Fue inaugurada el 30 de abril de 1956

 

 

La fortuna ayuda a los audaces.

Agustín Yáñez

 

 

A fin de celebrar sus 50 años como una de las aseguradoras más sólidas y populares de la república mexicana, la compañía La Latinoamericana se propuso construir el edificio más alto de la Ciudad de México, en la esquina de Madero y avenida San Juan de Letrán.

Tras la demolición del edificio Decó que adquirió en dicho predio —otrora parte del inmenso exconvento de San Francisco—, en 1944 dieron inicio los trabajos de excavación e hincamiento de pilotes a una obra que mantenía en suspenso su viabilidad ante la pretensión de edificar en un primer proyecto 22 pisos que, al paso del tiempo y dada la solidez de la cimentación, permitieron elevar el proyecto a un rascacielos de 44 pisos que retó al subsuelo y al éter de la capital mexicana.

Doce años después —justo el día previsto—, el 30 de abril de 1956 la directiva de la Latinoamericana Compañía de Seguros inauguró su nueva sede ante las más altas autoridades civiles del país y lo más granado del mundo empresarial, quienes se sorprendieron ante los ágiles ascensores, el lujo del restaurante del piso 42 y la magnífica vista de una ciudad que “avanzaba con paso firme a la modernidad”, tal y como alardeaba el pie de foto de un folleto de la época.

Al año siguiente, a las 2:44 de la madrugada del 28 de julio, el fuerte temblor que derribó El Ángel de la Independencia y otras edificaciones, no causó problemas mayores a la enorme mole de cristal y acero que ya enseñoreaba el centro de la capital.

Lo mismo le ocurrió el 19 y 20 de septiembre de 1985, cuando los sismos registrados aquellos fatídicos días provocaron destrucción y muertes, en tanto la torre se mantuvo erguida a pesar de la intensidad de los movimientos telúricos y de sus desastrosas consecuencias.

Visible desde cualquier punto de la capital de la Región más transparente del aire, la Latino fue destino de colegiales, de parejas enamoradas y miríadas de turistas que desde su impresionante altura contemplaban una metrópoli que crecía a pasos agigantados y que, merced a la “administración de la abundancia”, en 1982 cedió a la Torre de Pemex, de la colonia Verónica, la distinción de ser el inmueble más alto de la ciudad.

La “Era de los Imecas” ensombreció su traslúcido horizonte, y con la inauguración del World Trade Center en los terrenos del Parque de la Lama, de la colonia Nápoles, la Latino pareció empequeñecer.

Fue a principios de esta centuria cuando la fiebre del crecimiento vertical se adueñó de la industria inmobiliaria, sobre todo tras la contrarreforma impulsada por la administración Ebrard que facilitó la “redensificación”, cuando la fiebre urbana de los rascacielos se declaró en nuestra ciudad, modificando para siempre su horizonte y eliminando servicios y pagos de transferencias de potencialidades, en avenidas y zonas céntricas de la ciudad, en menoscabo de la calidad de vida y a favor de una gentrificación salvaje, algo que es obligado eliminar como esquema de desarrollo urbano de una ciudad, en la cual, parafraseando a don Agustín Yáñez, la audacia arquitectónica genera fortuna, pero a favor de los promotores inmobiliarios y no para los capitalinos.