BERNARDO GONZALEZ SOLANO
Cuando el famoso presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva decidió que su prestigiada jefa de Gabinete, Dilma Vana da Silva Rousseff, fuera la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) para que continuara su política de gobierno que le había posibilitado sacar de la pobreza absoluta a muchos millones de brasileños hacinados en las miserables favelas que pululaban en las principales ciudades del país, jamás imaginó que a la vuelta de seis años, el país se debatiera en una tremenda crisis –casi generalizada–, incluso él mismo está en un tris de perder todo su prestigio. El hecho es que el 31 de marzo de 2010, Dilma Rousseff (Belo Horizonte, Minas Gerais, 14 de diciembre de 1947), la antigua guerrillera que sufrió cárcel y tortura durante tres años por la dictadura militar, renunció a la jefatura de Gobierno de Lula para iniciar su campaña presidencial que resultó ganadora. Desde el 1 de enero de 2011 es la primera mujer que gobierna la República de Brasil, la quinta que ha sido electa en América del Sur. Ganó la presidencia brasileña en segunda vuelta con el 56% de los votos. Aparentemente Brasil se enfilaba “derechito” a ocupar un lugar privilegiado entre las principales naciones del mundo. Todo “fue un sueño feliz”.
Los problemas empezaron a mitad de su primer periodo. Aunque ganó la reelección, también en segunda vuelta, las cosas han ido de mal en peor. Además, como si fueran pocos los graves problemas económicos, y de corrupción que la agobian desde el 1 de enero de 2015 al iniciar su segundo mandato, sufre un envenenado proceso de destitución parlamentaria que, más allá de su razón de ser, jurídicamente cuestionable, será un juicio político a su figura, al PT y al propio Lula. Para que nade falte, le llegó un visitante indeseable: el mosquito que transmite el zika, el mismo Aedes aegypti que inocula el dengue y el chikunguya que parece el nombre de una deidad de la santería cubana. Eso ya es muy mala suerte.
Más que nunca la fama pública es efímera. Cuando la hija de madre brasileña y de padre búlgaro hizo acto de presencia en 2014 en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, ni duda cabe que logró eclipsar al juvenil presidente de México, Enrique Peña Nieto, que era otra de las promesas gubernamentales de América Latina. Todavía no se le escapaba el “Chapo” Guzmán. La mandataria brasileña manejó un discurso lleno de proyectos y planes de inversión, tal y como les gusta a los asistentes al susodicho Foro, que poco a poco pierde su razón de ser. Dilma estaba en su momento y con “el respaldo” de los inversores internacionales anunció varios proyectos con “destacadas” empresas. Tan idílica imagen pertenece a otros días. Todo cambió. En este 2016, Rousseff ya no acudió a Davos. Peña Nieto y su nuevo colega, el presidente de Argentina, Mauricio Macri, aprovecharon la ausencia de la sucesora de Lula. Aunque en la pequeña población suiza no se resuelve nada, no deja de ser cierto que durante los días de conferencias los medios publicaron notas acentuando el pesimismo sobre le economía brasileña.
Los fríos datos alimentan el pesimismo. En 2015, el Producto Interno Bruto (PIB) cayó un 3.8%, en tanto la inflación llegó al 10.7%. A fines de enero el Fondo Monetario Internacional (FMI) redujo, una vez más, las previsiones de la economía de Brasil para este ejercicio, para el que se calcula una nueva contracción del 3.5%, lo que supone una crisis que repercutirá en toda la zona de Sudamérica. Al respecto, Jenneth Rogoff, maestro de Economía en Harvard y ex jefe económico del propio FMI, declaró en Davos: “Es la peor crisis de Brasil en más de 70 años y coincide con problemas en otras grandes economías emergentes, como Rusia o China”, países, por cierto, con los que Brasil y la India forman el grupo de los BRIC. Todo esto, más la alta dependencia de las materias primas y la baja del precio del petróleo, la gran importancia de las exportaciones a China y la elevada deuda empresarial, indican, según la mayoría de los analistas, será muy larga.
Dos días antes de que terminara el año, el viernes 29 de diciembre, la fiscalía de Sao Paulo comenzó una investigación en contra del ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva y de su esposa Marisa. De acuerdo al fiscal del caso ambos cónyuges “intentaron ocultar la real identidad del propietario” de un departamento en Guaruja –playa de clase media, a 67 kilómetros de la capital paulina–, lo que es equiparable al delito de lavado de dinero. Deberían prestar declaración el miércoles 17 de febrero ante un fiscal de primera instancia como investigados, no como testigos.
Este requerimiento contra el que ha sido el mandatario más popular y exitoso en los anales brasileños, que sirve como uno de los referentes políticos de todo el continente americano, que incluso podría presentarse como abanderado presidencial del PT en 2018, después del discutido gobierno de Dilma Rousseff, forma parte de la serie de los procedimientos judiciales incoados por presuntos casos de corrupción en la compañía estatal Petrobras (Operación Lavado Rápido), en los que están involucrados muchos funcionarios de todos los órdenes; ejecutivo, legislativo y el propio investigador: el judicial.
De hecho, el fiscal investigador Cassio Conserino, dijo que no hay indicios de que “intentaron (obvio los requeridos) ocultar la identidad real del propietario”. Lula siempre admitió la compra, en 2004, de una “cuota de participación” de un edificio en el balneario.
Parece ser que este asunto solo es el pretexto para que finalmente el padrino de Dilma Rousseff pasara a la condición de investigado. Podría ser más un afán de persecución política y mediática que un afán de celo legalista.
Desde hace doce meses, por lo menos, cada paso de la escandalosa operación Lavado Rápido, que trata de revelar las ramificaciones de corrupción en Petrobras, no ha hecho sino buscar el camino para alcanzar a Lula da Silva e involucrarlo de una u otra forma en la trama que tiene agobiados a los brasileños. El famoso sindicalista era un objetivo claro en las pesquisas llevadas a cabo por el juez de primera instancia Sergio Moro. Tan solo con involucrarlo en el escándalo ya era un triunfo para los que buscan avivar la crisis política que enfrenta Dilma Rousseff. La maniobra judicial en contra de Lula no era sólo uno de los objetivos, sino el centro mismo de la operación. Al menos así lo parece. En tanto, la reputación de Lula está en tela de juicio.
En tan anómalas condiciones, Brasil chapotea en medio de una crisis político económica nada fácil de sortear. Por si fuera poco, el país tiene un parlamento ingobernable, atomizado en partidos sin ideología clara y dados al chantaje, que echa por tierra las medidas presupuestales del gobierno que, a su juicio, pretende enderezar la marcha financiera del país, nada halagüeña.
Así las cosas, en un gesto poco habitual, la presidenta Rousseff acudió el martes 2 de febrero al Congreso para explicar su agenda legislativa con el propósito de mitigar las señales de que el nuevo año sea un campo de batalla para el Palacio de Planalto (en castellano, el Palacio de la Meseta), la sede del poder ejecutivo. La comparecencia de Dilma al iniciar el año legislativo estuvo marcada por su llamamiento a crear nuevos impuestos, las peticiones de apoyo para superar la crisis, los abucheos de la oposición e incluso por las críticas de parte de sus cada día menos aliados. Los militantes del PT y la oposición por lo menos estuvieron de acuerdo en que Dilma manifestó su respeto al legislativo al presentarse en la sesión de apertura, algo poco común entre los presidentes brasileños cuando no inician legislatura. Los comentarios de los legisladores fueron desde un “no me opongo a la presencia de la presidenta . Sólo creo que (esto) no cambia el rumbo de la historia” hasta “quiere llevar el burro a beber agua en el lago donde no quiere beber. No sirve de nada insistir en la creación de nuevos impuestos”, dichos, respectivamente, por el senador José Serra y por el diputado Marcus Pestaña.
Por supuesto que el senador Aécio Neves (PSDB), quien fue derrotado por la presidenta en la segunda vuelta de los comicios de 2014, cuando Dilma fue reelecta, no desaprovechó la ocasión y dijo: “Le ha faltado entonar el mea culpa por sus errores. Continúa sin darle un rumbo al país. En su mensaje parecía que su partido acabará de asumir el gobierno, no fue el discurso de quién pertenece a un partido que hace 13 años que gobierna Brasil”.
Entre tanto, en la primera mitad de este año, Dilma Rousseff y el PT tendrán que enfrentarse a una petición de destitución presidencial (impeachment), iniciado en 2015, y la difícil tarea de convencer a sus aliados para que aprueben nuevos impuestos en plena recesión. En el congreso, la mandataria fue recibido por sus principales directivos en ambas cámaras. Y explicó: “La CPMF (un impuesto sobre movimientos financieros) es un puente necesario entre la urgencia a corto plazo y la necesidad de estabilidad a medio plazo”. Mientras hablaba, la oposición mostraba pancartas como el que decía: “Brasil ya no te aguanta más. Lárgate”.
Al mismo tiempo, el ejército recorría el país fumigando todos los lugares posibles para tratar de impedir la propagación del mosquito que transmite el zika, sospechoso de causar la microcefalia a bebés que están en periodo de gestación. Brasil es uno de los 25 países más afectados por el zika. Para colmo, el próximo mes de agosto, ya casi en la puerta, el país es la sede de los Juegos Olímpicos, y se acerca la estación de lluvias, periodo en el que él Aedes aegypti se reproduce más.
Todo este paquete podría estallar una vez finalizadas las vacaciones del verano austral y del carnaval, que ahora solo se celebró en grande en Río de Janeiro debido a los recortes presupuestales. No la tiene fácil Dilma Rousseff. VALE.
