Bergoglio es un tipazo

 

La recién concluida visita de Francisco a México marca un antes y un después, no sólo porque es el primer viaje del Papa argentino a nuestro país, sino porque acredita la visión que tiene la Santa Sede del rumbo de la Iglesia y del apostolado que están llamados a realizar sus pastores en el mundo actual, donde campea el relativismo y en el que la propia Iglesia insiste en erigirse en referente del deber ser, al menos por lo que hace a la cultura de Occidente.

De esta visita destaca la reiteración de las enseñanzas tomistas, en particular la tesis del bien común como eje articulador de toda sociedad solidaria y por ende viable. En sus diversas homilías Francisco aludió de alguna forma a esta idea, que es central para su labor misionera en ésta que, al parecer, sería la segunda y definitiva evangelización del Orbis Novus. El bien común, en la visión de Bergoglio, no se lleva con la cultura del privilegio y exige, eso sí, el desarrollo de actitudes corresponsables, que fortalezcan el tejido social y estimulen en las personas el sentido de pertenencia y aprecio a su comunidad. Otro elemento interesante de este periplo es la interpretación que hizo el Papa de la Virgen de Guadalupe en Tuxtla Gutiérrez, durante su encuentro con las familias, donde afirmó que es un plus que permite al pueblo mexicano “correr con ventaja”. Consciente o no, de esta forma Bergoglio actualizó la visión milenarista de los primeros franciscanos en nuestras tierras, según la cual y siguiendo el Apocalipsis de Juan, el Milagro del Tepeyac sería la confirmación de que el pueblo de México es el elegido de Dios y nuestro territorio una “nueva Jerusalén”. El mensaje es claro, al recuperar el papel de la Guadalupana como Reina de México y Emperatriz de América, el país se erige de manera natural como extensión “cultural” de Europa y bastión de la fe católica en el continente americano. Este excepcionalismo religioso también se presenta, y eso es algo que debe ser evaluado con seriedad y prudencia, como argumento de peso a favor de quienes desde hace varios siglos sostienen que existe una Iglesia mexicana, con capacidad para prescindir de Roma.

Estas ideas tuvieron particular relevancia en la homilía de Francisco en la Villa, donde hizo una interpretación revolucionaria e incluso militante de la Virgen de Guadalupe con las causas de los desheredados, lo que bien puede ser interpretado como una especie de “preferencia mariana” por los pobres, que tiene como origen el antiguo relato aparicionista náhuatl del Nican Mopohua, al que tantas veces aludió Bergoglio en el Tepeyac para referirse a los sufrientes, desplazados y descartados “que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras”. Dicha narrativa va, ciertamente, de la mano de la opción preferencial por los pobres que utilizó Juan Pablo II para desacreditar la teología de la liberación, con el deliberado propósito de mermar la politización y radicalización política de las comunidades eclesiales de base, mediante la recuperación de los valores de la caridad y la misericordia.

Del mensaje mariano de Bergoglio se desprende, igualmente, una referencia al papel tutelar de la Iglesia en beneficio de los que menos tienen, un papel que a través de los siglos ha ofrecido esperanza a quienes por diversas razones viven en condiciones de sufrimiento y con una precariedad que amenaza seriamente la sustentabilidad del medio ambiente y los recursos naturales, tal y como él mismo postula en su encíclica Laudato Si. No obstante, Francisco ha dado un giro novedoso a esa idea de lo tutelar, que rebasa el conformismo tradicional de los sectores más conservadores de la Iglesia al formular un llamado serio a la acción en favor del progreso, la justicia y la paz. Así lo dijo en Morelia, donde señaló al clero la necesidad de que no se resigne y trabaje para “arriesgar y transformar”.

El Papa argentino es innovador y ello, en sí mismo, ofrece valioso capital religioso y político a una Iglesia necesitada de reformas que le permitan atraer a las nuevas generaciones, que se sienten lejos de los dogmas de fe. El lenguaje sencillo y afable que utiliza el obispo de Roma, así como su aprobación para que durante la liturgia se utilicen lenguas indígenas, como sucedió en la misa que ofició en San Cristóbal de las Casas, acreditan una genuina voluntad de cambio que debe ser valorada en su justa dimensión pero, también, con plena conciencia de que, en última instancia, la Curia romana es la única con capacidad para dar carácter permanente a estos inéditos desplantes de sencillez y apertura papales. No olvidemos que las masas populares vitorean la investidura del primado de Roma y no siempre el rumbo de pontificados específicos. A Francisco hoy se le aplaude de la misma forma que en su momento se hizo con Karol Wojtyla, no obstante las profundas diferencias que marcan sus respectivas gestiones: la del argentino, progresista y reformador; y la del santo polaco, regresivo y conservador.

Hay un capítulo de esta visita que merece ser subrayado. Me refiero al perdón que pidió el Papa a los indígenas, que busca resarcir el error de su antecesor Benedicto XVI, cuando restó importancia a los abusos cometidos durante la conquista. La referencia del Papa en Morelia a Vasco de Quiroga, y su oración ante la tumba del exobispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, fueron una apuesta por traer a la memoria el trabajo de ambos a favor de los derechos de los indígenas, aunque por supuesto en tiempos y coyunturas muy diferentes. En lo superficial, ambos religiosos se parecen, pero en el fondo las diferencias son relevantes. Vasco de Quiroga, fundador del Hospital de Santa Fe y de proyectos comunitarios indígenas autosustentables, estaba convencido del derecho de España a evangelizar a toda costa a los indígenas, sin reparar para ello en las formas. Dicho de otra manera, Tata Vasco se habría hecho de la vista gorda ante los excesos de los conquistadores para transmitir la fe. En el caso del tatik Samuel Ruiz, como cariñosamente lo llamaban los indígenas y siguiendo una acendrada tradición lascasiana, siempre hubo respeto a la identidad ancestral de los naturales de América, tal y como el primer obispo de Chiapas postuló en el ya lejano siglo XVI en su obra De único vocationis modo, al decir que la persuasión y no la imposición es la única manera de atraer a la religión.

En fin, son resbalones emblemáticos de un momento de transformación de la Iglesia y de la forma en que el Papa concibe su responsabilidad y magisterio. Igualmente, son detalles que en nada opacan a Jorge Mario Bergoglio, el sacerdote comprometido con los migrantes, los grupos vulnerables y los jóvenes, que con su carisma y mensaje llano y directo cautivó a los mexicanos. La vox populi dice bien, más allá de dogmas, Bergoglio es un tipazo.

Internacionalista.