Entrevista a Héctor de Mauleón | Periodista y analista político | Exclusiva Siempre!

 

Para el escritor J. M. Servín, la Ciudad de México es el patrimonio mundial de la necrofilia. En su espléndido libro D. F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, el narrador afirma que para nuestros políticos mediocres y cierta clase favorecida “el DF puede ser el ombligo del mundo, para mí es la capital de la mendicidad y el robo”.

Y es que el jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera le dijo “Adiós al DF. Hola CDMX”: celebró en redes sociales la declaratoria de constitucionalidad de la reforma política del Distrito Federal, con lo cual se transformará la capital del país.

En política, como dijo Jesús Reyes Heroles, la forma es fondo, y de un plumazo Mancera tachó la palabra Distrito Federal para escribir CDMX. ¿Es una metáfora de lo que sucederá con el Constituyente? ¿Cuáles son los cambios verdaderos? ¿Un estado que se llama ciudad? ¿Quién decidirá el gentilicio de los nacidos en la Ciudad de México? ¿Cómo nos dirán ahora a los “chilangos”, ¿“mexiqueños”, como sugiere la Real Academia Española? Sin duda, cómo seremos nombrados será otro reto de la imaginación.

Chilango y defeño están incluidas en el Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua, sin embargo, históricamente nunca hubo un gentilicio oficial. Las academias de la lengua no pueden imponer, ordenar, sólo recomendar una palabra. Lo más importante es cuál prefiere la gente, el que use de forma cotidiana.

El escritor Gabriel Zaid señaló, hace muchos años, que chilango es una buena solución para un viejo problema.

“No hay gentilicio de la Ciudad de México. Quizá porque México es simultáneamente el nombre de una ciudad, de un estado y del país. Quizá porque no sabemos bien qué es la Ciudad de México”.

El diputado del PRI José Encarnación Alfaro, presidente de la Comisión Especial para la Reforma Política en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, indicó que aún está en discusión el gentilicio, aunque la costumbre lo establecerá. Las opciones son «capitalinos», «ciudadanos de la capital» y «city mexiquenses».

El rostro de esta ciudad estuvo durante mucho tiempo configurado por la migración de origen rural que se disparó en los años sesenta, y ahora todos huyen de la ciudad monstruo o se adaptan al caos, odio y violencia. Miseria cotidiana. Como dice el escritor Héctor de Mauleón, en su libro La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos (Cal y arena, 2015): “La historia de la ciudad es la historia del modo en que la ciudad se va despojando de sus ilusiones”.

Algo que suene bien

Para el cronista de la Ciudad de México, Héctor de Mauleón, el gentilicio “mexiqueño” es una palabra horrible, y seguimos sin saber realmente qué somos. La última palabra la tendrá la propia gente y no el gobierno.

“No creo que habrá posdefeños, tenochcas tardíos, mexicas posapocalípticos o algo así. Tendremos que encontrar algo que podamos repetir con gusto, que tenga música, que suene bien. Mexiqueño es como un hachazo. No sé cómo se siente la gente, si se siente cómoda a despecho de todos los que quisiéramos otra cosa. No hay de otra: es el consenso, son las prácticas culturales, es la vida cotidiana lo que va a imponer qué somos. Me da mucha risa que, a punto de cumplir 500 años de la fundación de esta ciudad, no sepamos quiénes somos. Eso dice mucho de nosotros”.

Pasamos de “chilango” y “defeño” a “mexiqueño”, ¿cuál será el gentilicio más adecuado?

Me niego rotundamente a que me llamen mexiqueño, la verdad, me parece espantoso. Sobre todo una ciudad que provoca tanto orgullo entre sus habitantes y que fue considerada la muy leal, noble e insigne que los cronistas llamaron “la soberana de los lagos”, ese nombre tan bello que es la Ciudad de México. Me sorprende la desmemoria, parece que la Ciudad de México acaba de nacer y que acaba de morir otra cosa. La Ciudad de México recibió ese título desde 1535, y durante toda la época colonial la gente, los cronistas y escritores se refirieron a ella como la Ciudad de México. Durante el siglo XIX se refieren a ella como la Ciudad de México a pesar de que la denominación burocrática o política de Distrito Federal proviene de 1824. La gente no le hizo caso y es una cosa que tenía que ver con el gobierno y no con las tradiciones de una sociedad que había habitado una urbe de cuatro siglos de haber sido fundada y que todos llamaban la Ciudad de México.

¿Las capitales como centro del mal?

Claro. “Voy a México”, decían los fuereños y no al Distrito Federal. Comienzo a encontrar que aparece el DF en el vocabulario cuando se empieza a popularizar la cultura. Monsiváis habla de la estética, lo que llama la “naquiza”, y es cuando se asume un poco el término de defeño, pero es una palabra que comienza a partir de 1930-1940. Antes la gente no se asumía como defeño sino como capitalino, citadino, metropolitano. Siempre se nos llamó capitalinos porque era la capital del país. Los escritores del siglo XIX hacían artículos en donde confrontaban a la gente de provincia con los capitalinos y ése era el término que tenían los habitantes de la ciudad. Prefiero mil veces esa ambigüedad de ser considerado un capitalino que un mexiqueño. Mexiqueño suena espantoso.

 

Mi pertinencia es citadino

El escritor Felipe Garrido prefiere chilango, por ejemplo…

Hay toda una estética del chilango y una frase inmortal de José Joaquín Blanco: el chilango a donde va, lo acompaña la ciudad entera. No sale, cruza la caseta y no va sólo, lleva los vicios de la ciudad como tirar basura o violar los reglamentos, imponer la ley en todos los lugares. Y en parte un poco el odio de la provincia contra los habitantes de la ciudad, por esa pretendida superioridad que viene desde el hecho de llamar provincia, la conquistada, la vencida, la separación de provincia con la metrópoli, con lo urbano. Esta petulancia de ser el habitante de la Ciudad de México fue generando que se adoptara un término que vino de fuera, no nos lo pusimos nosotros el ser “chilango”, era una cosa denigrante, peyorativa, desprecio y que tiene un origen muy oscuro. Como pasa muchas veces con las palabras que la gente usa para denigrar, la gente denigrada las comienza a revertir en un símbolo de orgullo. Se fue haciendo una especie de orgullo chilango, una especie de sentido de pertenencia a algo que nadie sabe bien de dónde viene y que es muy conveniente ese origen confuso porque esta ciudad es confusa, caótica, nadie sabe cómo funciona y cómo se mantiene en pie.

¿Existe el riesgo de que finalmente los políticos impongan el gentilicio o puede organizarse una consulta ciudadana?

La han llamado la Ciudad de la Esperanza sin preguntarnos, la han llamado la Ciudad de la Vanguardia sin preguntarnos, la han llamado de muchas maneras posibles sin consultarnos y cada quien la llama como quiere. Algunos dicen el DF, esto ya será imposible pero pervive la continuidad de cinco siglos. Se van a cumplir en 2021, los 500 años de la fundación de la Ciudad de México. Me adscribo a ese sentido de pertenencia que me hace citadino, capitalino y me hace algo que quizá tengamos que descubrir entre todos, pero por favor que no sea mexiqueño.

Nunca hubo un gentilicio oficial, ¿es un retraso histórico? ¿Es síntoma de un país centralista en donde el PRI impuso al gobernante por muchos años?

Viene de muy atrás. Sí había una dependencia desde la época de los virreyes, pero hubo un gobernador del siglo XIX, no había esta figura del regente impuesto. Sí hay un sometimiento de la ciudad a lo largo del siglo XX, pero el PRI se formó en 1929. La persistencia de la ciudad y de sus cabildos y ayuntamientos data de 1521 y 1522.

 

A veces maléfica, a veces vivificante

¿La Ciudad de México es una ciudad que padeces o disfrutas? Mencionas en tu libro La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos, que existe una desmemoria y una desilusión.

Tiene un carácter ambivalente: a veces es maléfica y a veces es un espacio absolutamente luminoso y vivificante. Uno pasa por esos estados, nadie lo ha expresado mejor que el poeta Efraín Huerta, quien le dedicó dos poemas a la Ciudad de México. Uno se llama “Declaración de amor” y otro se llama “Declaración de odio”. En el fondo uno puede leer los dos, verso a verso y a la ciudad se le puede amar u odiar. Pero al final, aunque sea una vieja díscola y aparatosa como la llama Efraín Huerta, es la madre, es el regazo de los habitantes de esta ciudad. Y hemos establecido una relación de pertenencia, de propiedad, de orgullo con su pasado, con su historia y lugares entrañables, con el hecho de que sea una ciudad tan misteriosa. Uno dice que vive en México, pero nada más vive en unas zonas de la ciudad. Pasamos la vida en una colonia, vamos al trabajo en otra, permanecemos en los lugares que nos gustan e ignoramos las otras realidades de esta ciudad fragmentaria.

 

Pensar en el pasado

Cuando exista un gentilicio oficial, ¿cuáles serán los efectos en el campo cultural? Recordaremos con nostalgia libros o canciones como Sábado Distrito Federal de Chava Flores…

Vamos a pensar en el pasado. Es decir, si nos referimos a la Nueva España no vamos a cambiar el título de los libros para poner “Los pintores del DF”, hubiera sido absurdo. La capital de la Nueva España es un momento histórico. Creo que el DF, en esos libros y obras, va a representar un momento histórico, porque la Ciudad de México ya no es lo que era; se convirtió en una megalópolis, se volvió una ciudad en eterna transformación que está dando origen a otra cosa. Me parece bien que comencemos a pensar en DF como un momento del pasado.

En redes sociales el debate y el humor se han hecho presentes, nos podemos llamar “traficalinos”, “guajoloteños”. “La CDMX no es mi casa, yo vivo en el DF, como señala el escritor David Miklos…

Todo esto tiene una postura política, de incomprensión y de desmemoria. Deberíamos recordar que desde Carlos V la nombró Ciudad de México, la ciudad siempre se ha llamado así. Comenzaba el siglo XVI y su tercera década cuando recibió esa denominación. El DF es un capricho político, un entramado burocrático, una manera de organizar políticamente una ciudad que se llama Ciudad de México.