Un recuento de historia, arte, crónica e imaginación
La imagen del Leviatán ha proyectado a lo largo de la historia las más disímbolas reacciones; de la monstruosidad —que señorea los mares— a la fragilidad ante los voraces cazadores que aspiran la heroicidad, tanto como al comercio y la sobrevivencia. Su inmensidad es objeto de culto y se le atribuyen dotes excepcionales; su asociación con diversas vertientes mitológicas es connatural a la bestia marina. Las leyendas se han sucedido desde tiempos remotos en las más diversas culturas; abundan los rituales alrededor de esa criatura que también es la ballena.
En la Biblia se yergue y se sumerge como un ser divino y temible; festivo y satánico: “Y Dios creó a las ballenas” (Génesis); “El señor había dispuesto un gran pez para que se tragara a Jonás” (Jonás); “Y ese día el Señor su cruel y fuerte espada y castigara con ella al Leviatán, la serpiente que se desliza, al Leviatán, la retorcida serpiente, y matara así al dragón del mar” (Isaías).
En las artes ha sido un motivo y tema que centralizado obras y personajes. “¡Larguémonos volando! Que me lleve el diablo si no es ése el Leviatán al que describió el noble profeta Moisés en la vida del paciente Job¡” (Francois Rabelais). Y John Milton en El paraíso perdido, cúspide de la poesía narrativa, señala: “Aquella bestia marina/ Leviatán, a quien Dios de entre todas sus obras/ hizo la mayor de las que cruzan ka corriente oceánica”.
Herman Melville (1819-1891) en Moby Dick (1851) narra una historia crepuscular cuya protagonista es la ballena que da nombre a la novela, como obsesivo objeto del marinero Ahab. El texto de Melville sobre el cetáceo gigante, asimismo, ha dejado una zaga alrededor del cine, una decena de adaptaciones entre 1926 (La bestia del mar) y 2015 (En el corazón del mar). Y Leviatán es el nombre que tomó —en 1851— el filósofo inglés Thomas Hobbes —1588-169— para nombrar su análisis de la soberanía ante el absolutismo en cuyo Íncipit se lee: “Por el arte se creo aquel gran Leviatán llamado República o Estado (Civitas en latín) para referirse a un nombre artificial”.
Fascinación ante Leviatán
En Tiempo de ballenas, el poeta, narrador y editor Jorge Ruiz Dueñas (1946) nos descubre su fascinación ante el Leviatán en un recuento en que se hermanan historia, crónica, historia del arte, experiencia personal, e imaginación. Si hubiese, en suma, que definir el contenido texto, nos atreveríamos a decir que es una poética personal sobre la ballena: su presencia mitológica en los insondables territorios que ocupan la mayor parte del planeta. El poeta, un observador del mamífero desde sus primeros años en Baja California, nos hace acompañarle en su fascinación por la imagen, la mitología; la presencia del animal en textos antiguos en las polisemias que ha generado —por ejemplo la de isla en sí misma—; la devoción por las ballenas en el decurso de los tiempos; la presencia de la literatura en los territorios y las rutas ballenaras; así como la proyección del animal en autores como Carlos Collodi, D.H. Lawrence, Pablo Neruda, Jaroslav Seifert Yevgueni Yevtushenko o Paul Gadenne, quien en un relato (1949) evidencia “la intensa transposición de la relación de la bestia derrumbada y descarnada, imaginariamente, blanca, y la desolación de una pareja que, fuera del anecdotario, refleja la angustia existencial de la posguerra”.
Y en la literatura hispanoamericana, Ruiz Dueñas destaca El camino de la ballena de Francisco Coloane: “un relato austral intenso, total y sin medida, en el crice der Frank T. Bullen (The Cruise of the Cachalot. Round the World After Sperm) y el Robert J. Flaherty del documental El hombre de Arán (1933)”.
Tema enciclopédico
Y entre nuestros poetas que se han concentrado en la ballena como motivo, alegoría, símbolo, se cuentan Homero Aridjis, Jaime García Terrés, José Emilio Pacheco, Javier Sologuren, Raúl Antonio Cota y Vicente Quirarte, de quien se estrenó, hace meses, la obra de teatro: Melville en Maztlán. Y entre los cuentistas habrá que mencionar a Juan José Arreola, Eraclio Zepeda, René Avilés; y a Margo Glantz y su ensayo Doscientas ballenas azules (1979).
Ruiz Dueñas nos introduce a un tema enciclopédico del cual han abrevado tradiciones populares y, también, sigue siendo motivo de hallazgos científicos. El tono ensayístico posee registros del historiador —sus minucias y guiños de erudición—, el anticuario en el que confluye el testimonio con el deslumbramiento ante los iconos de la ballena a lo largo de la historia.
Tiempo de ballenas está ilustrado con treinta y un imágenes concebidas entre los siglos XVI y XX (reproducciones, por ejemplo, de Peter Bruegel el Viejo y Albrecht Durero). Añade a modo de dossier pictórico, veintitrés cuadros que representan a la “bestia marina”: destacan las de Vlady, Anibal Angulo, Raúl Hernández Valdés, Liliana Mercenario, y Guadalupe Rosas Zambrano.
Ruiz Dueñas al revelar los motivos que lo concentraron en Tiempo de ballenas hace aliado a los lectores que tienen sensaciones semejantes, que pasan como ocurrencias verbales o anímicas ante la figura más imponente del mundo animal que guarda, provoca, suspira esa impresión dual y contradictoria entre el monstruo imbatible, aun, magnicida de la fauna marina, hasta esa criatura que solitaria navega por los océanos y que ha sido objeto de la cazaría indecible que pone en riesgo la permanencia de algunas familias de ballenas.
Su voz, sus emisiones sonoras han motivado a los propios compositores a reproducir la riqueza de sus timbres sonoros. Recordar los más conocidos: Alan Hovhaness (Y Dios creó a las grandes ballenas, 1970) como pionero, seguirán George Crumb, Leonard Bernstein, Humprey Searle, Óscar Morawetz, Toru Takemitsu, Ned Rorem, Iannis Xenakis y John Cage. Entre nosotros, habrá que recordar el proyecto —disponible en CDROM— que realizó el inventor, músico, médico iridiólogo Ariek Guzik (1960): Ballena gris (2003): indaga y experimenta de acercamientos a la ballena en las costas de Magdalena y San Ignacio (BC) que culminan en diez obras musicales (electrónica y acústica; el sax tenor, ejecutado por el propio creador). Guzik se propuso: “expandir la percepción del universo mediante formas y mecanismos de resonancias que conlleven a la ensoñación y al cuidado de la tierra u sus criaturas”.
Tiempo de ballenas, por su impecable factura, también puede verse como un libro objeto: historia, literatura, mitología, artes plásticas, música y la edición como estética navegan, observando a distancia y desde aproximaciones asibles, y visibles al Leviatán, en natural, viviente.
Jorge Ruiz Dueñas, Tiempo de ballenas, México, UAM-Xochimilco, 2015.