La nueva ola de protestas populares que llevaron a la ocupación del edificio del parlamento de Irak los primeros días de mayo, es un hecho que ejemplifica la persistente crisis política de ese país.
El poder asentado en Bagdad continúa enfrascado en intensas luchas políticas, con agendas distintas que van desde el mantenimiento del stau quo, hasta la promoción de un voto de no confianza en contra del primer ministro Haider Al Abadi; al mismo tiempo hay que enfrentar los múltiples retos que genera el grupo Estado Islámico (EI) al dominar una buena parte de áreas al norte y oeste del territorio.
Durante el último año, el EI ha ido perdiendo el control en algunos puntos y ciudades. Los golpes tácticos de la aviación de la coalición encabezada por lo Estados Unidos, junto a las acciones de combate directo desarrolladas por unos 200 comandos especiales de la Expeditionary Targeting Force, a los efectivos ataques de milicias kurdas, y a unas fuerzas militares iraquíes en proceso de reactivación, han sido fundamentales para debilitar al EI.
Aunque la lucha contra el terrorismo y la reconstrucción de un país destruido por la guerra y el conflicto armado tendrían que ser labores prioritarias, estas se ven grandemente afectadas por las discordias políticas. El gobierno de Al Abadi, —en el poder desde septiembre del 2014— , ha prometido en reiteradas ocasiones que llevará adelante un proceso de reformas políticas, y una estrategia económica que sea capaz de enfrentar las actuales dificultades derivadas de la caída internacional de los precios del petróleo, pero su intento ha sido un fracaso.
La reciente explosión popular mostró su total insatisfacción con el actual gobierno, pidió que las reformas se aplicaran de inmediato y que se luchara en contra de la corrupción extendida y la ineficiencia de los organismos del estado. Junto a las demandas para conformar un nuevo gobierno, muchos de los manifestantes exigieron que se abandonara el sistema sectario de cuotas en el que se ha basado el poder iraquí desde el año 2003.
A la hora de explicar el conflicto en Irak, es muy común encontrar puntos de vista que pretenden plantear todo como un simple enfrentamiento sectario entre chiitas y sunitas, sin querer ver las múltiples dinámicas que se desarrollan dentro de estos propios campos, o incluso entre grupos étnicos distintos (árabes y kurdos), así como entre grupos políticos-armados kurdos, etc. La agenda es muy amplia.
Las actuales protestas contra el gobierno son un buen ejemplo de que los factores que hoy la motivan son fundamentalmente de naturaleza económico-social, política y de crítica antigubernamental, y no exactamente sectarias. Tan chiita es el primer ministro, como las amplias masas de manifestantes que se lanzaron a las calles (junto a ciudadanos de credo sunita). Igualmente, entre los principales oponentes al primer ministro chiita Al Abadi (partido Dawa) se encuentran otros líderes chiitas como los ex primeros ministros Nuri Al Maliki (Dawa) e Iyad Alawi (Wataniya), los que a su vez intentan conformar una nueva coalición para derrocar al gobierno: el Frente de la Reforma.
El traspaso de los muros de la llamada “Zona verde” y la toma del parlamento específicamente, tienen un simbolismo muy importante, pues es donde se concentra el poder del país. La población percibe al parlamento como una instancia que no propicia la transición a la democracia, sino que entorpece los cambios, frustra propuestas para conformar un nuevo gobierno “tecnocrático”, favorece la continuidad de figuras políticas corruptas y desgastadas, y garantiza una gran desigualdad al otorgar a los diputados elevados salarios y grandes privilegios, en medio de un país en crisis.
Las protestas pusieron nuevamente a Muktada Al Sadr en un primer plano. Este jurisprudente iraquí chiita, es hijo del Gran Ayatolá Mohamed Sadeq Al Sadr (asesinado durante el régimen de Saddam Hussein), y fue quien encabezó una parte muy importante de la lucha armada contra las fuerzas de ocupación de los Estados Unidos, al frente de su “Ejército del Mahdi”.
Algunos observadores han señalado que durante meses, las protestas no tuvieron un claro liderazgo, y fueron principalmente inducidas por las redes sociales, y activistas de tendencia de izquierda y socialistas. Pero a partir de febrero, Muktada Al Sadr retomó su protagonismo, intentando capitalizar un papel de guía para este movimiento. Su creciente prestigio lo convierte en una figura de respeto y unidad para chiitas y muchos sunitas, y paralelamente, en un creciente peligro para el sistema.
Para poder salir de la crisis y avanzar se necesitan cambios difíciles de lograr en la actual situación. Sería necesario reconformar el parlamento, transformar la ley electoral y convocar a nuevos comicios, velar por las credenciales de los potenciales candidatos, y reformar el aparato judicial, entre otras cosas. Hoy no parece posible que se pueda pasar a una nueva etapa simplemente con la conformación de un nuevo gobierno encabezado por Al Abadi (propuesta central de la reciente visita del Vicepresidente estadounidense Joseph Biden a Bagdad).
Lo que sí queda claro es que si no se avanza de alguna manera en el plano político, presenciaremos a muy corto plazo una agudización de la crisis interna y un lamentable enfrentamiento civil, que seguirá destruyendo las bases de la sociedad iraquí.
*Catedrático del Colmex