El alcance de las ideas

 

La economía es una ciencia que se rige por principios propios y universales. Si la hubieran conocido Aristóteles de Estagira o Tomás de Aquino, la hubieran catalogado entre las ciencias hipotéticas. Pero, como todas las ciencias, puede contaminarse al ser aplicada a la realidad de lo colectivo, bien sea por factores personales, temporales, locales o circunstanciales, entre muchos otros.

Ello me recuerda a un político mexicano que, allá por 1958, había acumulado ciertos dineros, quién sabe si bien o mal habidos. Lo importante para nosotros es que empezó a prestar oídos a los iluminatti de los desastres nacionales, lo cuales lo convencieron de que México no era un lugar seguro para guardar sus caudales. Sin más, decidió trasladar sus modestos tesoros para invertirlos… ¡en Cuba!

En esos momentos, ciertamente, nadie hubiera refutado a los economistas que afirmaran que el tabaco y el azúcar cubanos tenían más futuro bursátil que el maíz y hasta que el petróleo mexicanos. Pero sucedió que un pequeño grupo de rebeldes marxistas derribaron toda la sabiduría de Keynes. Entre paréntesis, para concluir la anécdota, sepan que los amigos que aconsejaron a nuestro personaje jamás vendieron sus edificios en el centro ni sus ranchos en Veracruz ni sus bonos del Ahorro Nacional.

Y es que en ninguna biblioteca económica existía un libro que relatara que, mientras América Latina se convulsionaba entre dictaduras y golpes de Estado, en México existían certificados de participación inmobiliaria que pagaban el 10% anual neto en un país con 2% de inflación, que tenían el aval de un gobierno serio y que su valor estaba respaldado en 50 o 100 veces por bienes inmuebles. En esos títulos invertían hasta los banqueros norteamericanos y se utilizaban hasta para apalancar la emisión de moneda fuerte y firme.

Pero así como sucede con la economía, acontece con otras ciencias. La ciencia del derecho no siempre coincide con la política de justicia. Así, por ejemplo, cuando los estudiosos de las ciencias procesales escriben o disertan sobre el principio de adversarialidad en el proceso penal, no consideran el batidillo inmundo que se ha hecho con una reforma constitucional indigna de un estudiante de licenciatura.

La ciencia de la pedagogía suele apartarse de la política educativa porque toda la sabiduría de Emannuel Kant, de Enrique Pestalozzi, de Enrique Rébsamen y de María Montessori no puede aplicarse directamente sino que llega a los niños a través de los maestros del SNTE y de la CNTE.

La ciencia de la medicina no se apareja con la política de salud pública porque en los microscopios de Pavlov, Koch, Cajal, Carrell, Fleming, Down y Pasteur no se veía la miseria de 50 millones de desnutridos por el hambre ni la quiebra de los institutos públicos de seguridad médica.

Y es que las ciencias se abstraen de considerar que existen instituciones insuficientes, presupuestos escasos y dirigentes limitados. Por eso, es de vital importancia, en la política real, conciliar el alcance de las ideas con la potestad de los hombres. Es cierto que se gobierna con los hombres pero también es cierto que no se gobierna sólo con hombres sino, esencialmente, con ideas.

 

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