Meditaciones pospontificias

(II y última)

Quizá con cierto cinismo esté revisando la visita pontificia como un suceso fundamentalmente político y no religioso, es decir, de jefe de Estado y no de profeta indignado y pastor de su grey. Pero Siempre! es una revista política y no teológica, así que adelante. Tomaré como símbolo fundamental la visita de Jorge Mario Bergoglio al Palacio Nacional, un suceso que creo que es inédito y que está cargado de profundos símbolos políticos.

En Palacio, el Papa recibe la ovación fervorosa, digo esto con ironía, de una clase política y patronal que no se ha distinguido precisamente por su piedad. La cordialidad, la devoción es absoluta y, si mal no recuerdo, se evita todo tema que pudiera ser molesto al Estado mexicano. Curiosamente, nadie menciona la palabra Jesucristo sino todo gira en torno del seguro culto guadalupano, algo que a un cristiano no católico, de los que hay ya 20 millones en el país, resultará si no blasfemo cuando menos agresivo. Y hay que recordar que los catolicismos son marianos y los protestantismos, en general, tienen como absoluto a Jesús.

Si bien Enrique Peña Nieto como católico tiene todo el derecho a comulgar con gran emoción, al hacerlo públicamente fusila literalmente el liberalismo mexicano y el Estado laico. Con ese acto se anulan para siempre las Leyes de Reforma y el pensamiento de la Constitución del 17. Cosas no precisamente mínimas.

La visita del Papa a los murales de la escalera de Palacio —para mí que soy ardiente riverista— son un agravio no al Papa sino a Diego, ese gran nacionalista, hombre de izquierdas cuyo ataúd se cubrió con una bandera comunista; Diego, pintor de la historia rebelde de México, que no es ciertamente la historia de los católicos y de los hispanistas.

Además, ya en Palacio el Papa pudo haber visitado el espacio que habitó Benito Juárez como un símbolo de una reconciliación de los dos Méxicos, el mocho y el libertario. Pienso que no era mucho pedir si tomamos en cuenta que Bergoglio acababa en Cuba de abrazar al metropolitano, no sé si sea su título, de la Iglesia ortodoxa rusa, y recordemos que Roma y los ortodoxos llevan un pleito de más de mil años. La visita al espacio de Juárez hubiera tenido para muchos mexicanos un hondo sentido aunque no le hubiera gustado a los obispos tan conservadores, los pobres, tan amigos de los placeres del poder. Cuando menos hubiera sido sugestivo.

Finalmente surge una pregunta, si bien es cierto que la visita pontificia trajo un beneficio al corto plazo a la Iglesia mexicana, a los norbertos rivera y similares, me pregunto si a la larga no hubiera sido mejor una visita más profunda, más libre. Si la Iglesia al mediano plazo le conviene esta luna de miel con el gobierno. Y si al gobierno le conviene también esa excesiva amistad con Roma olvidando que un creciente número de mexicanos ya no forman parte de la dócil grey del Papa.