Entrevista a Mónica Lacarrieu | Especialista en cultura y patrimonio de la Universidad de Buenos Aires

El fin de un ciclo —sea académico, laboral o deportivo— resulta ser un momento adecuado para hacer un balance; sirve para evaluar lo que se ha hecho, las metas alcanzadas y los errores cometidos, así como para fijar los propósitos del periodo siguiente. Sin embargo, cuando se trata del término de un periodo de gobierno, el balance es más difícil porque la evaluación resulta interesante al momento de justificar o de cuestionar, para reconocer los aciertos o para reclamar los fracasos.

Las dificultades inherentes a un balance no lo eximen, ya que, visto desde fuera es más interesante observar ese proceso porque es posible aprender, reconocer, comparar, seguir pistas, cuestionar procesos. Es el caso de Argentina donde la presidencia argentina cerró en 2015 un ciclo de doce años de política kirchnerista: de 2003 a 2007, Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández, hasta 2015, gobernaron, no sin polémica, la República Argentina.

El país sudamericano ha pasado por grandes crisis. A principio del siglo XX un grave problema financiero llevó el país a la quiebra de su sistema bancario, lo que afectó a millones de ahorradores. La crisis transitó rápidamente de lo financiero al cuestionamiento radical del sistema político. La consigna “que se vayan todos” representaba la desilusión de gran parte de la población de los políticos, los partidos y las instituciones. En ese sentido, el reto de Néstor Kirchner fue mayúsculo: estabilizar económicamente el país y recuperar la confianza en la política. El resultado de esos años es contrastante. Brillante por el mejoramiento de las condiciones de vida de gran parte de la población argentina, esperanzador por la capacidad de revertir la tendencia para privilegiar el mercado sobre la política, y obscuro por las muchas señas de corrupción, ineficacia y demagogia que todavía se observan en ese país.

En el campo de la cultura ocurrieron durante los cuatro últimos años de gobierno de Cristina Fernández, y en general en el periodo kirchnerista, grandes acontecimientos. La doctora Mónica Lacarrieu, investigadora de la cultura y el patrimonio de la Universidad de Buenos Aires, ha sido testigo privilegiado de estos procesos; en entrevista exclusiva para Siempre! habla al respecto.

En el campo de la cultura, la más grande transformación que vivió Argentina fue la transformación de su Secretaría de Cultura de la Nación (dependiente de la Presidencia) en Ministerio de Cultura de la Nación. El cambio, comenta la Dra. Lacarrieu, fue esperado y sorpresivo a la vez. “Esperado porque desde hacía muchos años que se demandaba la creación del ministerio; un cambio administrativo e institucional que suponía una mejor definición de sus funciones; la asunción de un más alto papel protagónico en la vida argentina y, sobre todo, un aumento en su participación de los recursos presupuestales. Sorpresivo porque no se esperaba que, a escaso año y medio del fin del mandato de Cristina Fernández de Kirchner, se diera este paso.”

Y es que para mayor problema, al realizarse la creación del ministerio en 2014, la dotación presupuestaria del ministerio, ahora con mayores tareas y con un aparato administrativo más complejo, no contaba con recursos adicionales a los que manejaba como Secretaría de Estado, asegura la especialista.

Con todo, para la Dra. Lacarrieu fue una decisión positiva la creación del ministerio y asegura que así fue percibido por la mayor parte de los agentes culturales (artistas, gestores culturales y productores culturales del país, entre otros). Con el ministerio, el gobierno de la República Argentina ratificaba así su compromiso por la cultura, que ya desde los primeros tiempos de la administración kirchnerista ello estaba de manifiesto.

Ejemplo de ello, señala la también doctora en ciencias antropológicas por la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, que ocurrió en los primeros meses del primer gobierno de Cristina Fernández, fue resultado de un proceso muy cuidado por el gobierno de Néstor Kirchner. “El ministerio representó un pacto social entre el gobierno argentino y el sector académico-científico muy maltratado en los años anteriores. Ello dio nuevo impulso a la investigación, promovió becas y, sobre todo, permitió el desarrollo de una verdadera carrera académica de la que están participando ahora muchos investigadores jóvenes”, asegura la académica, directora del Programa de Antropología de la Cultura, de la Universidad de Buenos Aires.

Otro compromiso muy vinculado a lo cultural fue el amplio debate y, luego, aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en 2009. También ese proyecto fue fruto de un intenso debate que provenía del tiempo de la recuperación de la democracia. Con la ley se favorecía la desconcentración de los medios, la pluralización de las voces y la democratización; también se daba paso al desarrollo de medios comunitarios y a la modernización tecnológica del sector.

Y es que, en la sociedad argentina la vinculación de las comunicaciones y la cultura es más clara que en México; de hecho, el último secretario de Estado de Cultura, Jorge Coscia, es un reconocido cineasta y, desde su cargo, impulsó el desarrollo de políticas de desarrollo a las industrias culturales.

De acuerdo con Lacarrieu, otro de los campos en los que es posible observar el compromiso de la administración kirchnerista con la cultura fue en el terreno de la creación de infraestructura cultural. “Se trata de una actividad que se vio doblemente favorecida por los festejos del Bicentenario de la Independencia argentina”, asegura.

Para Lacarrieu el panorama de la infraestructura cultural en Argentina se modificó notablemente en los años kirchneristas, con más de cien Casas de Historia y la Cultura del Bicentenario, en ciudades y municipios de todo el territorio argentino. “Se ha tratado, cierto, de una política multifacética por el apoyo a la cultura, una política de inversión y promoción de empleo, a veces con fallas en la planeación de la sustentabilidad cultural de los proyectos. En este terreno es en el que se explaya la investigadora, especialmente sensible a las intervenciones en el campo del patrimonio. Y es que como parte de esta decidida intervención en la creación y mejoramiento de infraestructura cultural es necesario destacar la inauguración del Museo del Bicentenario, en 2011, luego de la recuperación y puesta en valor patrimonial de lo que fuera el Fuerte de Buenos Aires (siglo XVIII) y la Aduana Taylor (1855).

Vale la pena mencionar que en dicho museo se evocan 200 años de la historia del país y, como sucede frecuentemente cuando se analiza el discurso museográfico, este proyecto fue criticado porque en su orden cultural/cronológico, el peronismo tenía un espacio relevante. Otras inauguraciones, específicamente relacionadas con el Bicentenario, fueron, además de las casas mencionadas, la de la Casa Nacional del Bicentenario. Lacarreu destaca que el impulso favorable a la producción de infraestructura no acabó con los fastos del Bicentenario, “todavía a finales del gobierno se construyeron casas de la cultura en diferentes asentamientos populares del país por parte de la Secretaría de Acceso al Hábitat y el Ministerio de Cultura”, asegura.

De 2014 y hasta su conclusión en diciembre de 2015, el Ministerio de Cultura fue asumido por Teresa Parodi, cantautora de música popular, que obviamente impuso un sello personal en los trabajos del organismo al interesarse en promover la cultura popular. A su creación, el ministerio se organizó a partir de cuatro secretarías, siendo las dos más importantes la de Gestión Cultural y la de Políticas Socioculturales; la primera atiende los diversos campos culturales y artísticos como arte, patrimonio, museos, danza, artes visuales, industrias culturales y cooperación cultural. La segunda es la que busca la vinculación de la cultura con la sociedad, el territorio, las organizaciones, los derechos culturales y la participación y la diversidad.

La organización en Argentina es muy diferente a la que se tiene en México. En el caso del Ministerio de Cultura argentino podríamos interpretar que estas dos secretarías tejen su actividad, la primera, alrededor de los creadores y, la segunda, en torno a la sociedad. Mónica Lacarrieu no deja de reconocer que la segunda secretaría tiene un sentido político muy preciso.

La tercera secretaría que compone el ministerio es la de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional que fue muy polémica desde su nacimiento ya que el Dr. Ricardo Foster, un académico reconocido, se hizo cargo de ese organismo que desde su nombre contaba ya con un handicap y que hizo mucho por tratar de sortear los malos augurios que algunos advertían en su carácter claramente ideológico. Para Lacarrieu, su trabajo finalmente se orientó a la promoción del diálogo político y se circunscribió notoriamente a la relación con el mundo académico. La secretaría se adjudicó un objetivo intelectual: el debate sobre el pensamiento nacional, más allá de ideologías partidarias y, desde esa secretaría se ha estado trabajando la Ley Federal de las Culturas, el proyecto legislativo que cubrirá toda la gama de actividades culturales realizadas por el gobierno federal.

En 2015 se creó la Subsecretaría de Cultura Pública y Creatividad, con tres líneas de trabajo: Cultura Pública, Procesos Creativos y Patrimonio Vivo o Intangible. Su objetivo inicial fue la propuesta, diseño y ejecución de políticas que contengan el valor público de la cultura.

La cuarta secretaría de la que se compone el ministerio es la de Coordinación y Gestión de Control que se hace cargo de los asuntos administrativos, jurídicos, de planeación y difusión.

La Dra. Lacarrieu trabajó desde enero de 2013 en la creación del Instituto de Cultura Pública que recibió el encargo de capacitar a los agentes culturales e investigar, asesorar y difundir asuntos relacionados con las políticas en la materia. El Instituto ha buscado formar agentes culturales de todo el país con una visión amplia de la política cultural.

Para sus actividades, el ministerio contó en 2015 con 1,500 millones de pesos. Con las dotaciones para otras instituciones culturales como las de la Biblioteca Nacional, el Instituto del Teatro y el Teatro Cervantes, el presupuesto de cultura alcanzó, en 2014, 1,994 millones de pesos (alrededor de 200 millones de dólares).

En opinión de Mónica Lacarrieu no hubo una polémica importante por la creación del ministerio y para algunos sectores no representó sino un cambio de nombre y otros más versados piensan que sólo se trató de una elevación de su rango; sin embargo para ella, y con el cambio de gobierno, el futuro del ministerio es riesgoso ya que ha tenido un papel importante en el campo de la cultura y los creadores, o buena parte de ellos, así lo reconocen, “pero también porque tiene un claro perfil político e ideológico, lo que lo ha hecho fuerte”, concluyó.