En su pequeñez tipográfica
La notas al pie de página habrán que considerarse como un género en sí mismo. La paradoja es que en la actualidad los mismos investigadores las desprecian y, con frecuencia, se sirven de ellas para medrar en la carrera de los ascensos, plazas, becas y bonos, pero sin respetar el privilegio de sus rasgos y potenciales. Más: hay investigadores —incluso en los niveles remunerativos más altos— que suponen que sólo sirven como albergue de las referencias bibliohemerográficas, las fuentes documentales y orales (dentro del aparato crítico, que, a bien, algunos no saben lo que significa).
Las notas al pie de página de manera inmediata son un patrimonio monopolizado por la academia, naturalmente universitaria; que se arroga el derecho de acotar si es o no irrecusable en su extensión, contenidos y formato de las referencias dentro de un paper sobre todo si es indexado; cuyos sistemas de citación de manera inocultable expresan, asimismo, el colonialismo cultural imperante.
Dan jerarquía a un texto
En ese sentido, las notas al pie de página en su pequeñez tipográfica están relegadas a su uso y consumo como fuente de investigación y territorio para ahondar en debates, reflexiones, betas interpretativas y campo de cultivo para inéditas investigaciones.
Y de paso habrá que preguntar a editores, diseñadores, formadores y dueños de imprentas y emporios editoriales su falta de interés y originalidad al presentarlas siempre con la suposición de que no dejan de ser un “mal necesario”, “un relleno inevitable” que, por otra parte, avalan intereses tan fuertes, alejados de su origen: la erudición y reducidas al juego perverso: “Tú me lees, yo te cito; yo te leo, tú me citas”.
De modo más general, las notas al pie confieren jerarquía a un texto en el complejo proceso de las transacciones de la banca académica. Un rasgo del pie de página es que, como quiera y pueda verse, funge como cajón de sastre de investigaciones que no quieren dejar fuera nada de cuanto han hecho acopio sus autores que —por otra parte adolecen de pericia narrativa— acumulan información, aunque sin jerarquizar contenidos ni ponderar más forma que la extensión, sin más.
Los detalles y la erudición
Publicada por vez primera, hace tres lustros, por su filial en Argentina, el Fondo de Cultura de México recién ha publicado en su Colección Historia, Los orígenes trágicos de la erudición de Anthony Grafton (1950), en cuyo original pie de página, en la portada se lee: “Breve tratado sobre la nota al pie de página”; lo es en la acepción que lo define como “escrito o discurso de una materia determinada”; lo cierto que su contenido abarca mucho más; va desde la historiografía, la ejemplificación sobre disputas y la transformación de su práctica a lo largo de los siglos, así como la reflexión alrededor de la erudición que, en los tiempos de almacenamiento de datos contenidos en dispositivos electrónicos pequeños, se le ha disminuido potestad, pero que es una de las expresiones más decantada de la inteligencia humana.
Pilares de la erudición son los detalles, sobre los cuales ya Voltaire (1694-1778), uno de los pensadores más influyentes de su tiempo alertaba: “¡Cuidado con los detalles! La posteridad los desdeña; son las ratas que socavan las grandes obras”.
A Leopold von Ranke (1795-1886) se le considera el pionero de la historia como ciencia: las ciencia de la historia; vinculó las artes de la política y la historia para revelar que el talante cultural, sus gestos, dirigían la conducta política. “La exploración y explotación de las fuentes históricas primarias […] se convirtió en el principio rector de la vida profesional de Ranke”. Para él las fuentes son tan importantes como la investigación misma; construye una nueva teoría de la historia, “con un cosmopolitismo inigualado durante un siglo, hasta que llegó Braudel”; no era adepto a las citas largas, aunque consideraba que para un principiante eran relevantes para “abrirse camino y granjearse confianza”.
El “origen trágico” de la investigación de Grafton no deja de remitir a Ranke porque “introdujo el drama en el proceso de investigación y crítica, e hizo de la nota al pie y el apéndice crítico una fuente de placer en lugar de un motivo para disculparse”.
Esplendor en el siglo XVIII
El investigador de la Universidad de Princeton recuerda que ya Leibniz se mostraba displicente ante las minucias de los documentos; Ranke incluso —a decir de Grafton— procuró a la investigación de encanto y dramatismo.
A lo largo de su procelosa historia, las notas al pie de página —que encontraron su esplendor en el siglo XVIII y que podían oscilar entre la ironía y la escrupulosa evidencia de probidad investigativa— en el siglo XIX disminuyeron sustancialmente su protagonismo trágico y se tornaron una acumulación rutinaria: “asumieron la función ingrata de obreros en una vasta fábrica sucia. Lo que comenzó como arte se volvió fatalmente rutina”.
Es muy importante ver las notas al pie desde la retrospectiva histórica, como una labor literaria; rasgo que no las desmerece. No olvidar que como decía Leon Edel, la legitimidad de una biografía no reside en el escrúpulo de los datos sino con la precisión con que son utilizados para que el biógrafo entregue un retrato propio y, por ende, original.
Alrededor de las notas al pie de página se ciernen muchos prejuicios, desde los más elaborados hasta los más prosaicos y safios. No podemos ser ingenuos: “Las notas al pie jamás sustentan todas las afirmaciones que se hacen en el texto, ni pueden hacerlo —nos recuerda Grafton—. Ningún conjunto de referencias puede prevenir todos los errores ni eliminar totalmente el disenso”.
Grafton ejemplifica en su propio estudio la devoción y fervor por las notas de las 181 páginas de su texto, 35 son notas al pie de página.
Un ideal de las notas al pie de página sería, para quien escribe, aquéllas que se pueden leer como complemento del cuerpo del texto y que también se pueden leer como un texto independiente con un estilo aforístico y narrativo.
Los méritos de las notas al pie dependen de quien las conforme y el contexto en que se desplieguen. Pero no seamos ingenuos, Grafton concluye con un realismo irreprochable: “Las notas al pie de por sí no garantizan nada. Los enemigos de la verdad —y, en efecto existen— pueden usarlas para negar los mismos hechos que los historiadores honestos tratan de confirmar por medio de ellas”.
Anthony Grafton, Los orígenes trágicos de la
erudición, México, FCE, 2015.

