Mejores leyes para nuestro futuro

 

No ha sido un proyecto menor para los mexicanos preservar y perfeccionar el Estado de derecho. No ha sido fácil ni es tarea colmada. Allí reside la esencia del desafío constitucional.

Sigue siendo, para nosotros, un enigma si la condición moral de los hombres se ha superado, ha decaído o ha permanecido intacta a través de los siglos. La cuestión no reside meramente en el terreno de lo imaginativo. No se trata de un ejercicio inútil del ocio. No se instala en el espacio de lo abstracto. Por el contrario, tiene amplísimas concreciones reales y profundas implicaciones prácticas. Sobre todo cuando estamos ante o dentro de sociedades en transición, como la nuestra. No es esto, pues, una preocupación de la ética. Es, eminentemente, una preocupación de la política.

Muy en lo personal, me gustaría saber si los seres humanos somos, hoy, mejores que lo que lo fueron nuestros ancestros hace mil o dos mil años. Me gustaría creer que así es.

Pero considero que de lo que se trata es de poner en claro en dónde reside la génesis de nuestras mejorías, de nuestros progresos y de nuestros perfeccionamientos. Podríamos acercarnos a algunos ejemplos cotidianos.

Estoy convencido de que los hombres de hoy no contribuimos a la vivienda de nuestros trabajadores porque seamos más generosos que nuestros abuelos, sino porque existe una ley del Infonavit. Estoy persuadido de que los propietarios de hoy no son más compartidos que nuestros antepasados porque sufran de una “anorexia inmobiliaria” sino porque así lo disponen los códigos agrarios. Estoy cierto de que las fuerzas policiales contemporáneas actúan con mayor pulcritud procedimental que las del Porfiriato no por un siglo de catarsis del alma sino porque a eso las obligan los códigos procesales de hoy y no lo hicieron los de entonces.

Así, también, si los gobernantes de hoy son distintos de los de ayer es por obra de la ley. Porque han tenido que conformarse y resignarse a la constante presencia, en sus escritorios, de la Constitución de sus respectivos países.

Pero esto, en sí mismo, encierra un estímulo para nuestro porvenir. Si es la ley la que ha generado nuestra mejoría y si la ley es un producto de los hombres, ello significa que somos capaces y que ya lo hemos sido de propiciar nuestro bien y nuestro bienestar.

Por ello, la concreción real de la influencia de la ley en ese proceso milenario. El hombre no se conduce mejor porque hoy sea más bueno. Se conduce mejor porque hoy tiene mejores leyes.

Aquí aparece un riesgo real que requiere de una precaución real. Si se acepta que la especie se supera porque mejora en su condición moral, entonces debe aplicarse a la búsqueda de los mejores hombres para que ellos nos gobiernen. En ese caso la apuesta esencial será la electoral, como instrumento contemporáneo de calificación y ninguna otra apuesta.

Por el contrario, si se concluye que la sociedad se ha superado en sus condiciones porque ha mejorado en sus leyes, entonces deberá aplicarse a la consecución de mejores leyes. En este caso, la apuesta esencial será la legislativa y no otra mayor en sentido distinto.

No está a nuestro alcance decidir que los mexicanos seamos mejores hombres en los próximos dos o tres milenios. Pero sí está a nuestro alcance decidir que los mexicanos tengamos mejores leyes en los próximos dos o tres sexenios.

Ésa es la verdadera consigna y la verdadera esperanza que nos brinda el ideal constitucionalista.

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