Siempre ha sido una prioridad
Para Natalia Herrero
La Universidad Nacional Autónoma de México ya ha cumplido un siglo en sus labores editoriales, iniciadas de manera simultánea al resto de las funciones; siempre ha sido una prioridad. La tradición y prestigio de que ahora goza ha sido producto, naturalmente, de un largo trayecto, vinculado con la propia génesis, historia y orientación humanista de la institución. Las labores promoción, divulgación y difusión de la cultura, concentrada en los proyectos editoriales universitarios, nacieron en la cruzada vasconcelista, al inicio de la década de los años veinte, que se propuso realizar masivos tirajes de obras clásicas, como parte del impulso a la lectura dentro de las estrategias contra el analfabetismo; se creó, asimismo, el programa de bibliotecas públicas, escolares, rurales y ambulantes. La Casa Editorial de la Universidad se entregó al Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública. de El programa editorial de José Vasconcelos abarcó treinta y dos títulos, desde los trágicos griegos hasta los españoles decimonónicos, pasando por pilares de la literatura germánica, como Goethe, y dramaturgos, como Ibsen. El proyecto tuvo adeptos y opositores que no entendían cómo se priorizaba la publicación de autores de difícil lectura —la mayoría, desconocidos para la población mayoritaria— en lugar de los libros de texto. Estamos ante un proyecto utópico que a pesar de los rasgos idealistas dejó una semilla que se reprodujo y se multiplicó en las distintas dependencias de promoción y difusión de la UNAM, que creció tanto que tuvo que abandonar sus diversas instalaciones en el barrio universitario, de lo que en la actualidad, se conoce como el Centro Histórico. El proyecto inicial ciudad universitaria surgió desde 1928; en 1950 se puso la primera piedra (cuya construcción dispondría de siete millones de kilómetros cuadrados).
La historiografía sobre la edición universitaria es reciente; en el último decenio crece el interés, incluso los tópicos relacionados con la edición —desde testimonios históricos hasta la teorización y publicación de guías y manuales editoriales— ahora nos son familiares. Y la UNAM es baluarte y modelo.
La cultura editorial universitaria de Camilo Ayala Ochoa representa es al mismo tiempo la historia de la edición en la UNAM, un análisis de los proceso de producción —desde la administración hasta la difusión y venta de los acervos universitarios—; una contextualización del rumbo de la Universidad —cuya autonomía fue cardinal en su ulterior desarrollo, expansión y diversificación de saberes en sus programas de estudio y extensión de la cultura— en medio de los agitados e intempestivos cambios de la sociedad mexicana: el llamado movimiento armado, la Cristiada, la autonomía universitaria (1929), el cardenismo; el sexenio de Miguel Alemán culminaría con la magna inauguración del Campus Central de Ciudad Universitaria, el 20 de noviembre de 1952, antes de entregar la presidencia a Adolfo Ruiz Cortines, aunque la mudanza a las nuevas instalaciones de la zona del Pedregal (en la zona del volcán Xitle) fue lenta; las actividades se iniciaron en 1954, el mismo año en que apareció el primer número de la Gaceta UNAM. Órgano informativo de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En este proceso, la labor de los exiliados republicanos españoles fundamental en la conformación de los cuerpos editoriales de la Universidad; ellos imprimirían la profesionalización definitiva en el complejo trabajo que implica la edición de libros, desde la entrega de originales hasta la venta de libros impresos en librerías y, ahora, a través de los soportes digitales (en la actualidad el treinta por ciento de las títulos universitarios son digitales).
Ayala Ochoa, bibliófilo, editor, investigador, docente, promotor de lectura, nos deja —además de un libro, en rigor, historiográfico— un modelo investigación sobre el tema donde confluyen el decurso administrativo, sociológico, estadístico, académico de la UNAM; este amplio horizonte siempre nos sitúa en la realidad social del país; es natural —más allá de la retórica que puede aparecer superficial—, la UNAM es una institución fundamental en la existencia de nuestro país en sus distintos ámbitos. Sabemos, también, del desarrollo de los acervos, las colecciones bibliográficas en las instalaciones universitarias (recuérdese, por ejemplo, la inauguración de la Biblioteca y Hemeroteca Nacionales en el Centro Cultural Universitario en diciembre de 1979; meses después se realizó la I Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería, que desde entonces es fundamental en la vida cultural de la Ciudad de México, que en 2016 cumplió treinta y siete años y contó con más de ciento cincuenta y dos mil visitantes, y ciento ochenta y seis casas editoriales.
Esta investigación será de gran utilidad para administradores de editoriales universitarias, además de entregarnos datos que van de la sorpresa al desaliento: según la Encuesta Nacional de Lectura 2012 sólo en dos por ciento de los hogares en México existen más de cien libros, y sólo el 0.72% de los pobladores de la Ciudad de México asisten a la Feria de Minería.
Además de su riqueza informativa, documental e histórica, este título aborda temas tan directos como sugerentes en los que los mismos lectores universitarios —incluso no pocos especializados— no reparan con frecuencia. ¿Cuántos investigadores, docentes y alumnos —en verdad— saben en qué consiste la cadena productiva en la manufactura de un libro, incluidos los procesos administrativos, legales (jurídicas) y comerciales inherentes?
Nosotros comprobamos, cada día, que con frecuencia ni en las mismas editoriales universitarias —menos aún en las redacciones de publicaciones periódicas comerciales— se sabe a bien ¿qué es un editor; cuáles son sus atributos y sus competencias? Menos aún se sabe qué hace un “corrector de estilo” —que, en realidad, muy pocas veces realiza la labor de trabajar con el estilo de cada autor por razones que oscilan entre el tiempo apremiante, la falta de pericia de los mismos correctores y el celo de los autores quienes se niegan a que su textos, vistos como “palabra sagrada” por los propios autores, se modifiquen.
La cultura editorial universitaria, como se ha visto, es una investigación modélica para comprender la gestación y la vida de los acervos universitarios (que muchos años fenecieron en las bodegas o han sobrevivido como meros símbolos de prestigio cultural en los remates de libros). Habrá que esperar que un estudioso tan perspicaz, informado y sumergido en el mundo editorial universitario, como Camilo Ayala Ochoa, nos dé sus reflexiones sobre las anomalías en las jerarquías de los funcionarios universitarios: ¿con frecuencia, por ejemplo, los encargados de las editoriales de escuelas y facultades de la UNAM no tienen noción de procesos editoriales, y es nula su sensibilidad ante nacientes proyectos editoriales.
Camilo Ayala Ochoa, La cultura editorial universitaria, UNAM (col. Biblioteca del Editor), 2015.

