Gatopardismo y paz social

 

La democracia representativa es un mecanismo esencialmente conservador y su finalidad es mantener el orden económico y social prevaleciente. Parafraseando al Gatopardo, se trata de que presidentes, senadores, diputados y altos funcionarios cambien para que todo siga igual.

Cuando las autoridades y sus beneficiarios, por ineptitud o rapacidad, llevan las cosas hasta el punto de poner en peligro el orden general, la democracia representativa puede dar lugar a cambios de gobierno que en otras condiciones resultarían inaceptables, pero que en situaciones extremas aparecen como la única vía para restablecer los equilibrios y garantizar la paz social.

En el pasado reciente así ocurrió en Venezuela, en Brasil, en Bolivia, en Argentina y en Ecuador, países en los que abusos, prepotencia, inercias e incapacidad fueron el coctel que llevó la situación a condiciones límite, las que hicieron necesario el arribo al poder de fuerzas que evitaran una costosa ruptura.

Sin embargo, una vez restablecido y reforzado el orden, las fuerzas del cambio tienden a ser contenidas y replegadas, como ahora lo estamos viendo en Venezuela, Argentina, Brasil y en menor medida en Bolivia o Ecuador. En el primer caso, la caída internacional de los precios del petróleo y por ende la baja en el gasto asistencial, así como la probada ineptitud del presidente Maduro, ocasionaron un avance de las tendencias desestabilizadoras, lo que abrió las puertas al triunfo electoral de la derecha.

En Argentina fueron fundamentalmente una escisión del peronismo y un pésimo candidato de esta fuerza los que propiciaron el triunfo electoral de una derecha cínica y atrabiliaria que pretende ignorar los avances sociales logrados por el kirchnerismo. Mauricio Macri, el favorecido por las urnas, con todo el apoyo de las fuerzas más retardatarias ha desatado una serie de alzas de precios que golpean a los de abajo, mientras que hostiliza y persigue a los integrantes del gobierno de Cristina Fernández y a ésta misma, quien es vista como la favorita para las elecciones de 2019.

Igualmente sucio es lo que ocurre en Brasil, donde el expresidente Lula fue obligado por la policía a presentarse ante un juez a responder preguntas fuera de lugar, en tanto que Dilma Rousseff está sometida a la hostilidad implacable de las fuerzas golpistas, que cuentan con base social porque las dificultades económicas han impedido que las políticas asistenciales se desplieguen con eficacia.

En Bolivia la derecha levantó las sábanas de la cama de Evo Morales y le refrescó un viejo romance. La mujer involucrada habría dado a luz un hijo del presidente Morales, quien hasta ahora vivía en la creencia de que el bebé había muerto. La señora, al parecer, está metida en negocios fraudulentos y se pretende involucrar a Evo en este asunto que no ha concluido.

Mientras tanto, Rafael Correa hace frente en Ecuador a sus muchos enemigos políticos, los que hasta ahora no han tenido éxito. En suma, hay una notoria embestida de la derecha contra los gobiernos que no se ajustan a lo que Washington espera de los administradores de su traspatio. Ya pasó el tiempo de las invasiones de sus marines o de las dictaduras militares prohijadas y amparadas por el imperio.

Ahora se busca echar mano de la democracia y sus mecanismos para que todo vuelva ser como antes, con oligarquías florecientes y masas empobrecidas. México ha sido un laboratorio exitoso del neoliberalismo, pero las cosas han llegado a un punto en que se pone en peligro el orden general y nadie se extrañe si, a la vuelta de meses o muy pocos años, los mismos que hoy financian las campañas contra Andrés Manuel López Obrador lo llaman para que vuelva a poner la nave a flote. Se trata de hacer ajustes, no revoluciones. Cuando se hayan apretado las tuercas, la idea es volver a lo de siempre. Eso vemos en Latinoamérica.