Gabriela Márdero Jiménez* hace una reseña del libro Is the American Century Over? de Joseph S. Nye Jr., Polity Press, 2015.

En un día cualquiera en Beijing es común percibir la atracción de los jóvenes chinos por Estados Unidos. Por doquier se ven camisetas con barras y estrellas, o con frases como American Dream o simplemente America.

Los estrenos de películas de Hollywood, con subtítulos en mandarín, tienen una nutrida audiencia y los restaurantes de comida que no requiere palillos son cada vez más concurridos por comensales, que de vez en cuando, levantan la cabeza de sus i-Phones para mordisquear una hamburguesa.

Para atraer público a sus salas, el museo de Madame Tussands, 500 metros al sur de la plaza Tiananmen, exhibe estos días en el lobby una estatua de Steve Jobs, que generalmente está rodeada por decenas de jóvenes sonriendo y posando para la cámara.

La figura del creador de Apple está colocada muy cerca de la solitaria figura de cera de una medallista olímpica china. Pese al reciente llamado del gobierno a su población a evitar seguir y fomentar valores occidentales, la fascinación parece irresistible.

Si alguien ha escrito prolijamente acerca de la atracción de la cultura y los valores estadounidenses y el papel que estos elementos juegan en la configuración del poder de ese país, es el politólogo y académico estadounidense Joseph S. Nye Jr.

El poder suave, concepto por él acuñado, es tema de análisis de Nye desde hace casi ya dos décadas. Dos obras claves para conocer su teoría son: Soft Power – The Means to Success in World Politics (2004) y The Power to Lead (2008).

En 2011, en The Future of Power, Nye ya había analizado el ascenso de China y qué representaba esto para la hegemonía norteamericana. En este nuevo libro, Is the American Century Over?, Nye aborda una interrogante que ronda, cada vez con más frecuencia, los círculos académicos, políticos y empresariales: ¿atestiguamos el fin del siglo americano?

Y, más aún, ¿será China quien llene el vacío? Tempranamente en sus páginas el lector arriba a la respuesta, un enfático no, sobre el posible fin del siglo americano. En el cuerpo del libro, el autor argumenta su conclusión anticipada.

Más allá de los detalles temporales que marcan el inicio del “siglo americano”, Nye delimita los elementos que desde su perspectiva sustentan al mismo: el peso económico de Estados Unidos, su poderío militar y su capacidad de persuasión o poder suave, y a partir de ellos analiza los posibles frentes de competencia a la preeminencia estadounidense en el mundo.

Para Nye, Europa no es una amenaza debido a su falta de cohesión y el envejecimiento de su población. En el caso de Japón, argumenta que no obstante su peso económico y lo moderno de su ejército, enfrenta retos demográficos y geográficos fuertes.

A Rusia lo describe como un competidor para Estados Unidos, por su capacidad nuclear y vastos recursos naturales, pero desestima que en algún momento futuro cuente con capacidad suficiente para ser contrapeso a la preeminencia estadounidense.

Otros dos países revisados son India y Brasil. El primero enfrenta problemas de pobreza, analfabetismo y falta de mano de obra cualificada. Brasil por su parte debe resolver pendientes en infraestructura, seguridad, combate a la corrupción y, en general, mejorar su productividad.

Luego Nye aterriza en el país que, en su opinión, es el único con el potencial de acelerar el fin del siglo americano: China.

Nye compara las tres dimensiones del poder estatal entre Estados Unidos y China, complementando su análisis con observaciones geopolíticas. En el ámbito económico, primera dimensión del poder, Nye sostiene que pese al consistente crecimiento de la economía a partir de las reformas de Deng Xiaoping, iniciadas en la década de los ochenta, y pese a ser actualmente la segunda economía del mundo —con posibilidades de convertirse pronto en la primera—, a China le falta un largo camino por recorrer para igualar la solidez económica de los Estados Unidos.

Menciona que el débil desarrollo científico y tecnológico, la escasa innovación, el deterioro medioambiental, la desigualdad económica entre su población, el peso de las ineficientes empresas estatales y el envejecimiento poblacional son lastres preponderantes de China. Incluso, dice, si en el futuro las economías de ambos países tuvieran el mismo tamaño, serían distintas en su composición y sofisticación, con China por debajo de Estados Unidos.

En el ámbito militar, pese al incremento del presupuesto de defensa chino y a los esfuerzos de modernización de su armamento, su gasto militar corresponde a una cuarta parte del de Estados Unidos, quien junto con sus aliados supera en equipo moderno a China en una relación de 10 a 1.

Con respecto a la tercera dimensión, la del poder suave, señala que si bien China ha dedicado importantes esfuerzos y recursos a la promoción internacional de su imagen, la mano del gobierno se percibe claramente detrás de sus herramientas, generando la impresión de ser propaganda; en tanto que en el caso de Estados Unidos el poder suave está basado en la sociedad civil, las universidades, la cultura pop, las organizaciones no gubernamentales e instituciones privadas.

Más aún, Nye observa que China parece empeñada en no aprovechar los momentos clave para acrecentar este poder suave. Ejemplifica con los Juegos Olímpicos de 2008, que representaron la apertura de China al mundo y buscaban articular su posición como una nación que combina riqueza histórica, cultura y tradiciones con la modernidad del siglo XXI.

Sin embargo, en la víspera de la inauguración, el gobierno arrestó a decenas de manifestantes, activistas por los derechos humanos, tibetanos y uigures musulmanes, diluyéndose en buena medida el impacto positivo de los Juegos.

Otra oportunidad arruinada fue la Expo Mundial 2010, celebrada en Shanghai. El encanto duró poco, pues meses después se impediría al activista por los derechos humanos Liu Xiaobo asistir a Oslo, Noruega, a recibir el premio Nobel de la Paz.

Liu, quien aún purga condena de 11 años de cárcel, acusado de incitar a la subversión contra el estado, fue el primer ciudadano chino en ganar un Nobel; la imagen de su asiento vacío en la ceremonia de premiación le dio la vuelta al mundo, mientras que en el país se prohibieron los festejos y fueron acosados y aprehendidos aquellos que lo intentaron.

Con base en episodios como éstos, Nye concluye que también en esta dimensión, China tiene un largo camino por recorrer para ubicarse en el nivel de Estados Unidos.

En resumen, el argumento de Nye es que el país asiático se encuentra claramente por debajo de los Estados Unidos en dos de los tres componentes del poder de un estado –en el militar y el de poder suave-. Respecto al componente económico, incluso si China sobrepasara a Estados Unidos, eso no se traduciría en el desplazamiento de este último. Para Nye, la asimetría entre el poder estadounidense y el poder chino no es una brecha que se avizore susceptible de acortarse.

Así pues, a juicio de Nye, decir que este podría ser el siglo de China no tiene bases reales. Traduzco: “El siglo americano no ha terminado, si por ello entendemos el extraordinario período de preeminencia militar y económica de los Estados Unidos, y sus recursos de poder suave, que han hecho de este país una pieza central para el funcionamiento del balance global de poder, y para la provisión de bienes públicos. Contrariamente a los que proclaman que este es el siglo de China, no hemos entrado en un mundo post-estadounidense”.

Nye no niega –imposible hacerlo- el ascenso global de China, pero asegura que es éste es un largo proceso que dista mucho de significar el fin del siglo americano.

Estados Unidos padece varios problemas y debe resolver retos importantes, pero no se encuentra en un proceso de declive. En términos relativos no tiene competidor, concluye Nye quien, desde octubre de 2014 y por nombramiento del Secretario de Estado John Kerry, es asesor del Consejo de Política Exterior de Estados Unidos.

En todo caso, señala, los riesgos a su preeminencia son básicamente domésticos –desgaste social, parálisis política y estancamiento económico, principalmente- y por grandes que parezcan, distan mucho de ser una amenaza al lugar preponderante que ocupa Estados Unidos en el mundo.

Sin embargo, Nye recomienda a Estados Unidos no asumir una actitud complaciente. Por el contrario, debe esforzarse por mantener su influencia en un entorno internacional ya que el poder que detentan las entidades estatales, advierte, está en proceso de transferencia hacia nuevos actores no estatales y a diálogos regionales. Y en este proceso, agrega, disminuye la capacidad de respuesta gubernamental ante nuevas amenazas transnacionales como la inestabilidad financiera, el cambio climático el terrorismo y las pandemias.

Ante estas presiones, Nye sugiere que Estados Unidos trabaje de la mano con otras naciones –como China-, fortalezca las instituciones internacionales y se adapte a un siglo que, si bien luce un poco distinto que en las décadas pasadas, sigue siendo un siglo americano.

* Gabriela Márdero Jiménez es Maestra en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ingresó al Servicio Exterior Mexicano en 2010 y actualmente está adscrita a la Embajada de México en la República Popular China.