BELLAS ARTES

Raúl Ortiz y Ortiz (1931-2016)

 

A la memoria también de Betito, compañero incondicional.

 

Se nos confía la virginidad del texto

y hay que defenderlo como eunuco

para que no entren los sarracenos.

ROO

 

Autor de la primera traducción ya referencial al español de esa gran novela de culto que es Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, a escasos siete años de la trágica muerte del novelista inglés que vivió en México y aquí ubica y empezó esta obra esencial de la narrativa contemporánea (Era, 1964), Raúl Ortiz y Ortiz (Ciudad de México, 1931-2016) fue un notable erudito y hombre de letras, diplomático, investigador y académico, uno de esos humanistas de otro tiempo cuyos saberes y talentos diversos lo hacían todo un personaje. Su nutrida y selecta biblioteca de más de treinta mil volúmenes, más una discoteca y una videoteca no menos dilectas, y por supuesto su colección de arte con verdaderas joyas, constituyen un valiosísimo legado que bien valdría la pena conservar reunido en un espacio público a la memoria de quien hizo de la promoción y la difusión culturales un tan tenaz como encomiable oficio.

Además un sabio políglota, que accedía a otras lenguas con el afán imperioso de entender otras culturas desde su centro y a los escritores en su idioma, porque era un apasionado de la literatura y un lector voraz, su mencionada primera gran traducción al español de la obra medular de Lowry es ya un clásico tanto por el conocimiento que allí muestra de la lengua inglesa como del complejo universo que define esta novela a su vez tan cargada de erudición como de simbolismos, pletórica de poesía. Si hay un sonado proverbio italiano que anuncia “traduttore, traditore”, refiriéndose al grado de traición al original que puede caber en una traslación a otro idioma diferente, más allá de las buenas intenciones del “lector especialista”, lo hecho por este sabio mexicano con esta obra cumbre de las letras inglesas del siglo XX es por otra parte un ejercicio de admirado culto tanto para con el escritor como con su creación, que creo es la única manera como puede y debe moverse un buen traductor que precie su profesión.

Estupendo conversador

Clásico de la traducción a nuestra lengua de una novela compleja de la que por lo mismo sólo existe que yo sepa otra versión muy posterior, esta ejemplar traslación de Raúl Ortiz y Ortiz, por su poder y su peso específico, está a la altura de otros incunables como, por ejemplo, lo hecho por el gran poeta matritense Pedro Salinas con esa soberbia novela-río por antonomasia de las letras francesas que es El busca del tiempo perdido de Marcel Proust (que dejó inconclusa, a su muerte), o las insuperables versiones de Jorge Luis Borges del vital poemario Hojas de hierba de Walt Whitman o el Orlando de Virginia Woolf, o los singulares ejercicios de Julio Cortázar con los cuentos de Edgar Allan Poe y Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, o el antológico trabajo del inolvidable poeta castellano Ángel Crespo con su inigualable traducción en verso de La Divina Comedia de Dante Alighieri.

Es más, aunque escrita sobre México y aquí concebida en su primera versión, la magnífica lectura de Ortiz y Ortiz de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, mucho contribuyó a dar a conocer un parteaguas narrativo que como a otros tantos de su especie les ha costado abrirse paso entre editores por lo regular conservadores y más bien ciegos y sordos a obras revolucionarias de esta naturaleza.

Un estupendo conversador, hablar con este gran erudito de literatura, de cine, de música, de artes plásticas, de viajes y de buena cocina, porque era un apasionado de la vida, un auténtico sibarita, constituía un auténtico placer, para él y quienes en ese momento lo acompañábamos.

Y es que era sabio en muchas materias, pero también en cómo disfrutar y compartir ese conocimiento, sin pedantería, por el único placer de comprobar el gozo de quienes como él eran capaces de conmoverse ante una obra o un hecho estético. Un personaje vital y siempre lleno de energía, hasta sus últimos días en que la salud se lo permitió, fue ejemplo de una vida bien vivida y a plenitud, sin simulaciones, sin retruécanos ni mucho menos acciones viles, porque se dedicó a conocer y a aprender con placer y no por compromiso, y acostumbraba decir, como Borges, “…que él se ufanaba más por los libros leídos que por los escritos”.

Sorprendente lucidez

No tuve la fortuna de ser su alumno en las aulas (en la UNAM y en El Colegio de México fue un maestro muy querido), pero en cambio sí en el curso de la vida, en derredor de muchos intereses y complicidades comunes, y las muchas veces que lo vi y departí con él, en su casa o en la de David Antón y Fernando Vallejo, los temas de conversación iban aflorando en él de manera espontánea, siempre con sorprendente lucidez, ya fuera sobre cine, o sobre música selecta, o sobre literatura, o sobre artes plásticas, que eran sus campos naturales de conocimiento, pero también sobre otros donde se mostraban su inteligencia y su agudeza. Caballero de las Artes y de las Letras, y Orden Nacional de la Legión de Honor, por el gobierno francés, y Premio “Alfonso X” de Traducción por su multicitada traducción de Bajo el volcán, también era sabida su especialidad en otros autores fundamentales de la literatura contemporánea como James Joyce, Marcel Proust, Louis-Ferdinand Céline o T. S. Eliot, sobre los cuales escucharlo disertar, o citar en sus respectivas lenguas, era toda una cátedra. ¡Descanse en paz!