Naciones poderosas y explotación de trabajadores

En su esencia, la globalización es la estrategia del gran capital transnacional para responder a la crisis estructural del capitalismo que estalla desde principios de los años setenta y que continúa hasta la fecha. En este sentido, el motor de la globalización es la internacionalización del proceso productivo con el fin de dejar los segmentos intensivos en capital y tecnología en los países altamente industrializados, y llevar los segmentos intensivos en fuerza de trabajo a los países subdesarrollados para aprovechar los bajos salarios.

Para conseguir establecer esta nueva división internacional del trabajo, era necesario alcanzar la libre movilidad del capital, de manera que tanto en su forma de mercancía, como en la de capital productivo, como en la inversión especulativa, pudiera entrar y salir de los países sin trabas de ninguna especie. Para conseguir este objetivo, el gran capital va a imponer el neoliberalismo en todo el mundo, aunque de forma diferenciada, esto es, con algunas salvedades en los países altamente industrializados (que, por ejemplo, van a recurrir a formas subrepticias de proteccionismo), y de manera inmisericorde en los países subdesarrollados.

Si bien el proceso de globalización tiene causas y propósitos fundamentalmente económicos, no se reduce a este ámbito, sino que tiene consecuencias en todos los órdenes de las sociedades, esto es en la esfera política, en la social y hasta en la ideológica y cultural. Por supuesto, en este breve espacio no podemos abordar la complejidad de estas transformaciones, sólo baste con decir que en lo social ha implicado un cambio en la estructura de la clase obrera, en la que cuatro son los fenómenos más notorios: la feminización; lo que, perdonando el término, podemos llamar juvenización; la descalificación, y la hipertrofia del ejército industrial de reserva, esto es, el aumento desmedido del desempleo y el subempleo, que convierte en población sobrante a millones de trabajadores, quienes buscan estrategias de supervivencia y adoptan las múltiples formas de la economía subterránea.

La globalización también ha implicado una transformación de la clase burguesa, ya que ha llevado a la proletarización de las capas bajas de la burguesía o también a la conversión de otros segmentos en propietarios de empresas satélites, que dependen de las grandes corporaciones, tanto en lo que se refiere a qué producir, como a la forma de producción y, desde luego, a qué parte de la plusvalía puede apropiarse, pues la tajada de león se queda en los grandes consorcios. En la fracción de la gran burguesía, también ha habido cambios, no sólo por la asociación entre capitalistas de diversos países, lo que ha dado lugar a un proceso de transnacionalización del capital, sino que en estas décadas de crisis estructural se ha vivido el más intenso proceso de fusiones, compras y absorciones de grandes corporaciones, esto es, de concentración y centralización de capital, de modo que la gran burguesía transnacional es hoy más reducida en el número de sus integrantes, y mucho más poderosa que en toda la historia del capitalismo.

Esa gran burguesía transnacional es, desde luego, la que ejerce la hegemonía en el mundo globalizado de hoy, y para favorecer sus intereses se ha valido de organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, la Organización Mundial del Comercio y otros.

Precisamente porque la política que favorece sus intereses es el neoliberalismo y el propio proceso de globalización, en los últimos años se ha observado un abatimiento de las fronteras económicas entre las naciones, y este abatimiento ha conducido a numerosos estudiosos a destacar el surgimiento de las llamadas meganaciones, de las que el ejemplo más claro es la Unión Europea, y en consecuencia, la tendencia a la desaparición de las antiguas naciones. También a plantear la aparición de un nuevo Estado transnacional que gobierna, en secreto, el mundo en su conjunto.

En realidad, desde mi punto de vista, no van a desaparecer las naciones, ni estamos frente a un nuevo Estado transnacional, y me parece más útil el concepto de hegemonía. Lo que es un hecho, es que el abatimiento de las fronteras económicas, para dar paso a la libre movilidad del capital, sí pone en cuestionamiento la existencia de las naciones como las conocimos a partir del siglo XVI, pero el gran capital transnacional o, dicho de otro modo, el capital financiero internacional, no busca la desaparición de las naciones, sino ejercer la hegemonía sobre ellas. Esto es, lo que sirve a sus intereses es apoderarse de los recursos naturales y aumentar su tasa de ganancia a través de la súper explotación de la fuerza de trabajo, pero no administrar directamente las políticas, y mucho menos enfrentar el descontento social.

Lo que quiere esa fracción financiera del gran capital es ejercer la hegemonía, es decir, decidir sobre las privatizaciones, sobre la apertura de las fronteras, sobre la desregulación financiera, sobre las reformas laborales y educativas, sobre las pensiones, sobre el orden político, social y económico de las naciones, pero necesita de los gobiernos nacionales para instrumentar las políticas, y, por lo tanto, también de la permanencia de las naciones. Esta nueva correlación de fuerzas internacional, implica, desde luego, la pérdida de soberanía de las naciones, en especial de los países subdesarrollados que constituyen la parte subordinada en el nuevo orden globalizado, y la aplicación de políticas que permitan la explotación despiadada de los trabajadores.