Un aniversario más

Esta semana se cumplió un aniversario más de la fundación del PRI. Para propios y extraños resulta conveniente conocer y recordar las circunstancias y los motivos fundacionales de dicho instituto.

Ante el asesinato de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles quedó como único líder indiscutible de la Revolución Mexicana. Su fino sentido político y su capacidad para avizorar el futuro le recomendaron el tránsito hacia una vida política más depositada en las instituciones y menos sostenida en los caudillos.

Para ello se requerían dos factores ineludibles e insustituibles. El primero era construir o recomponer las instituciones nacionales básicas que, para ese momento, eran inexistentes o se encontraban corroídas. El sistema político, la hacienda pública, la banca central, las fuerzas armadas, los sistemas sociales, la educación superior, la educación básica y las transformaciones agrarias y laborales. Para derruir instituciones basta una revolución pero para construir las sucedáneas o las nuevas se requiere, forzosamente, un partido político.

El segundo factor es que se requería un líder supremo que pudiera agrupar a las diversas y dispersas fuerzas en un solo impulso político. El líder ya lo tenía México. Se llamaba Plutarco Elías Calles. El partido político habría que fundarlo. Se llamaría Partido Nacional Revolucionario, más tarde Partido de la Revolución Mexicana y, después, Partido Revolucionario Institucional.

Así, el día primero de septiembre de 1928, ante el Congreso de la Unión, el presidente Calles pronunció el más importante discurso político del siglo XX mexicano y al cual la oratoria política ha conocido con el nombre de “De los caudillos a las instituciones”. En dicha pieza, Calles propuso el tránsito evolutivo de una revolución caudillesca hacia una revolución institucional y, al mismo tiempo, anunció la inmediata convocatoria para la formación de un partido revolucionario.

Los trabajos operacionales fueron encargados a un selecto grupo de políticos muy afines con Calles y equipados con la suficiente aptitud para ser incluyentes con todas las fuerzas revolucionarias que se contaban por cientos en todo el país.

Son proverbiales, en la crónica de esos días, las reuniones que los jefes venidos de toda la geografía nacional sostenían con Luis N. Morones, líder de la más importante central obrera de esos tiempos, en su casa ubicada en la calle de Londres, entre Florencia y Amberes, de la entonces aristocrática colonia Juárez, hoy la decaída Zona Rosa.

En unos cuantos meses de trabajo intenso logró consolidarse la unión de doscientos partidos regionales y de otras doscientas fuerzas políticas gremiales, sindicales, populares y territoriales. La consolidación de esas cuatrocientas fuerzas dio como resultante lo que ha sido el partido más influyente en toda la historia política mexicana y el más importante de todo un siglo latinoamericano.

Así, gracias al talento y al realismo de sus fundadores, aunados a su capacidad ejecutiva y a su voluntad de inclusión, en tan sólo seis meses se construyó un instituto político que unificó facciones, que homologó ideales, que interiorizó sus divergencias grupales y que preservó el destino de la Revolución Mexicana.

El tiempo futuro habrá de seguirnos explicando el tiempo pasado, así como el pretérito nos explica mucho del porvenir.

 

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