Lo antes prohibido hoy es permitido

México aún sigue impactado por la reciente visita de Francisco cuando la Iglesia, que experimenta ciclos y procesos propios, ya dio el siguiente paso para la consolidación de un pontificado de vanguardia, que busca sanar las heridas que causó el larguísimo reinado de Juan Pablo II, un papa polémico que de manera simultánea arrastró multitudes y alejó a las nuevas generaciones de la Iglesia por su postura conservadora en diversos temas. Enhorabuena que el dogma de la infalibilidad papal está limitado al tiempo de cada pontífice, porque de esta manera la Iglesia puede hacer ajustes a su interpretación de la liturgia, y la Santa Sede reencauzar rumbos para consolidarse como actor relevante de las relaciones internacionales contemporáneas.

La reflexión viene a colación porque en este mes de febrero que acaba de terminar ocurrieron dos eventos trascendentes para el Vaticano, uno después de otro y sin aparente conexión. El día 20, en Managua, Nicaragua, falleció el sacerdote jesuita Fernando Cardenal, quien fue suspendido en 1984 por Karol Wojtyla por su activismo dentro de la Teología de la Liberación y expulsado de la Compañía de Jesús por participar como ministro de educación en el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Como se recordará, Juan Pablo II lo suspendió a divinis junto con los sacerdotes nicaragüenses Ernesto Cardenal, Miguel d’Escoto y Edgard Parrales por hacer política partidaria, argumentando que es una actividad incompatible con el sacerdocio, según establece el Código de Derecho Canónico.

Por otro lado, el día 22 se cumplieron tres lustros de que Wojtyla designó a los primeros 43 cardenales del nuevo milenio, entre ellos a Jorge Mario Bergoglio, hoy sumo pontífice.

La vida da muchas vueltas y la Iglesia, como institución humana, no está exenta de los ires y venires propios del género. Así, lo que antes fue prohibido hoy vuelve a ser permitido. Es probable que Wojtyla nunca haya pensado en que al otorgar a Bergoglio la dignidad cardenalicia, abría a los ignacianos la posibilidad de que recuperaran espacios dentro de una Iglesia cerrada al cambio durante el cuarto de siglo que la condujo el exarzobispo de Cracovia. Con Bergoglio como purpurado, la balanza se inclinó suave pero firmemente hacia los sectores eclesiásticos progresistas y alentó esperanzas en la Compañía de Jesús, que mantuvo silencio durante la gestión de Wojtyla ante el temor de que el santo polaco guardara en el cajón de los recuerdos el Concilio Vaticano II, que con tanto tesón impulsó el “papa bueno” Juan XXIII, e hiciera retroceder más de un siglo las enseñanzas sociales de la Iglesia, tal y como finalmente ocurrió.

Fernando Cardenal dejó su cargo político en 1990 y se alejó del Frente Sandinista de Daniel Ortega. En 1997 fue reinstalado en la Compañía de Jesús y apenas hace dos años, en agosto de 2014, Francisco le levantó la sanción. De esta manera, la Iglesia popular que tan relevante papel cumplió como aglutinadora de los católicos nicaragüenses en los diversos campos de la lucha armada y civil, fue finalmente reivindicada en su espontaneidad liberadora, que paradójicamente fue posible gracias al paraguas que ofreció a los fieles de ese país la propia doctrina cristiana, por ejemplo la cita de San Pablo a los Colosenses que dice: “Ustedes se despojaron del hombre viejo y de su manera de vivir para revestirse del hombre nuevo.”

Así es la historia. Hoy nadie apostaría por la ideologización de la Iglesia ni por el estímulo a la radicalización de los fieles, incluso ahí donde podría haber condiciones porque campean la miseria y la injusticia. Es cierto, el catolicismo ha avanzado de manera notable en la propuesta de una nueva vía de transformación social, que ha dejado atrás dogmatismos políticos y abraza la opción preferencial por los pobres como su principal bandera.

Entre Juan Pablo II y Francisco existe un mundo de diferencia cuando se trata de interpretar el pensamiento social católico, las instituciones liberales y la idea misma de la justicia. Mientras que el primero opuso el dogma de la Iglesia al dogma del materialismo histórico, el segundo ha optado por una evangelización moderna y tolerante, que abre puertas incluso a quienes no creen en la religión. Por ello, aunque parezca contradictorio, el 27 de abril de 2014 Francisco tuvo elementos para superar barreras de interpretación y declarar santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II, aquél liberal y éste conservador, cuyos respectivos pontificados fueron tan opuestos en su interpretación de la doctrina social de la Iglesia.

Internacionalista