trato de hacerle ver, pero no escucha)—, es que cuando nos metemos en otros terrenos, perpetuamos la escritura en otros formatos. En el caso de El amor es hambre realicé un fotograma alusivo a la novela. La fotografía la trabajamos entre María Eugenia Chellet y yo”.

Le sugiero que de esta novela, cuya protagonista es una chef harto sui generis, hubiera podido surgir un interesante recetario. Una vez más, toco una fibra extra sensible en la cada vez más impaciente Ana Clavel: “Recetarios no, porque eso me empataría con otras autoras a las que sí adjudicaría la etiqueta de literatura de género, y lo que busco justamente es demarcarme de toda esa falsa literatura.

”Entiendo que, en estos tiempos de corrección política, a muchos les cuesta asimilar el tema de las niñas sexuadas. Sienten que se ponen del lado de los pederastas… pero lo cierto es que no me interesa la corrección política, ni hacer literatura proselitista a favor del bienestar de los niños discapacitados, ni de nada ni nadie. En cuanto a derechos humanos… yo hago una exploración del lado oscuro de los humanos. Con Cuerpo naufrago, las feministas estaban indignadas: ¿Cómo se me ocurría crear un personaje que envidiaba el pene a los hombres? Me interesa hablar de las pulsiones y lo que se oculta detrás de ellas. Los best sellers y las fórmulas están para hablar de ‘lo correcto’. Yo respondo a un sentimiento ético que tiene que ver con la escritura, no con ideologías, ni correcciones”.

Me voy por la parte del complemento narrativo de El amor es hambre. Comienzo a decir que me llamaron la atención sus autorretratos incluidos en el libro: ¡Toco otra fibra delicada! “Sí, pero el autorretrato no es como los selfies que te tomas en el baño… Lo sé perfectamente, estudio fotografía. No fue lo que quise decir…

”La verdad es que si hubiera encontrado a tiempo a alguien más con los rasgos de Artemisa —ojos grandes, melena enmarañada y salvaje— no hubiera incluido imágenes mías. Pero finalmente forma parte del juego intertextual que vengo realizando tiempo atrás”.

Para concluir, Ana considera pertinente explicar por qué la figura de la Caperucita tentando al Lobo Feroz está presente de principio a fin en El amor es hambre: “Me parecía interesante abordar el asunto del hambre desde diferentes perspectivas: devorar con los ojos, las frases que se atribuyen al Lobo y que Caperucita sea ahora la que tiene los ojos muy grandes. Me interesaba desde el punto de vista de Machado, que señala que el hambre es el primero de los sentidos por lo que no es casual que Artemisa se dedique a la gastronomía y que sus restaurantes se llamen ‘Cocina Vorace’ o ‘Corazón de lobo’. ¡Ya sé que en varias novelas mexicanas se ha tratado el tema de la cocina como un asunto de sometimiento o evasión de la mujer! Yo no, Yo lo trabajé como reafirmación instintiva y vital que le permite al personaje llevar sus pasiones hasta las últimas consecuencias. Sí, hubo la tentación de volverla caníbal, pero logré que se detuviera justo al borde del abismo”.

Y esta entrevista se detiene también, justo al borde de otro abismo…