Las antipatías que ha generado Donald Trump a partir de sus desafortunadas declaraciones en contra de migrantes y musulmanes rebasaron fronteras y alcanzaron niveles sin precedentes. La prueba es la discusión, por varias horas, que protagonizó el parlamento británico para debatir si se le prohíbe o no la entrada a aquél país al aspirante presidencial.

Al congreso inglés no le quedó más remedio que tomar el asunto en tribunal, luego de que más de 570 mil personas, con sus respectivas firmas, avalaran la petición ciudadana que se registró hace algunas semanas en línea, en la página oficial del Parlamento.

La petición de los demandantes fue muy clara: vetar a Donald Trump e impedirle el paso a territorio inglés.

Y aunque el asunto le corresponde netamente a la ministra del Interior, Teresa May; los integrantes del Parlamento británico decidieron debatir sobre el tema, pero, tras más de tres horas, la petición ciudadana no fue votada por los legisladores.

La molestia de los ingleses creció como espuma del jabón cuando se metió con los propios ingleses, tras afirmar que partes de Londres están tan radicalizadas, que la policía teme por su vida.

El asunto despertó el desprecio de la opinión pública y, en reciprocidad, una serie de calificativos que en nada le ayudan al empresario norteamericano venido a político: algunos de los diputados practican la fe que tanto ha criticado Trump, como la escosa Tasmina Ahmed-Sheikh. 

En ese debate no faltaron los prudentes o aquellos que convocaron a no convertir al aspirante a la presidencia de Estados Unidos, en un mártir, aunque la mayoría se pronunció a favor de cerrar las puertas a los predicadores de odio, como han calificado al rubio gringo.

El debate rebasó su propósito original y se convirtió en un alud de críticas ridiculizando a Trump, a quienes lo llegaron a calificar de bufón, ridículo y hasta loco, por su pretensión de cerrar las fronteras.

Hubo quienes criticaron las más de tres horas de debate, argumentando que sólo le dieron más publicidad al empresario, y quizás tengan razón, aunque eso no significa, necesariamente, que tal promoción le vaya a ayudar al susodicho a fortalecerse como el sucesor idóneo de Barack Obama, uno de los grandes inquilinos que ha tenido la Casa Blanca.

Las declaraciones imprudentes de Donald Trump no se limitan a cuestiones racistas, cualquier tema que le permita poner en entredicho las políticas desplegadas por el actual jefe de la nación norteamericana, le sirven al aspirante, como la reciente crítica que hizo a la decisión de intercambiar prisioneros con Irán.

El lado empresarial de Donald Trump salió a relucir cuando lamentó que, tras ese intercambio, Estados Unidos salió perdiendo: “nosotros recuperamos cuatro y ellos –los iraníes-, recuperaron 7 y 150 mil millones”, lo que “no suena nada bien”.

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