In memoriam

 

Vi y escuché por primera vez en vivo al gran músico Kurt Masur (Brzeg, Polonia, y entonces Brieg, Alemania, 1927-Greenwich, EU, 2015) en 1991, en el que seguramente fue uno de sus primeros conciertos al frente de la ya histórica Filarmónica de Nueva York (a ella han estado ligados otros músicos de la talla de Mahler, Toscanini, Barbirolli, Rodzinski, Walter, Stokowski, Mitropoulos, Bernstein, Szell, Boulez, Mehta, Maazel, por ejemplo) que había dejado el hindú Zubin Mehta, en un memorable programa en el que prevalecieron la figura de su adorado Johannes Brahms, y claro, por supuesto Mozart, de quien ese año se conmemoraba su bicentenario luctuoso y también primordial en el repertorio masuriano. Aplomado y con una gran personalidad al podio, corroboré por qué era uno de los directores en activo —entonces todavía vivían otras legendarias batutas europeas— que se había ganado a pulso el prestigio que ostentaba, y por qué había llegado, por méritos propios, a conducir los destinos artísticos de una de las mejores agrupaciones musicales del mundo. Formado como pianista, compositor y director en Leipzig (genios de la talla de Bach, Mendelssohn y Wagner contribuyeron a forjar el gran abolengo musical de esta ciudad), desde muy joven comenzó su carrera al frente de orquestas de Alemania del Este, entre otras, la Filarmónica de Dresde (entre 1955 y 1958, y luego entre 1967 y 1972) y la Gewandhaus de Leipzig (desde 1972, y a la cual estuvo ligado por casi un cuarto de siglo) con la que hizo historia y mucho contribuiría a fortalecer su reputación.

Ya con la mencionada Filarmónica de Nueva York, a la cual estuvo vinculado por más de dos lustros, hizo giras memorables por todo el mundo, incluida Europa donde desarrolló además dos actividades casi paralelas, la de Director Titular tanto de la Filarmónica de Londres como de la Orquesta Nacional de Francia, en una década, la de los noventa, que quizá haya sido la de consolidación definitiva en la carrera de un músico con una muy sólida formación y siempre apasionado con su profesión. Si no recuerdo mal, a México vino, ya con esta orquesta (lo había hecho, por primera vez, a principios de los ochenta, todavía con la Gewandhaus de Leipzig), por lo menos en dos ocasiones, a finales de la década de los noventa y a principios del nuevo milenio, con dos extraordinarios programas en los cuales predominó su no menos adorado Anton Bruckner, y de esas visitas no puedo olvidar sobre todo su inigualable versión de la Cuarta Sinfonía, la también conocida como Romántica, que bajo su poderosa conducción y con la Filarmónica de Nueva York resonó, con sus maravillosos alientos, pletórica de poesía; aquí los cornos resultan verdaderamente mágicos, como el definitivo ciclo de ese otro austriaco sin par que es Gustav Mahler, él mismo defensor a ultranza del en su tiempo incomprendido Bruckner y también compositor de cabecera en el repertorio del ahora desaparecido Masur.

Un auténtico guerrero, más o menos por la época de su segunda y última visita a México con la Filarmónica de Nueva York, había sido sometido a un trasplante renal, y logró superar ese difícil trance gracias a su temple de acero, y por supuesto a la música, pues el propio Masur decía que tiene un poder curativo y regenerador único. Ya con la Filarmónica de Londres trabajó hasta el 2007, y con la Nacional de Francia hasta el 2008, y con ambas hizo de igual modo giras inolvidables que por desgracia no llegaron a tocar México; con ambas contribuyó a ampliar una discografía igualmente admirable, tan nutrida como ecléctica, resaltando, entres otros nombres, los de Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Brahms, Bruckner, Mahler, además de otros más contemporáneos como los de Richard Strauss y Arnold Schönberg; del primero de estos dos últimos nos ha legado por ejemplo —y para prueba, un botón— un ya clásico de la rica y variada discografía en torno a la obra del autor de Salomé, con la Orquesta de Leipzig y la maravillosa soprano norteamericana Jessye Norman, con las Cuatro Últimas Canciones, hasta la fecha creo yo que insuperable.

De los artistas que estuvieron atrás para la reunificación de las Alemanias, de igual modo fue célebre su emotivo Réquiem, de Brahms, por supuesto al frente de la Filarmónica de Nueva York que con él vivió una de sus épocas más gloriosas (permanecería vinculado a ella, después de su salida, como Director Musical Emérito), durante la ceremonia funeral tras los atentados del 11 de septiembre del 2001. Director reacio a la parafernalia y la publicidad, como antítesis de otros directores sí afectos a los reflectores, como por ejemplo Karajan, a Kurt Masur se le recordará sobre todo por su elocuente y sincera gran vocación musical, por su probado talento para conducir de verdad y llevar a niveles de excelencia orquestas que por su compleja conformación eran difíciles y conflictivas antes de su llegada a ellas, por sus no menos convincentes manifestaciones a favor de la libertad y la democracia, por su incansable labor en beneficio de la buena música y de compositores cercanos a su admiración y su afecto, por su visionaria habilidad para conformar programas a la vez sólidos y atractivos, por un estupendo legado discográfico tan rico como variado. Aunque ya casi nonagenario, se trata de una muy sensible pérdida para la música. ¡Descanse en paz!